Simón Puerta Domínguez - Pensamiento crítico y modernidad en América Latina
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El eje que atraviesa esta reflexión es la imperiosa necesidad por la toma de conciencia de lo propio y el conocimiento sobre la propia historia: reconocernos como latinoamericanos pasa por dar cuenta del proceso histórico común que nos vincula tan íntimamente. Llevar a buen puerto las naciones latinoamericanas pasa por dirigentes que se reconocen en su experiencia y se han formado en su historia y características particulares. Los “hombres naturales”,117 expresa Martí, triunfan sobre los “letrados artificiales”, el “mestizo autóctono” sobre el “criollo exótico”, y el gobierno adecuado para nuestras naciones debe partir de los “elementos naturales” de cada país. La intelectualidad americana ya no puede ser reconocida y juzgada a partir de su fogueo en Europa y sobre el conocimiento de lo europeo: “A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yankees o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera política habría de negarle la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive”.118
El programa martiano es uno muy consciente de su época y del particular desarrollo del capitalismo, que auguraba ya tiempos conflictivos para América Latina. Grínor Rojo119 resalta la experiencia del mundo histórico que ya para los años ochenta del siglo xix tiene Martí, lograda con su amplio andar y el reconocimiento de la envergadura de los Estados Unidos, al norte del subcontinente. Esta experiencia es lo que lleva al cubano a una postura frente a los desarrollos del mercado y las dinámicas globales cuando menos de sospecha y prevención; “Martí sabe del colonialismo y prevé ya el neocolonialismo”,120 advierte Zea del padre del proyecto asuntivo. El mundo en gestación es para Martí tan problemático como potencialmente esperanzador, por lo que debe ser enfrentado por la región como un bloque sólido, unido en la amistad y la confianza que les confiere su experiencia histórica común. “La única forma será el educar a los americanos en el conocimiento de su propia realidad, para que por ignorancia no se lancen ya a la búsqueda de modelos extraños a ella, para fracasar una y otra vez”.121 La unidad latinoamericana es una urgencia para el cubano, se trata del mutuo reconocimiento para la fortaleza frente al difícil presente y el oscuro futuro cercano: “Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.122 La derrota española de 1898 augura ya el neocolonialismo norteamericano, ese “vecino formidable”123 al que admira y critica al tiempo −“Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting”,124 dirá en otro lugar−. Esto es algo que Martí “vio mucho antes que otros, antes que casi todos”,125 y determinaría los motivos de su obra y de su figura pública. Martí, advierte Zea, “mártir de una independencia, será, también, profeta de la otra”126 al sospechar la continuidad de la situación colonial, la muda de piel del “tigre”: “La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros −de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen−, por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos”.127
Su postura programática respecto al necesario volcamiento de las fuerzas intelectuales latinoamericanas a “la lucha contra la opresión y el logro de la libertad”128 es anterior a Nuestra América. “El mundo del porvenir debiera ser, en consecuencia, profetiza Martí, un mundo igualitario, un mundo de posibilidades espléndidas que acabarán por ofrecerse las mismas para todos y todas”,129 apunta el filósofo chileno del motivo recurrente e incluso fundacional de su trabajo. Lo hará en el vaivén entre el patriotismo cubano y el nuestroamericanismo unificador de la región, como se puede apreciar en su actividad de 1889: en su publicación del 25 de marzo en el periódico The Evening Post, de Nueva York, titulada “Vindicación de Cuba”, como réplica a un artículo, ofensivo para Cuba, publicado el 16 del mismo mes en The Manufacturer, de Filadelfia, y en su discurso titulado “Madre América”, del 19 de septiembre en la Sociedad Literaria Hispanoamericana, en el marco de la visita a Cuba de algunos delegados de la Conferencia Internacional Americana, respectivamente. En su escrito patriótico “Vindicación de Cuba”, Martí despliega para la ocasión su constante “crítica de la vida histórica concreta”,130 al juzgar el texto de The Manufacturer por estar lleno de prejuicios destinados a justificar la anexión de la isla de Cuba a los Estados Unidos, ante la supuesta “minoría de edad” de sus habitantes, incapaces de valerse por sí mismos. Martí replica defendiendo la dignidad de sus connacionales −“Ningún cubano honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y desprecia su carácter”−,131 apelando a la prueba histórica, a todo aquello que ha sobrellevado Cuba, las guerras soportadas y el éxito de algunos que migran al país del norte, argumentos a favor de su “mayoría de edad”, valentía y futuro:
La pasión por la libertad, el estudio serio de sus mejores enseñanzas; el desenvolvimiento del carácter individual en el destierro y en su propio país, las lecciones de diez años de guerra y de sus consecuencias múltiples, y el ejercicio práctico de los deberes de la ciudadanía en los pueblos libres del mundo, han contribuido, a pesar de todos los antecedentes hostiles, a desarrollar en el cubano una aptitud para el gobierno libre tan natural en él, que lo estableció, aun con exceso de prácticas, en medio de la guerra, luchó con sus mayores en el afán de ver respetadas las leyes de la libertad, y arrebató el sable, sin consideración ni miedo, de las manos de todos los pretendientes militares, por gloriosos que fuesen. Parece que hay en la mente cubana una dichosa facultad de unir el sentido a la pasión, y la moderación a la exuberancia.132
En “Madre América”, su discurso por la integración y amistad incorruptible de la región, el cubano apela ya al “americano nuevo”133 que nace de la convulsionada historia regional. Yendo “con Bolívar de un brazo y Herbert Spencer de otro”,134 el “americano nuevo” se forma y articula personajes y sucesos de México, los Andes y el Caribe en la genealogía histórica que determinan su biografía y experiencia del mundo. Identifica próceres y eventos fundacionales, y trasciende la marca colonial, valorando lo construido sobre la inherente destructividad que la caracteriza: “¡Y todo ese veneno lo hemos trocado en savia! Nunca, de tanta oposición y desdicha, nació un pueblo más precoz, más generoso, más firme. Sentina fuimos, y crisol comenzamos a ser. Sobre las hidras, fundamos. Las picas de Alvarado, las hemos echado abajo con nuestros ferrocarriles. En las plazas donde se quemaba a los herejes, hemos levantado bibliotecas. Tantas escuelas tenemos como familiares del Santo Oficio tuvimos antes. Lo que no hemos hecho, es porque no hemos tenido tiempo para hacerlo, por andar ocupados en arrancarnos de la sangre las impurezas que nos legaron nuestros padres”.135
La modestia irónica del ensayismo modernista tiene otro momento de cénit al final del movimiento, con Alfonso Reyes, cuando en Notas sobre la inteligencia americana plantea que la inteligencia americana tiene como consigna “la improvisación”.136 La improvisación da cuenta de la conciencia de lo no acabado, de asumir la mediación conceptual de la particularidad americana como un proyecto con sentido utópico que pasa por el esfuerzo del pensamiento particular de sus intelectuales. El gesto de humildad es tanto su propia concepción de la labor ensayística que representa como la reflexión posible sobre América Latina que sugiere. En El presagio de América, Reyes hace explícita esta conciencia de improvisación, propia de la forma del ensayo de que se sabe portador, al advertirle al lector sobre la ambición de su trabajo: “Las páginas que aquí recojo adolecen seguramente de algunas deficiencias de información, a la luz de investigaciones posteriores, y ni siquiera aprovechan todos los datos disponibles en el día que fueron escritas. Pero ni tenía objeto entretenerse en la reiteración de datos que transforman en investigación erudita lo que sólo pretende ser una sugestión sobre el sentido de los hechos, ni tenía objeto absorber las nuevas noticias si, como creo, la tesis principal se mantiene. Además, el que pretende decir siempre la última palabra, cuando la conversación no tiene fin, corre el riesgo de quedarse callado”.137
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