En este sentido, el ME de las investigaciones interdisciplinarias se expresa tanto en el modo de plantear la problemática –incluyendo la consideración de posibles cursos de acción–, como en construir una representación del sistema –incluyendo la evaluación y la relación de los distintos aportes disciplinarios–, y en las distintas decisiones –tanto de naturaleza epistémica, como en torno a cuestiones organizativas, y hasta en su extensión hacia la acción política– que guían el desarrollo del proyecto.
Desafíos abiertos para el concepto de marco epistémico
Para cerrar este trabajo, nos interesa señalar brevemente algunos desafíos para los 4 niveles de análisis mencionados en los que se utiliza la noción de ME: (1) el estudio de la sociogénesis del conocimiento científico; (2) el del análisis psicogenético; (3) la reflexión metateórica en los procesos de investigación; y (4) en el contexto de la investigación interdisciplinaria. Particularmente, buscamos especificar algunos desafíos, cuyas eventuales respuestas contribuirían al avance en la conceptualización y la utilización de esta categoría.
(1) En primer lugar, nos referimos al espacio intelectual inicial en el que se elabora el concepto de ME: el de la epistemología genética, en tanto una teoría del conocimiento que recurre a la historia del conocimiento científico. Este objetivo, primigenio de la obra de Piaget, elaborado luego en la colaboración con García y en la obra del segundo posterior a la muerte de Piaget, se encuentra hoy –hasta donde conocemos– sin continuación ni actualización.
En el campo de la filosofía de las ciencias y la epistemología, en las décadas del ‘60 y ‘70, García pretendió polemizar con los más lúcidos adherentes y críticos del empirismo, tales como Carnap, Quine, o Russell, o –como vimos–Kuhn. Hoy el contexto de discusión epistemológico es otro. Por mencionar dos campos con una presencia avasallante sobre otros, nos podemos referir a un fuerte experimentalismo cientificista, y nuevas formas del naturalismo en las neurociencias, así como el empirismo predominante en los estudios a través de big data. También, desde entonces, se han registrado nuevos actores en la epistemología y la filosofía, como son los estudios sociales de las ciencias, y las epistemologías feministas, que han hecho foco en la relación entre ciencia-sociedad y han problematizado el rol de los valores (no epistémicos) (Gómez, 2014; Longino, 2015). Incluso, las versiones relativistas post modernas que cuestionan la legitimidad de la propia epistemología y de cualquier objetividad que no sea la que establece cada cultura, entre otras, la del filósofo pragmatista Rorty. Hasta se debería mencionar que la misma epistemología constructivista se ha transformado en un campo heterogéneo con programas que, si bien comparten un “aire de familia”, tratan con problemas muy diversos referidos a los procesos de conocimiento en diferentes ramas de las ciencias –desde la biología, hasta la psicología y las ciencias cognitivas, pasando por las ciencias sociales–, involucrando tesis y supuestos filosóficos, en muchos casos, en franca oposición (Becerra & Castorina, 2018). Estas transformaciones en la filosofía y la epistemología se presentan como escenarios posibles para la emergencia de nuevos problemas, diálogos y controversias, lo cual podría renovar a la epistemología genético-constructivista, que se originó y ha permanecido en un mundo de debates más bien clásicos.
Por mencionar sólo uno de los tópicos listados, nos podemos referir brevemente a los aportes de las epistemologías feministas al problema del rol de los valores no epistémicos en las ciencias, y la consecuente consideración de la objetividad del conocimiento científico (Anderson, 2012; Douglas, 2007; Harding, 1995; Longino, 2015). En dichos desarrollos se suele entender un conocimiento como “más objetivo” si es que es producto de acuerdos y arreglos intersubjetivos sobre el debate crítico de los distintos puntos de vistas y de las posiciones valorativas de la comunidad científica. En estos casos, apelar a valores políticos y morales, no significa predeterminar los resultados ni condicionar la aceptación o el rechazo de evidencia; sí implica, no obstante, rechazar la neutralidad valorativa como un ideal – rechazo deseable, por cierto, cuando la actividad científica involucra altos riesgos y enormes costos sociales. Al respecto, la noción de ME puede aportar a la discusión, en tanto supone una dura crítica a la disociación positivista entre hechos y valores, llegando a considerar a los valores no epistémicos, a los objetivos políticos y a los estándares morales de los investigadores, como componentes de la investigación en cualquier disciplina, además de advertir que estos se vinculan con los distintos componentes del ciclo metodológico, abogando así por una requerida vigilancia epistemológica.
(2) En segundo lugar, se debe ampliar y precisar, en base a la investigación empírica, los análisis del ME en el estudio psicogenético y en la psicología del desarrollo, y en particular de los conocimientos sociales.
En dicho análisis, el ME refiere a las concepciones del mundo y las ideologías que enmarcan a los objetos de conocimiento y que condicionan su transformación por parte del sujeto. El desafío en este nivel es mayor, en tanto es el uso de la noción de ME menos extendido en la investigación. De hecho, más allá de las investigaciones de Castorina y Barreiro, y la perspectiva de Turiel y Wainrub ya referidas, no pareciera ser un concepto discutido en la psicología del desarrollo. Esta falta de estudios empíricos no ayuda a resolver el verdadero desafío en este nivel de análisis: precisar el mecanismo por el cual opera el condicionamiento de lo ideológico sobre lo cognitivo.
Al respecto de este problema, y en referencia a la relación entre creencias ideológicas y representaciones sociales, algunos autores han adelantado algunas hipótesis posibles. Jodelet (1985) acerca dos consideraciones: primero, señala que frente a la necesidad de dar sentido a fenómenos novedosos, las representaciones sociales, en su actividad de estructuración, pueden “movilizar” contenidos ideológicos o modelos culturales; luego, al ser parte de una elaboración que se da en la comunicación y la interacción entre grupos y con respecto a un objeto en disputa, las representaciones sociales son tributarias de la posición que los sujetos ocupan en la sociedad, de modo que pueden tener funciones ideológicas al legitimar o criticar posiciones sociales. Estas consideraciones abonan a la idea que las representaciones sociales se construyen sobre un trasfondo de ideas más amplias, un horizonte ideológico sobre el que operan los recortes. Buscando avanzar sobre el mecanismo de esta intervención, y siguiendo las investigaciones en torno a la creencia del mundo justo, Doise se refirió a un “filtro” que opera ante el objeto representacional y que protege ilusiones más básicas, tales como que el mundo es ordenado y previsible. En el trabajo de Barreiro y Castorina se da un paso adelante al sugerir que las creencias ideológicas colectivas vinculadas al orden social no sólo sirven de trasfondo para el recorte de las representaciones sociales, sino que también condicionan activamente su producción.
Aun así, la investigación del mecanismo por el que opera el condicionamiento ideológico sobre lo cognitivo se encuentra en un estado muy programático. Tal vez, entonces, convenga ampliar la pregunta y comenzar por indagar más específicamente dicho condicionamiento de las creencias culturales y las prácticas colectivas. En este terreno, existen otros conceptos, algo más elaborados y de mayor difusión en la psicología como, por ejemplo, los conceptos de “obstáculo” o “restricción” (Castorina et al., 2010) –entendidos en un doble sentido: el positivo, por el cual posibilitan el desarrollo de un conocimiento impulsándolo en una cierta dirección; y por el otro el negativo, por el cual se pone límites a la elaboración de ideas. Estas categorías podrían contribuir a precisar las modalidades de intervención de los ME. Sin embargo, esta apelación al diálogo con las ciencias sociales parece difícil si consideramos la dirección hegemónica de las preocupaciones conceptuales y metodológicas de la psicología, hoy bajo fuertes imposiciones institucionales de un ME más cercano a las ciencias naturales –vía las neurociencias– que a las sociales. Para esto es importante un análisis del ME de la disciplina, tema del próximo nivel.
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