Alfonso Armada - Cuánto pesa una cabeza humana

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"Cuánto pesa una cabeza humana", que lleva como subtítulo «Diario de un virus coronado por el miedo», no es un diario de la pandemia al uso. Nos encontramos ante un extenso y singular poema que las fechas entrecortan y en el que Alfonso Armada va devanando un diálogo con nombres queridos y familiares: Celan, Glück, Weil, Mandelstam, Carson, Ajmátova, Cioran, Forché… fragmentos de poemas que lo acompañan para pensar y preguntarse qué sentimos en este presente mórbido y mortal. En cincuenta días (desde el domingo 15 de marzo hasta el domingo 3 de mayo) se hacen presentes, además de estas voces poéticas, la música y una suerte de mnemotecnia personal y colectiva –el autor cubrió en su momento, como periodista de El País, el cerco de Sarajevo o el genocidio de Ruanda, con textos dolorosos recogidos en libros memorables–.

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Lleva más de diez años muerto)

aparece mi padre:

camina sobre las aguas

del mar:

su elemento.

Su alma era un balandro.

El fantasma se me parece tanto

que debería darme miedo.

Viene desde el lugar de la experiencia

donde los coleccionistas de coleópteros

escriben con caligrafía gótica

la gran palabra que nos hace humanos:

memoria .

Pero como ellos mismos saben,

no en vano se enamoran

sufren

se emborrachan,

viven su vida, y desalojan:

cada vez que abren ese cajoncito

se altera su contenido

y a veces para siempre.

¿Por eso escribo este diario?

Empiezo la mañana haciendo gimnasia

como hacía él

y con una pieza valiosa de la herencia que

sin saberlo mis hermanos

me apropié:

su manual de belleza,

que arranca así:

«En el año 1814, el profesor sueco Ling revoluciona con sus

nuevos métodos la gimnasia de movimientos respiratorios

denominada gimnasia sueca».

Hago mi pequeña tabla

frente a la dudosa luz del día

como los presos

que no se van a rendir

y preparan

los músculos de la inteligencia

para el ring de ahí fuera

donde golpear mejor

la próxima vez.

El guionista del virus coronado

ha imaginado una película

a la altura de nuestra educación sentimental

somos carne de pantalla

y lo lamentaremos:

calles deshabitadas

replicantes

pájaros estridentes

automóviles convertidos en chatarra

oxidándose

sombras corredizas

noctámbulos

que imaginan que en los bares

se escribe un guion a su medida

ramas brotando obscenamente

como una selva

que va a recobrar la ciudad

pero eso es literatura

la muerte se ha puesto a segar

con la productividad

de un exterminador

y yo me acuerdo de mi padre

mientras escribo a tientas

tratando de averiguar

lo que no sé.

Escribe Emilio Clot

el instructor de gimnasia de mi padre:

«Cada espíritu tiene que estar constantemente alerta, observando, y la serenidad, presencia de ánimo, rapidez de juicio, determinación y dominio de sí vencen frecuentemente a la fuerza y pericia automáticas».

Una estrategia contra el virus

insidioso

contra los vaivenes del ánimo.

Palabras

líneas cortas

segadas

en busca de sentido

como si la muerte

o la vida

lo tuvieran.

«Sólo más allá de los castaños está el mundo»,

dice Paul Celan.

Ojalá cantara bajito,

como los grillos.

Como él.

Como él has de dragar cada palabra

antes de pasar página

si no quieres que a medianoche

nada tenga sentido.

No todas las frases están hechas.

Día 2, lunes 16

La lluvia ha sido como un viático

cerró la noche

una tormenta de efectos especiales:

nos cosió a los alféizares

pozo horizontal de la realidad

un espejo minucioso

como un microscopio electrónico

para dibujar en silencio:

con patitas de insectos

trazamos nuestro retrato.

¿Éramos así?

Tengo la suerte

del mirador:

una calle en punto de fuga

que me nace bajo pies de uranio enriquecido:

dos hileras de árboles

podados por jardineros ciegos,

y la vía muerta de un tren imaginario

que no va a ninguna parte.

¿Qué buscábamos con tanta ansia?

Con el canto de la lengua

¿ha de ennegrecerse la escritura?

картинка 2

«De las siete y cuarto a las nueve menos cuarto he estado cortando piezas en una larga tira de metal, en la prensa grande, junto con Roberto: 677 piezas. He marcado una hora y diez minutos. Las he rasgado al principio por falta de aceite. He tenido dificultad en cortar la tira. He ganado 1,85 francos .

[…]

De las cuatro a las cinco y cuarto: en el horno .

Trabajo agotador. No sólo hace un calor insoportable, sino que las llamas llegan a lamer las manos y los brazos. Es necesario dominar los reflejos, pues de lo contrario estás expuesto a sufrir quemaduras. Durante la primera tarde que paso en el horno, hacia las cinco, el dolor que me ha causado una quemadura, el agotamiento y las jaquecas me hacen perder el dominio de los movimientos. No acierto a bajar la puerta del horno. Un calderero se adelanta a ayudarme y me la baja. ¡Qué agradecimiento se experimenta en semejantes momentos!» .

SIMONE WEIL (1934)

(Recogido en Sobre Simone Weil. El compromiso con los desdichados , de Franciso Fernández Buey).

Día 3, martes 17

En plena debacle

pasa el perro paseando a su ama

el orden de los factores

los incendios de Australia

un resplandor

la luz es una clepsidra llena de coronavirus

la monarquía se pone en modo bancarrota moral

y nosotros nos asomamos a la noche

para aplaudir a sombras como las nuestras

a los médicos

a los enfermeros

a los enterradores

a los que nos salvan de nosotros mismos.

Como si eso fuera posible.

Salvarse.

En «Shibbólet»

(espiga, contraseña),

Paul Celan habla

de la «flauta doble de la noche»

y de la «oscura

aurora gemela

en Viena y Madrid»,

como si hubiera resucitado

o yo hubiera soñado la temeridad

de tirarme también al río

a los estanques

al mar de la Costa de la Muerte:

para sujetarle por los hombros

un instante antes de.

Gracias a la lluvia

y a los parques tomados por la policía

crecerá la hierba como nunca

y brotará brutal la primavera

sin que la desfloren los poetas

gastados como una mascarilla.

«Se esparcen los pasos

(sàn bù)

cuando se sale a pasear

y se esparce el corazón

(sàn xin)

cuando uno se distrae

o se divierte.

Se esparce el corazón.

Al viento»,

anota Berna Wang

en Cosas que me explica mi madre .

¿Qué nos explicamos a nosotros?

El geógrafo Massimo Livi Bacci,

que parece vivir en tiempos de Tucídides

recuerda en el periódico

que «después de la Segunda Guerra Mundial había cinco países separados por muros. Hoy son setenta, a pesar de la globalización. En lugar de mirar las causas, miramos al destino final. No puedes vivir siempre cerrado en casa».

Cerrado,

encerrado,

en estado de sitio

decretado por el miedo.

«Ten miedo, Alfonso, ten miedo.

Por tu propio bien,

ten miedo», me decía un joven

durante el cerco de Sarajevo.

¿Era peor?

Ya lo creo.

Antes de pasar página

para adentrarme en el pedregal del día

vuelvo a Paul Celan

que me sale al encuentro

como si me estuviera esperando

con la palabra en la boca:

«Te vemos, cielo, te vemos.

Viruela a viruela

vas creciendo,

pústula a pústula.

Así aumentas la eternidad».

¿Qué vemos nosotros

desde nuestro privilegiado mirador

panóptico del pánico?

Coronavirus a coronavirus

vas creciendo

nos vas atornillando

a la silla de la conciencia.

Sigue, Celan:

«Te vemos, tierra, te vemos.

Alma tras alma

vas exponiendo,

sombra tras sombra.

Así respiran los incendios del tiempo».

Mientras hacía gimnasia

para no perder el tono vital

y los Juegos Olímpicos

la descubrí a pie de obra

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