A to Z Classics - Mujercitas

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Little Women o, Meg, Jo, Beth y Amy es una novela de la autora estadounidense Louisa May Alcott (1832-1888). Escrita y publicada en dos partes en 1868 y 1869, la novela sigue la vida de cuatro hermanas, Meg, Jo, Beth y Amy March, y se basa libremente en las experiencias infantiles de la autora con sus tres hermanas. La primera parte del libro fue un éxito comercial y crítico inmediato y provocó la composición de la segunda parte del libro, también un gran éxito. Ambas partes se publicaron por primera vez como un solo volumen en 1880. El libro es un clásico estadounidense incuestionable.

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—Gracias, señorita —dijo una voz ronca a sus espaldas—. Para consternación de Jo, allí estaba el anciano señor Laurence.

La pobre Jo se ruborizó y el corazón le empezó a latir demasiado rápido mientras recordaba qué había dicho. Por unos segundos, sintió un irrefrenable deseo de salir corriendo. Pero eso hubiese sido cobardía y sus hermanas se hubiesen mofado de ella, por lo que decidió quedarse y salir del aprieto de la mejor manera posible. Al mirar de nuevo al anciano observó que sus ojos, bajo unas cejas pobladas, brillaban y parecían aún más benévolos que los del retrato y tenían una expresión pícara que hizo que gran parte de su miedo se esfumara. La voz del caballero sonó más ronca que nunca cuando preguntó de pronto, tras el terrible silencio:

—Así pues, dice que no me tiene miedo, ¿verdad?

—Así es, señor.

—Y no me encuentra tan guapo como a su abuelo.

—En efecto, señor.

—Y parece que siempre me salgo con la mía.

—Era una opinión, señor.

—Y, a pesar de todo eso, le caigo bien.

—Sí, señor, así es.

Las respuestas de Jo fueron del agrado del anciano caballero, que se echó a reír, le estrechó la mano, y la tomó de la barbilla para levantarle el rostro, lo observó con expresión seria y, tras retirar la mano, meneó la cabeza.

—Tiene usted el carácter de su abuelo, aunque no se parece físicamente a él. Era un buen hombre, querida, pero, por encima de todo, era valiente y honrado. Me enorgullezco de haber sido amigo suyo.

Gracias señor repuso Jo que ahora se sentía a gusto después de oír un - фото 35

—Gracias, señor —repuso Jo, que ahora se sentía a gusto después de oír un comentario tan agradable.

—¿Qué le ha hecho a mi nieto? —preguntó a continuación el anciano con tono severo.

—Solo intentaba ser una buena vecina, señor —respondió Jo, y le explicó el propósito de su visita.

—¿Cree que necesita distraerse un poco?

—Sí, señor, parece algo solitario y tal vez la compañía de otros jóvenes le haría bien. En casa somos todas mujeres, pero estaríamos encantadas de ayudar, si está en nuestra mano. Nunca olvidaremos el magnífico regalo de Navidad que nos hizo llegar —dijo Jo emocionada.

—Eso fue cosa de mi nieto. ¿Cómo está aquella pobre mujer?

—Está mejor, señor —contestó Jo, que a continuación, hablando muy rápido, le explicó todo cuanto sabía sobre los Hummel, a los que, por mediación de su madre, ahora ayudaban unos amigos más ricos que ellas.

—Así era como hacía el bien su abuelo, señorita. Pasaré a visitar a su madre un día de éstos. Coménteselo. El sonido de esa campanilla anuncia la hora del té; lo tomamos temprano por el muchacho. Baje conmigo y siga comportándose como una buena vecina.

—Si así lo quiere, señor —repuso Jo.

—De no ser así, no se lo pediría. —Y el señor Laurence le ofreció el brazo, a la antigua usanza.

¿Qué diría Meg si me viera?, pensó Jo, mientras caminaba del brazo del señor Laurence y los ojos le bailaban de alegría al imaginarse contándoselo a sus hermanas.

—¡Eh!, ¿qué demonios le pasa a este joven? —exclamó el anciano al ver que Laurie bajaba corriendo por las escaleras y se paraba perplejo al encontrar a Jo del brazo de su temible abuelo.

—No sabía que ya estaba en casa, señor —dijo Laurie mientras Jo le lanzaba una mirada de triunfo.

—Eso está claro por el estruendo que has armado al bajar por las escaleras. Ven a tomar el té y compórtate como un caballero. —Y tras dar un cariñoso tirón de pelo a su nieto, el anciano caballero continuó caminando, mientras, a sus espaldas, Laurie le hacía mofa con unos gestos tan cómicos que a Jo le costó contener la risa.

El anciano bebió cuatro tazas de té sin apenas pronunciar palabra. Se dedicó a observar a los dos jóvenes, que no tardaron en charlar con la confianza de dos viejos amigos, y no pudo por menos de reparar en el cambio que había experimentado su nieto. Su rostro tenía color, luz y vida, sus gestos eran más vivaces y su risa reflejaba una alegría sincera.

Tiene razón, el muchacho se siente solo. Veré qué pueden hacer estas jovencitas por él, pensó el señor Laurence mientras escuchaba y observaba a la pareja. Jo le había caído en gracia, le gustaba su carácter, extravagante y directo, y parecía entender a su nieto tan bien como sí ella misma fuese un muchacho.

Si los Laurence hubieran sido lo que Jo llamaba «tiesos y remilgados», no habría simpatizado con ellos, porque esa clase de personas la hacían sentirse inhibida e incómoda. Pero, como eran sencillos y naturales, se comportó tal cual era y causó una buena impresión. Al levantarse de la mesa, Jo anunció que se marchaba, pero Laurie dijo que tenía algo más que mostrarle y la llevó al invernadero, que estaba iluminado en su honor. A Jo le pareció estar en el país de las hadas mientras recorría los caminos bordeados de flores, en aquella luz suave, el ambiente húmedo y dulce, entre magníficos árboles y enredaderas, Su nuevo amigo cortó flores hasta que ya no le cupieron en las manos. Luego las ató en un ramillete y dijo con ese semblante alegre que tanto gustaba a Jo:

—Por favor, déselas a su madre y dígale que me ha gustado mucho la medicina que me ha enviado.

Encontraron al señor Laurence de pie junto al fuego en el salón grande pero - фото 36

Encontraron al señor Laurence de pie junto al fuego, en el salón grande, pero lo que llamó la atención de Jo fue un magnífico piano de cola abierto.

—¿Toca usted el piano? —preguntó volviéndose hacía Laurie con una expresión respetuosa en el rostro.

—En ocasiones —contestó él con modestia.

—Por favor, toque algo. Me gustaría oírle para poder contárselo a Beth.

—¿No prefiere tocar usted primero?

—Yo no sé tocar; soy demasiado torpe para aprender, pero me encanta la música.

Laurie tocó para ella y Jo escuchó, embriagada por el olor de los heliotropos y las rosas. Su respeto y aprecio por el joven Laurence aumentaron al ver que tocaba bien y sin presunción. Deseó que Beth pudiese oírle, pero no lo dijo; elogió su arte hasta que el chico se ruborizó y el abuelo acudió en su rescate.

—Es suficiente, suficiente, señorita; no le conviene recibir tantos cumplidos. No toca mal, pero confío en que pueda hacer cosas más importantes. ¿Se va ya? Muchas gracias por su visita. Vuelva pronto y salude a su madre de mi parte. Buenas noches, doctora Jo.

El anciano le estrechó la mano cordialmente, pero parecía contrariado. Cuando se dirigían al vestíbulo, Jo preguntó a Laurie si había dicho algo inconveniente. El joven negó con la cabeza.

—No, ha sido por mí. No le gusta verme tocar.

—¿Por qué?

—Se lo contaré en otra ocasión. Como yo no puedo acompañarla a casa, John irá con usted.

—No es necesario. No soy una niña y, además, vivo a un paso. Cuídese mucho, ¿de acuerdo?

—Lo haré, pero espero que vuelva pronto. ¿Lo hará?

—Si promete devolvernos la visita en cuanto esté recuperado.

—Así lo haré.

—Buenas noches, Laurie.

—Buenas noches, Jo, buenas noches.

Cuando Jo terminó de relatar las aventuras de la tarde, todos los miembros de la familia sintieron ganas de visitar al muchacho. Aquella casa tenía un atractivo distinto para cada una. La señora March quería hablar de su padre con el anciano señor que todavía le recordaba, Meg soñaba con pasear por el invernadero, Beth suspiraba por el gran piano y Amy estaba ansiosa por ver las esculturas y los cuadros.

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