Título original: Little Women
Traducción: María del Pilar Londoño
Primera edición en esta colección: julio de 2021
© 1868, Louisa May Alcott
© Sin Fronteras Grupo Editorial
ISBN: 978-958-5191-20-4
Coordinador editorial: Mauricio Duque Molano
Edición: Juana Restrepo Díaz
Diseño de colección y diagramación:
Paula Andrea Gutiérrez Roldán
Multimpresos S.A.S.
Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado: impresión, fotocopia, etc, sin el permiso previo del editor.
Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.
Diseño epub: Hipertexto – Netizen Digital Solutions
—La Navidad no será Navidad sin los regalos —refunfuñó Jo acostada en la alfombra.
—Es tan triste ser pobre… —suspiró Meg observando su vestido viejo.
—No es justo que algunas niñas tengan montones de cosas bonitas mientras otras no tienen nada —añadió la pequeña Amy con un sollozo.
—Bueno, tenemos a papá y a mamá, y nos tenemos a nosotras —dijo Beth con satisfacción desde su rincón.
Los cuatro jóvenes rostros en los que brillaba el resplandor de la chimenea se iluminaron con aquellas palabras entusiastas, pero se ensombrecieron de nuevo cuando Jo dijo:
—No tenemos a papá, y no lo veremos en mucho tiempo. —No dijo “tal vez nunca”, pero cada una lo añadió en su mente pensando en su padre, tan lejos, allí donde se peleaba la guerra.
Ninguna pronunció palabra durante un momento. Luego Meg dijo en un tono alterado:
—Ustedes saben que la razón por la que mamá propuso no darnos ningún regalo esta Navidad es que será un invierno difícil para todos, y ella considera que no deberíamos gastar dinero en gustos cuando nuestros hombres están pasando tantos sufrimientos en el ejército. No hay mucho en lo que podamos ayudar, pero sí podemos hacer pequeños sacrificios y hacerlos de buen grado, pero me temo que yo no lo logro —Meg sacudió la cabeza como arrepintiéndose de pensar en todas las cosas bonitas que deseaba.
—Pero no creo que lo poco que podemos gastar ayude para nada. Cada una recibió un dólar, y al ejército no le serviría mucho que se los diéramos. Estoy de acuerdo con no esperar nada de mamá ni de ustedes, pero sí quiero comprar Undine y Sintram para mí. Hace mucho tiempo quiero ese libro—dijo Jo, que era un ratón de biblioteca.
—A mí me gustaría gastar el mío en música nueva —dijo Beth, con un pequeño suspiro, aunque nadie la oyó excepto por el cepillo del fogón y el cogeollas.
—Yo me compraré una linda caja de colores Faber. Sí que los necesito —dijo Amy decididamente.
—Mamá no mencionó nada sobre nuestro dinero, y no querrá que renunciemos a todo. Compremos lo que queremos y divirtámonos un poco. Trabajamos como unos burros para ganarlo —se quejó Jo mientras miraba las suelas de sus botas con aire resignado.
—Por lo menos yo sí lo hago, al ser institutriz de esos horribles niños casi todo el día, cuando anhelo disfrutar de estar en casa —dijo Meg en tono quejumbroso de nuevo.
—A ti no te toca ni la mitad de duro que a mí. ¿Te gustaría tener que estar en silencio durante horas con una anciana nerviosa y quisquillosa que te mantiene corriendo, que nunca está satisfecha y que te fastidia tanto que quieres salir volando por la ventana o darle un papirotazo?
—Sé que es de mala educación quejarse, pero lavar platos y mantener todo limpio es el peor trabajo del mundo. Me enoja mucho y mis manos quedan tan rígidas que no me salen bien los ensayos. —Beth observó sus manos maltratadas con un suspiro que todas pudieron oír esta vez.
—No creo que ninguna de ustedes sufra como yo —dijo Amy—: no tienen que ir al colegio con niñas impertinentes que las fastidien si no se saben las lecciones, y que se burlen de sus vestidos, y que etiqueten a su papá de no ser rico, y que las insulten si su nariz no es bonita.
—Si quieres decir encasillar , tienes razón. Pero no hables de etiquetas , como si papá fuera un frasco de pepinillos —aconsejó Jo riendo.
—Sé lo que quiero decir. No tienes que ser tan sarcrástica . Es bueno utilizar nuevas palabras y enmejorar el vocabulario —respondió Amy con dignidad.
—No se molesten la una a la otra, niñas. ¿No te gustaría que tuviéramos el dinero que papá perdió cuando éramos pequeñas, Jo? Oh, estaríamos muy bien y felices si no tuviéramos preocupaciones —dijo Meg, quien podía recordar mejores tiempos.
—Tú dijiste hace unos días que nosotras éramos más felices que los niños King, pues ellos se peleaban y se reñían todo el tiempo a pesar de su riqueza.
—Sí, es verdad, Beth —dijo Meg—. Bueno, supongo que lo somos, porque, aunque tenemos que trabajar, nos reímos mucho y somos una pandilla bien alegre, como diría Jo.
—Es verdad que Jo suele hablar en jerga —observó Amy echando una mirada reprobatoria a la larga figura tendida sobre la alfombra. Jo se sentó de inmediato, guardó las manos en los bolsillos del delantal y comenzó a silbar.
—No hagas eso, Jo, es tan de niño…
—Por eso lo hago.
—Detesto las niñas burdas y poco femeninas.
—Yo odio las muchachitas remilgadas y creídas.
— “Buena es la pelea ganada, pero es mejor la evitada…” —recitó Beth, la mediadora, con una cara tan graciosa que las dos tensas voces se suavizaron en una carcajada, y el asunto terminó por el momento.
—De verdad, niñas, pórtense bien —dijo Meg en su tono sabihondo de hermana mayor—. Ya estás muy grande como para seguir haciendo cosas de niño, Josephine, ya es hora de que te comportes mejor. No importaba tanto cuando eras pequeña, pero ahora eres tan alta… y arréglate el pelo, deberías recordar que eres una señorita.
—¡No es verdad! ¡Y si arreglarme el pelo me hace señorita, lo usaré suelto hasta cumplir veinte! —exclamó Jo quitándose la malla y sacudiendo una melena castaña—. Odio pensar que debo crecer para ser la señorita March, y usar vestidos largos, y lucir tan estirada como una margarita. Ya es lo suficientemente malo ser chica comparado con los juegos de los chicos, sus trabajos y sus maneras. No puedo superar mi decepción por no haber nacido muchacho, y ahora es peor que nunca, porque me muero por ir a pelear al lado de papá, y solo puedo quedarme en casa tejiendo como una viejita decrépita —y Jo sacudió el calcetín de color azul militar, haciendo tintinear las agujas mientras su ovillo rebotaba hasta el otro extremo del cuarto.
—Pobre Jo, ¡es una lástima que te sientas así! Pero es inevitable, así que conténtate con darle a tu nombre forma masculina y jugar a que eres nuestro hermano —dijo Beth acariciando la cabeza recostada sobre sus rodillas, con una mano que ni siquiera por todo el detergente del mundo perdería la suavidad de su tacto.
—En cuanto a ti, Amy —continuó Meg—, eres demasiado meticulosa y presumida. Por ahora tus ínfulas causan gracia, pero si no tienes cuidado serás muy petulante cuando crezcas. Me gustan tus modales y tu manera refinada de hablar cuando no tratas de ser elegante, pero tus palabras rebuscadas son tan desagradables como la jerga de Jo.
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