A to Z Classics - Mujercitas

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Little Women o, Meg, Jo, Beth y Amy es una novela de la autora estadounidense Louisa May Alcott (1832-1888). Escrita y publicada en dos partes en 1868 y 1869, la novela sigue la vida de cuatro hermanas, Meg, Jo, Beth y Amy March, y se basa libremente en las experiencias infantiles de la autora con sus tres hermanas. La primera parte del libro fue un éxito comercial y crítico inmediato y provocó la composición de la segunda parte del libro, también un gran éxito. Ambas partes se publicaron por primera vez como un solo volumen en 1880. El libro es un clásico estadounidense incuestionable.

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—Ya sabes que no suelo seguir consejos de nadie; no puedo pasar un día entero sin hacer nada y no me gusta dormitar junto a la chimenea. Tengo ganas de aventura y voy a salir en busca de alguna.

Meg volvió al comedor para calentarse los pies y leer Ivanhoe y Jo se dedicó a despejar la nieve del camino con mucha energía. La nieve era muy ligera y la joven no tardó en abrir paso alrededor del jardín para que Beth pudiese salir a dar un paseo, cuando el sol asomase; sus muñecas impedidas necesitaban tomar el aire. El jardín lindaba con la propiedad del señor Laurence; las casas estaban situadas en un barrio de las afueras que recordaba mucho el campo, con alamedas y espacios con césped, amplios jardines y calles tranquilas. Un seto bajo servía de límite entre ambas propiedades. A un lado se alzaba una casa vieja de color marrón oscuro, que tenía un aspecto algo abandonado, desprovista de la parra que la embellecía en verano y de las flores que solían rodearla. Al otro lado había la casa señorial de piedra, que mostraba claramente lo holgado de la posición de sus habitantes, pues contaban con toda clase de comodidades, desde una gran cochera hasta unos paseos bien cuidados que conducían hasta el invernadero, sin olvidar un sinfín de cosas hermosas que se atisbaban entre los pesados cortinajes de las ventanas. Sin embargo, la casa parecía solitaria y sin vida; no había niños jugando en el césped, ni se veía el rostro de una madre saludar desde sus ventanas, y no entraba ni salía nadie salvo el anciano y su nieto.

Jo imaginaba la casa como una especie de castillo encantado, repleto de maravillas y comodidades de las que nadie disfrutaba. Hacía tiempo que deseaba descubrir aquellas maravillas ocultas y saludar al joven Laurence, que parecía deseoso de darse a conocer, aunque no supiera por dónde empezar. Desde el baile, el interés de la joven por su vecino no había hecho sino aumentar, y había imaginado varias estrategias para entablar conversación con él. Pero hacía mucho que nadie le veía y Jo empezó a temer que se hubiese marchado, hasta que un día vio, en una de las ventanas de la planta superior, un rostro que miraba con curiosidad hacia el jardín de su casa, donde Beth y Amy habían organizado una guerra de bolas de nieve.

Este joven necesita compañía y diversión, se dijo. Su abuelo no sabe lo que le conviene y lo mantiene encerrado, aislado del mundo. Necesita jugar con muchachos alegres o estar con una persona joven y animada. Me dan ganas de ir y decírselo al anciano señor.

La idea le pareció divertida. Le encantaba hacer cosas osadas y siempre escandalizaba a Meg con sus salidas de tono. Jo no olvidó su plan de ir a la casa y aquella tarde de nieve decidió intentar llevarlo a cabo. Cuando vio salir al señor Laurence, empezó a abrir un camino en la nieve en dirección al seto, donde se detuvo para estudiar la situación. Todo estaba en calma. En las ventanas de la planta baja, las cortinas estaban corridas. No había ningún criado a la vista y la única forma humana que se distinguía era la de una cabeza de cabello oscuro y rizado apoyada sobre una mano en una ventana de la planta alta.

Ahí está, pensó Jo. ¡Pobre muchacho! ¡Solo y enfermo en un día tan sombrío! ¡Qué pena! Le arrojaré una bola de nieve a la ventana para que me mire y, entonces, le diré algo amable.

Dicho y hecho. Jo lanzó una bola de nieve y la cabeza que se veía por la ventana se volvió de inmediato. El rostro perdió su expresión lánguida al instante, los ojos se iluminaron y los labios esbozaron una sonrisa. Jo asintió, se echó a reír y, blandiendo la escoba, preguntó:

—¿Qué tal se encuentra? ¿Está enfermo? Laurie abrió la ventana y su voz sonó ronca como el graznido de un cuervo - фото 33

Laurie abrió la ventana y su voz sonó ronca como el graznido de un cuervo cuando respondió:

—Estoy mucho mejor, gracias. He tenido un fuerte catarro y no he podido salir en toda la semana.

—Lo lamento. ¿Con qué se distrae usted?

—Con nada. Esto es tan aburrido como una tumba.

—¿No lee?

—Casi nada, no me lo permiten.

—¿Y no puede alguien leerle en voz alta?

—Mi abuelo lo hace a veces, pero mis libros no le interesan, y no me gusta tener que pedirle siempre a Brooke que me lea.

—Entonces, invite a alguien para que le haga compañía.

—No me apetece ver a nadie. Los muchachos alborotan demasiado y a mí me duele la cabeza.

—¿No conoce a ninguna muchacha amable dispuesta a leer en voz alta y conversar un rato? Las mujeres somos más tranquilas y, por lo general, nos gusta hacer de enfermeras.

—No conozco a ninguna.

—¿Qué hay de mí? —Jo se echó a reír, pero paró de inmediato.

—¡Claro, es cierto! ¿Me haría el favor de venir a hacerme compañía? —preguntó Laurie.

—No me considero un ejemplo de muchacha tranquila y amable pero, si mi madre lo aprueba, iré a visitarle. Voy a pedirle permiso. Ahora, pórtese bien, cierre la ventana y espere a que vuelva.

Dicho esto, Jo se colocó la escoba sobre el hombro y entró en su casa preguntándose qué dirían todas. Laurie, emocionado ante la perspectiva de recibir una visita, corrió a arreglarse, En palabras de la señora March, él era un «joven caballero», y qué menos que ponerse un cuello limpio, peinarse y recoger un poco la habitación que, a pesar de la media docena de criados a su servicio, no estaba demasiado presentable. Al poco tiempo, oyó el timbre de la entrada, luego una voz decidida que preguntaba por el «señor Laurie», y una sorprendida criada acudió a anunciarle la visita de una jovencita.

—Está bien, hágala pasar. Es la señorita Jo —explicó Laurie al tiempo que se dirigía a una salita para recibir a Jo, quien tenía un aspecto saludable y sereno y parecía sentirse a sus anchas. La joven llevaba un plato tapado en una mano y los tres gatitos de Beth en la otra.

—Aquí estoy, con todo el equipaje —dijo sin pensar—. Mi madre le manda saludos y está encantada de que podamos hacer algo por usted, Meg me ha pedido que le traiga un poco de su pudin blanco, que es estupendo, y Beth ha pensado que los tres gatitos le animarían. Sé que más que nada serán una molestia, pero la pobre tenía tantas ganas de colaborar que no me he podido negar.

Lo cierto es que el divertido préstamo de Beth fue de lo más acertado, porque los gatitos hicieron reír a Laurie, que olvidó su timidez y se mostró más comunicativo de lo habitual.

—Esto es demasiado bonito para comerlo —exclamó con una sonrisa cuando Jo destapó el plato en el que estaba el pudin blanco, rodeado por una guirlanda de hojas verdes y flores rojas del geranio preferido de Amy.

—No es gran cosa, pero todas le estamos muy agradecidas y ésta es nuestra forma de mostrárselo. Pídale a la criada que se lo guarde para la hora del té. Es un plato muy sencillo, lo puede comer sin problemas. Es muy suave y no le dolerá la garganta al tragarlo. ¡Qué habitación más agradable!

—Lo sería si estuviese más ordenada, pero las criadas son perezosas y no sé qué hacer para que muestren un poco más de interés. A decir verdad, el asunto me tiene algo preocupado.

—Quedará estupenda en un par de minutos. Solo hay que limpiar un poco el hogar de la chimenea, así… Ordenar los adornos de la repisa, así… Dejar los libros aquí y las botellas allá, orientar el sofá hacia la luz y ahuecar un poco los cojines. Bueno, ya está listo.

Y, en efecto, lo estaba. Mientras reía y hablaba, Jo había ido colocando cada cosa en su sitio y había dado un aire nuevo a la habitación. Laurie la había contemplado en silencio, con respeto, y, cuando la joven le indicó que se sentara en el sofá, dejó escapar un suspiro de satisfacción y dijo, muy agradecido:

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