Sandra Bou Morales - El club de los ojos claros

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Emma ya no siente, desde hace dos meses. Ya no toca el violín, no encuentra inspiración ni emoción en ninguna parte. Ya no es ella. Desde que murió su hermano, Emma no es la misma; sin embargo, un curioso acontecimiento la hará despertar y darse cuenta de que, quizás, la vida es mucho más compleja de lo que ella imaginaba, y que nada es como parece ser, que la luna no es solo un astro que va más allá, y que solo el hecho de amar a alguien con todas tus fuerzas puede arrasarlo todo y cambiar el rumbo.

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Acepté su ayuda, agarrando su mano y levantándome con torpeza.

—¿A ti que te parece?

Me centré en limpiarme la chaqueta y los vaqueros, que habían quedado cubiertos de nieve que no quería que se derritiese encima de mí.

—Que deberíamos llegar a casa de Kate lo más rápido posible —contestó, evadiendo mi mal genio.

—Estoy congelada. ¡Maldita nieve! —exclamé, dando manotazos más fuertes a mi chaqueta.Ángela se tapó la boca.

—Creía que te gustaba —comentó con sorna.

Tuve paciencia. Aquello solo era un comentario divertido. No debía dejar que me llevase la furia por haber caído.

—Es relativo,Ángela.Anda, vamos antes de que me convierta en un cubito humano.

Ella me sonrió, negando lentamente, como si no diese crédito a aquello.

—¿Te burlas de mí?

Ángela levantó los hombros y cerró los ojos, dando a entender que así era.

Decidida a tomarme la revancha, aproveché nada más se giró y salté sobre ella.

—¡¿Pero qué haces, so tontaina?!

Yo me aferré mejor a su espalda, como una niña pequeña.Tenía suerte de pesar poco.

—Tomarme la revancha. Nadie se burla de mí.

—¡Ah!, ¿sí?

Antes de que pudiese bajarme, echó a correr conmigo aún cogida a su espalda.

—¡Espera! No me quiero caer.

CAPÍTULO 6

Emma

Volví a llamar al timbre. Estaba tiritando. Por lo visto, no había conseguido quitarme bien la nieve de los pantalones y tenía las piernas un tanto mojadas.

—¡¿No me fastidies que ahora no hay nadie?!

Ángela se puso delante de mí, decidida a llamar ella a la puerta. Mi amiga no parecía comprender que si no había nadie, iba a dar lo mismo que llamase yo o que llamara ella, pero una voz tras la puerta le dio una bofetada a mi queja.

—Sí que hay alguien —respondió una voz dulce.

La puerta se abrió de golpe. Era Kate, mi otra mejor amiga, la única chica a la que podía decirle que el pelo a lo chico le favorecía mucho. Estaba cubierta por una lanuda manta, y la punta de su nariz tenía un tono rojizo.

—¡Hola, chicas! ¡Emma, ¿cómo es que estás aquí?! Pasad, ahora me lo cuentas. ¿Te traigo una manta, Ojos claros?

Su emoción me envolvió, haciéndome sentir más segura. Llevaba tanto tiempo sin estar con mis dos mejores amigas que aquel ambiente ya no me parecía normal.

—Sí, por favor. Es que hoy he decidido ir al instituto. Lo echaba de menos.

Kate se acercó y me puso una manta sobre los hombros. Me senté en uno de los cómodos sillones ante el sofá, al igual que Ángela.

—Yo también —comentó Kate.

Aunque no cantaba bien, su voz era realmente dulce. Siempre me había tranquilizado.Además, al contrario que Ángela, ella era una persona tranquila y apaciguable.

—Pero con este resfriado no quiero moverme de delante de la chimenea —continuó—. Aunque según el médico debería volver pronto al instituto.

Ángela se estiro en su sillón, soltando un descarado bostezo y poniendo las manos bajo su nuca.

—Estaría bien, porque me habéis dejado sola las dos

Kate y yo nos echamos una mirada cómplice, riéndonos por lo bajo.

—Ya... —Observé a Kate nuevamente—. Una pregunta, Kate. ¿Está tu madre?

—No, está trabajando.

Desvió su mirada hacia Ángela, la cual ya estaba comiendo las típicas galletas que la madre de Kate dejaba siempre en la mesita de café.

—Angi, ¿se lo contamos? —preguntó Kate con cierto nerviosismo.

Ángela seguía engullendo las galletas. Sus mejillas se habían hinchado como las de un hámster.

—Bueno…

Kate miró al techo y soltó aire con desasosiego.

—No me digas. ¿Se lo has contado?

Ángela se quedó paralizada unos segundos, mirándonos a mí y a Kate repetidamente. Dejó el resto de galletas en la mesa y se rio de manera nerviosa.

—Es complicado. Emma estaba llorando y quería animarla. No se me ocurrió otra cosa.

Kate se sentó en el sofá. No le había hecho gracia aquello, pero ella no solía protestar, por muy injusto que fuese lo que hubiera pasado.

—Igualmente, Kate.Te doy las gracias por la idea que habéis tenido. ¡Sois las mejores amigas que se puede tener!

Me levanté de mi sillón y le di un fuerte abrazo, esperando así quitarle el mal humor. Noté como ella se estremecía de frío y me empujó levemente.

—¡Dios, estás congelada! Te traeré un chocolate.

Se levantó y fue directamente a la cocina. No podía creer lo fácil que había sido hacerle olvidar lo ocurrido. Me volví a sentar, frotándome las manos para entrar en calor.

—Bueno, ¿cuándo empezaríamos con la música?

Ángela levantó ligeramente la cabeza y la apoyó en el respaldo del sillón.

—Habíamos pensado en dejarte unos días para que escribas la canción y luego ir preparándolo —gritó Kate desde la cocina.

Ángela me miró, sonriendo.

—No te alborotes, Ojos claros.Tendremos tiempo de gravar muchas canciones.

—Ya lo sé, Angi. Pero no creo que se me ocurra nada.

Ángela se incorporó de golpe, sin levantarse del sillón.

—¿Qué has dicho? ¡Pero si Dilan y tú cantabais unas preciosas!

Tragué saliva y tanteé mis dedos sobre el reposabrazos de mi sillón. Aquel comentario no me había agradado. Noté como Kate se asomaba lentamente por la puerta de la cocina, intentando no ser advertida, para poder espiar la posible discusión. Ángela se dispuso a repetir la frase, pensando que no la había escuchado, pero yo ya tenía bastante:

—¡Era Dilan quien escribía! —grité, ofendida—. ¡Yo lo intenté una vez y aquello parecía un monologo!

Me puse a respirar de manera agitada, intentando no llegar al extremo de llorar. Estaba realmente tensa. La situación que había vivido durante los dos últimos meses no era nada agradable. Me sentía vulnerable. Cualquier cosa me hacía saltar, devolviéndome a un estado de ansiedad que detestaba.

Quise pedir perdón, pero Kate se apresuró a actuar, acercándose a mí con rapidez.Volví mi cabeza hacia ella para aceptar el chocolate caliente, pero entonces ella tropezó con un juguete del suelo, cayendo de bruces y derramándome todo el chocolate sobre las piernas. Escuché el crujido de la barbilla de mi amiga contra el suelo, pero antes de poder preocuparme por ella, las piernas empezaron a quemarme, debido a la temperatura del chocolate.

—¡Lo siento! —exclamó Kate, levantándose como si no se hubiese hecho daño—. ¿Estás bien?

No pude contestarle. Me levanté, soltando rápidamente algún insulto y agitando mis manos.

—¿A qué temperatura has calentado esto? ¡Dios, cómo quema!

Kate agachó levemente la cabeza, avergonzada.

Mientras intentaba librarme del abrasante chocolate sin mancharle la alfombra a Kate, noté como Ángela nos miraba realmente asombrada.

—¡Espera! —dijo Kate, nerviosa—.Te traeré otros pantalones.

Se volvió con rapidez, volviendo a tropezar con el dichoso juguete, esta vez sin caerse.

—¡Maldita sea, Rex!

Un pequeño perro color canela bajó por las escaleras, acudiendo a la llamada de su dueña. Llevaba un peluche en la boca, haciendo su imagen más tierna. Su oreja izquierda estaba agachada y la otra levantada, como siempre.Tenía esa mirada dulce e inocente de la cual Kate se había enamorado hacía años.Vi como su mirada se desviaba hacia mí, mientras movía su nariz graciosamente, husmeando el ambiente.

Antes de que Kate pudiese acercársele para regañarle, Rex soltó el peluche y corrió hacia mí para lamer el chocolate que resbalaba por mis pantalones. A Ángela se le escapó una risotada y se tapó la boca, para no ofender a Kate, que tenía ya los nervios crispados. Esta se apresuró a agarrar a su perro por el collar, el cual se quejó mirando fijamente mis vaqueros.

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