y siembra la desolación
por toda la tierra.
No cantes más que habrá justicia,
porque en este mundo
muchas personas actúan con malicia.
No cantes más que puede haber un mundo
donde el amor llene el corazón,
porque las personas están llenas de temor.
Sin embargo, amigo poeta,
olvida mis palabras,
permite que el viento se las lleve.
¿Sabes por qué?
Porque soy como tú, un soñador,
y creo que algún día el hombre conquistará la libertad,
al romper las cadenas
que no lo dejan amar.
Ven, no te detengas, tú sabes que por tu culpa
me estoy desangrando.
El maldito amor que nació en mi corazón por ti,
sólo me condujo a la destrucción, a la desolación,
a la tristeza, a la amargura,
al odio, al oprobio de mi alma.
Ven, no te detengas, bebe de mi sangre.
Es sólo para ti, tómala
y recuerda que la muerte ha venido a mis ojos
para llevarme al olvido, gracias a tu crueldad.
Bienvenido al valle de las lágrimas,
donde la felicidad sólo se deja ver en instantes.
Bienvenido hijo mío a padecer el dolor
de sufrir enfermedades,
a enfrentar la realidad con la máscara que tú construirás.
Bienvenido al mundo,
donde reina la especie más insensata,
inconsciente, amante de las cadenas.
Hijo mío, si tú decides conquistar la libertad,
te vas a condenar en una incertidumbre
que te causará mucho mal.
Los hombres hablan de ella,
la definen según sus conveniencias,
pero a la hora de la verdad, no la han visto caminar.
Caminar por el sendero de la verdad.
Todos dicen tenerla;
los filósofos en sus escrituras
somnolientas juegan a definirla.
Tú puedes descubrir la libertad,
palparla, besarla, sentirla,
de acuerdo a la definición de tu vida.
La libertad está en el comunismo,
en el capitalismo, en el catolicismo,
en el budismo, en el trabajo, en el estudio, en las drogas.
Hijo mío, tú vislumbrarás dónde está la libertad.
Ella es ambigua, intangible, incolora,
si piensas en hallarla encontrarás la locura.
Niño, niño hermoso,
no sabes la felicidad que envuelve mi alma,
al tenerte en mis brazos y sentir tu inconsciencia.
Niño, niño mío,
tal vez tú sabes el significado de esta palabra;
que en las noches y en el día agobia mi alma.
¿Qué es la libertad?
Tú lo comprendes pero cuando crezcas
olvidarás el significado y, como yo, sentirás un gran dolor,
llorarás lágrimas amargas.
Bienvenido al mundo hijo mío,
no sé cuál camino elegirás en tu vida,
sin embargo,
puede que nunca te hagas esa pregunta.
Y al no cuestionarte dónde está,
conquistes la libertad.
Un hilo de sangre brota en mi corazón.
El amor se desangra con el paso del dolor.
Mis manos teñidas de carmesí,
atrapan la razón solitaria en un rincón.
Cuando la sangre la toca, la razón grita de horror;
diciéndole al corazón que no se muera de amor.
El corazón ha perdido la hilaridad
los días dulces se desvanecieron con la soledad.
Ahora los latidos horadan la tristeza
y mi alma se encuentra tensa.
Con un profundo dolor, la razón grita de terror,
por favor corazón, no te mueras de amor.
El sol conduce su carruaje a su morada,
la noche lo sigue con un paso tímido,
cubriendo de sombras lentamente el país.
Un hombre sentado en el desierto,
con una túnica larga y un turbante,
mira desprevenido el ocaso.
Perdido en sus meditaciones
sobre la guerra que se avecina con pasos de dragón
y que destruye todo alrededor.
Es medio día,
el sol se halla en la mitad de su camino
en su carruaje dorado.
Un niño sonríe cuando ve llegar a su madre de compras,
abre sus brazos, corre para darle un fuerte abrazo,
ella se siente feliz porque la guerra es en otro país.
La noche lo ha cubierto todo,
la tierra descansa al recibir el cálido aire que la refresca,
después de haber recibido un caluroso abrazo de su hermano el sol.
Un grupo de amigos fuman nerviosos.
En sus miradas hay inquietud, en sus ojos tristeza y desolación.
Ellos murmuran quedamente, sobre el dragón que daña todo alrededor.
El cielo azul se tiñe de gris, lentamente la noche cubre con su manto la tierra.
Los niños, los jóvenes, las mujeres, los ancianos, los hombres, los padres, las madres, regresan a sus hogares con el corazón lleno de júbilo a reunirse con sus seres amados.
Hablan de los sucesos del día y de la guerra que su país librará para restablecer la democracia en tierras lejanas.
Luego toman la cena,
se sientan frente al televisor para compartir en familia,
se dan el beso de las buenas noches
y duermen como príncipes encantados porque
el dragón de la guerra no alcanzará sus tierras.
El sol se ha levantado,
calientan las arenas que se han congelado por el frío de la noche.
El país toma vida.
Los hombres árabes continúan sus rutinas,
pero algo ha cambiado, sus corazones tiemblan de miedo,
se asustan como niños pequeños cuando en la lejanía
suenan las sirenas que ensayan, para dar el aviso siniestro de la visita del dragón.
Los hombres trabajan con ahínco,
construyendo trincheras para cuando los pájaros de acero
arrojen fuego,
no eliminen de la faz de la tierra a sus familias.
Los soldados se preparan,
se embarcan en sus buques y portaaviones.
La libertad se acerca
la democracia está ofendida,
los americanos cobrarán venganza por la humillación
que un pueblo lejano hizo en contra de tan magnánima
sapiencia.
Los soldados estarán orgullosos
por la sangre inocente que derramarán en los campos,
por los infantes huérfanos que dejarán las bombas,
por los lisiados que llorarán eternamente su dolor,
por la muerte y horror que saciarán sus corazones.
La aldea planetaria los ensalza como héroes
¡La democracia volverá!
Gritan mientras las tropas parten hacia Medio Oriente.
Felices en sus corazones
liban la sangre que se verterá,
para saldar la ofensa a la diosa democracia.
Ha llegado la hora cero,
los pájaros de acero sobrevolarán la ciudad,
los hombres llorarán lágrimas amargas,
pues no saben si la vida conservarán.
Las sirenas suenan con su voz lúgubre,
anuncian la llegada del dragón.
La gente se esconde con el temor dentro de sus manos,
con el odio recorriendo su cuerpo por la impotencia
de no poder vencer al dragón,
como lo hizo David contra Goliat.
El miedo les carcome el alma,
todo es destrucción.
Sus hermanos murieron bajo el yugo del opresor,
bajo la excusa de darles de comer democracia
a un pueblo que nunca exigió al mundo que le obsequiaran
tan suculento plato,
que incluía una carnicería humana por parte del anfitrión.
CANTO A LOS TRES PERDIDOS
Él camina lentamente entre los álamos,
en sus manos lleva un rollo que lee con atención.
Ella está sentada entre los abedules,
la acompaña el sonido del viento
y los aullidos de los lobos.
Un niño montado en su jaca,
persigue la luna
que baña al campo con su luz plateada.
El rollo tiene secretos
nadie los conoce en la tierra.
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