—¡Eso! ¡Eso! —vitoreó Jo mientras hacía sonar la tapa del calentador como si fuera un platillo.
—Prosiga —pidieron Winkle y Tupman, y el presidente asintió con la cabeza.
—Solo quiero decir que, como muestra de mi gratitud por el honor concedido, y con vistas a mejorar las relaciones con las naciones vecinas, he instalado un buzón de correos en el extremo inferior del jardín. Se trata de un espacio amplio y agradable, con candados en las puertas, totalmente acondicionado para el particular. Se trata de una antigua pajarera. He abierto el techo para que quepan toda clase de objetos y nos permita ahorrar nuestro valioso tiempo. Se pueden dejar cartas, manuscritos, libros y paquetes y, puesto que cada nación tendrá una llave, creo que nos será muy útil, o eso espero. Ésta es la llave del club. Ahora tomaré asiento, no sin antes agradecerles una vez más el honor que me conceden.
Se oyó un fuerte aplauso cuando el señor Weller dejó la llave sobre la mesa, el calentador sonó varias veces desconsoladamente y hubo de pasar un buen rato hasta que al fin se restableció el orden. Siguió después una larga conversación en la que todos participaron con sumo interés. La reunión resultó más animada que de costumbre y terminó bastante tarde, tras tres fuertes vítores en honor del nuevo miembro.
Nadie se arrepintió de haber aceptado a Sam Weller, que resultó ser un miembro educado y jovial. Sin duda, su presencia animó las reuniones, y mejoró la calidad del periódico porque tenía el don de elaborar frases impactantes y redactar textos interesantes sobre temas patrióticos, clásicos, cómicos o dramáticos, pero nunca sentimentales. Jo lo consideraba una especie de Bacon, Milton o Shakespeare, y se sintió impulsada a mejorar sus propios escritos, con buenos resultados, o eso pensaba.
El buzón de correos se convirtió en una pequeña institución que funcionó a las mil maravillas, ya que recibía tantas cosas como una verdadera estafeta de correos. Tragedias y corbatas, poesías y fruta confitada, semillas para el jardín y largas cartas, música y pan de jengibre, gomas, invitaciones, reprimendas y cachorros. El viejo señor Laurence celebró la idea y se divertía enviando paquetes raros, mensajes misteriosos y telegramas graciosos. Y el jardinero, que estaba enamorado de Hannah, le mandó una auténtica carta de amor por mediación de Jo. ¡Cómo se rieron todas cuando se descubrió el secreto, sin sospechar las muchas cartas de amor que aquel buzón estaba destinado a recibir en años venideros!
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