A to Z Classics - Mujercitas

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Little Women o, Meg, Jo, Beth y Amy es una novela de la autora estadounidense Louisa May Alcott (1832-1888). Escrita y publicada en dos partes en 1868 y 1869, la novela sigue la vida de cuatro hermanas, Meg, Jo, Beth y Amy March, y se basa libremente en las experiencias infantiles de la autora con sus tres hermanas. La primera parte del libro fue un éxito comercial y crítico inmediato y provocó la composición de la segunda parte del libro, también un gran éxito. Ambas partes se publicaron por primera vez como un solo volumen en 1880. El libro es un clásico estadounidense incuestionable.

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No terminó la frase, porque Belle la miró meneando la cabeza y observó con dulzura:

—Yo no lo veo raro; ¿por qué iba a tener muchos vestidos si apenas sale? Aunque tuvieras media docena más, Daisy, no habría necesidad de pedir que te los trajeran. Yo tengo uno de seda azul que me queda pequeño y me encantaría que te lo pusieras. ¿Me harás ese favor, querida?

—Eres muy amable, pero no me importa usar un vestido viejo, si a ti no te importa; creo que es suficiente para una niña como yo —dijo Meg.

—No, por favor, me apetece mucho verte elegante. Te ayudaré encantada y, con unos pequeños retoques aquí y allá, estarás espectacular. No dejaré que te vea nadie hasta que hayamos terminado y, entonces, entraremos en el baile como Cenicienta y su hada madrina —propuso Belle en un tono muy persuasivo.

Meg no podía rechazar una oferta tan bondadosa. El deseo de ver si en verdad podía convertirse en una joven atractiva la decidió a aceptar, y olvidó su antiguo malestar con los Moffat.

La tarde del jueves, Belle y su criada se encerraron junto con Meg para convertir a ésta en toda una dama. Le rizaron el cabello, le pusieron talco perfumado en el cuello y los brazos, le aplicaron en los labios pomada de coralina, para que quedasen más rojos, y Hortense hubiese añadido un « soupçon de carmín» pero Meg se negó en redondo. La embutieron en un vestido azul cielo tan ceñido que apenas podía respirar y con un escote tan bajo que se ruborizó al verse en el espejo. Le prestaron también un juego de pulsera, collar, broche y pendientes de plata, que Hortense ató con un hilo de seda rosa prácticamente invisible. Adornaron su pecho con un ramillete de capullos de rosas, un ruche hizo que la idea de lucir sus blancos y hermosos hombros fuera más llevadera para Meg, y un par de botas de tacón de seda azul le parecieron un sueño hecho realidad. Un pañuelo de encaje, un abanico de plumas y un ramillete con un soporte de plata completaron el atuendo. Belle la contempló con la misma satisfacción que experimenta una niña cuando acaba de vestir a su muñeca.

Mademoiselle está charmante, très jolie , ¿verdad? —exclamó Hortense aplaudiendo con una irrefrenable emoción.

—Vayamos a que te vean las demás —propuso Belle, y la condujo hasta la sala en la que esperaban sus amigas.

Cuando Meg salió tras ella, arrastrando su larga falda, con los pendientes tintineando, los bucles ondeando y el corazón acelerado, se dijo que, al fin, le había llegado el momento de pasar un buen rato. Al verse en el espejo, había observado que, en efecto, parecía una hermosa damita. Sus amigas repitieron esa misma expresión con entusiasmo y, por un instante, como la grajilla de la fábula, disfrutó de las plumas prestadas mientras las demás cotorreaban como urracas.

—Nan, mientras me visto, explícale cómo moverse con la falda y los tacones para que no tropiece. Clara, prende tu mariposa de plata en esa cinta blanca para el cuello y esconde ese tirabuzón que asoma por la izquierda, pero con cuidado de no estropear mi hermosa obra —indicó Belle antes de marcharse a toda prisa, muy complacida con el éxito obtenido.

—No me atrevo a bajar. Me siento muy extraña y tiesa, medio desnuda —confesó Meg a Sallie cuando sonó la campanilla que indicaba el inicio del baile y la señora Moffat las mandó llamar.

—No pareces tú, pero estás preciosa. A tu lado, ni se me ve. Belle tiene un gusto exquisito y te ha vestido a la última, pareces una auténtica francesa, te lo garantizo. Deja el ramillete un poco más suelto, no estés tan pendiente de las flores y procura no tropezar —dijo Sallie, esforzándose por no sentirse mal porque Meg estuviese más guapa que ella.

Margaret bajó con cuidado por las escaleras recordando en todo momento la - фото 49

Margaret bajó con cuidado por las escaleras, recordando en todo momento la advertencia de su amiga, y entró en la sala de estar, en la que la familia Moffat estaba reunida con los primeros invitados. No tardó en descubrir que la ropa elegante ayuda a atraer a cierta clase de personas y granjea respeto. Varias jovencitas que no le habían hecho el menor caso antes se mostraron súbitamente interesadas por su persona; algunos jóvenes que, en la otra fiesta, se habían contentado con mirarla de reojo pidieron que se la presentaran y no cesaron de piropearla, y varias damas mayores que, sentadas en los sofás, se dedicaban a criticar a los demás preguntaron quién era con cierto interés. Oyó que la señora Moffat contestaba a una de ellas:

—Es Daisy March, su padre es coronel del ejército. Una muy buena familia, aunque han sufrido un revés de la fortuna, ya sabe. Son grandes amigos de los Laurence. Es una gran muchacha, se lo aseguro. Mi hijo Ned la adora.

—¡Caramba! —exclamó otra dama poniéndose las gafas para estudiar mejor a Meg, que trataba de actuar con naturalidad, como si no hubiese oído nada, a pesar de lo que le habían impresionado las mentirijillas de la señora Moffat.

En ningún momento dejó de sentirse rara, pero se dijo que estaba representando el papel de dama en una obra y salió airosa del trance, a pesar de que el vestido le apretaba demasiado y hacía que tuviera flato, la cola de la falda se le enredaba en los pies y temía perder o romper uno de aquellos pendientes que parecían siempre a punto de caerse. Estaba abanicándose y celebrando los chistes malos de un joven que pretendía mostrarse ocurrente cuando de repente dejó de reír, desconcertada, al ver frente a ella a Laurie. Éste la miraba con evidente sorpresa y aire de desaprobación, o eso le pareció. Aunque el joven hizo una reverencia y sonrió, había algo en su franca mirada que la hizo sentirse incómoda y deseó llevar puesto su viejo vestido. Su perplejidad fue aún mayor cuando vio que Belle hacía señas a Annie y ambas se los quedaban mirando. Aunque se alegró mucho de ver a Laurie, éste le pareció más tímido e infantil que nunca.

¡Qué tontas son! ¡Y qué estupideces pretenden meterme en la cabeza! No les haré caso ni permitiré que me cambien en absoluto, pensó Meg al tiempo que cruzaba la sala para estrechar la mano de su amigo.

—Me alegra que hayas venido, temía que no te presentaras —dijo tratando de conducirse como una adulta.

—Jo me pidió que viniese para contarle qué aspecto tenías y aquí estoy —dijo Laurie sin mirarla, aunque su tono maternal le hizo sonreír.

—¿Y qué le vas a contar? —preguntó Meg, curiosa por conocer su opinión, a pesar de que, por primera vez, se sentía incómoda hablando con él.

—Le diré que no te conocí, que me pareciste tan mayor y distinta que me diste miedo —explicó Laurie jugueteando con su guante.

—¡No seas tonto! Las chicas me han vestido así para divertirse, y a mí me gusta bastante. ¿No crees que Jo no me quitaría ojo si estuviese aquí? —preguntó Meg, que quería averiguar si la encontraba favorecida.

—Sí, eso creo —contestó Laurie en tono grave.

—¿No te gusta? —preguntó Meg.

—No —dijo el muchacho abiertamente.

—¿Por qué no? —inquirió ella con un deje de angustia.

El joven observó su cabello rizado, sus hombros al descubierto y el estupendo vestido con una expresión que la dejó más abatida aún que la respuesta, en la que la habitual cortesía de Laurie brillaba por su ausencia.

—Me desagradan tantos adornos y plumas.

Aquello era demasiado en boca de un jovencito mucho menor que ella, de modo que Meg se retiró diciendo malhumorada:

—Eres el chico más descortés que he visto nunca.

Muy molesta, se acercó a una ventana, para que el aire le refrescase las mejillas, que le ardían por culpa de lo apretado de su vestido. El mayor Lincoln pasó a su lado y, segundos después, Meg oyó que le decía a su madre:

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