Lleva más de diez años muerto)
aparece mi padre:
camina sobre las aguas
del mar:
su elemento.
Su alma era un balandro.
El fantasma se me parece tanto
que debería darme miedo.
Viene desde el lugar de la experiencia
donde los coleccionistas de coleópteros
escriben con caligrafía gótica
la gran palabra que nos hace humanos:
memoria .
Pero como ellos mismos saben,
no en vano se enamoran
sufren
se emborrachan,
viven su vida, y desalojan:
cada vez que abren ese cajoncito
se altera su contenido
y a veces para siempre.
¿Por eso escribo este diario?
Empiezo la mañana haciendo gimnasia
como hacía él
y con una pieza valiosa de la herencia que
sin saberlo mis hermanos
me apropié:
su manual de belleza,
que arranca así:
«En el año 1814, el profesor sueco Ling revoluciona con sus
nuevos métodos la gimnasia de movimientos respiratorios
denominada gimnasia sueca».
Hago mi pequeña tabla
frente a la dudosa luz del día
como los presos
que no se van a rendir
y preparan
los músculos de la inteligencia
para el ring de ahí fuera
donde golpear mejor
la próxima vez.
El guionista del virus coronado
ha imaginado una película
a la altura de nuestra educación sentimental
somos carne de pantalla
y lo lamentaremos:
calles deshabitadas
replicantes
pájaros estridentes
automóviles convertidos en chatarra
oxidándose
sombras corredizas
noctámbulos
que imaginan que en los bares
se escribe un guion a su medida
ramas brotando obscenamente
como una selva
que va a recobrar la ciudad
pero eso es literatura
la muerte se ha puesto a segar
con la productividad
de un exterminador
y yo me acuerdo de mi padre
mientras escribo a tientas
tratando de averiguar
lo que no sé.
Escribe Emilio Clot
el instructor de gimnasia de mi padre:
«Cada espíritu tiene que estar constantemente alerta, observando, y la serenidad, presencia de ánimo, rapidez de juicio, determinación y dominio de sí vencen frecuentemente a la fuerza y pericia automáticas».
Una estrategia contra el virus
insidioso
contra los vaivenes del ánimo.
Palabras
líneas cortas
segadas
en busca de sentido
como si la muerte
o la vida
lo tuvieran.
«Sólo más allá de los castaños está el mundo»,
dice Paul Celan.
Ojalá cantara bajito,
como los grillos.
Como él.
Como él has de dragar cada palabra
antes de pasar página
si no quieres que a medianoche
nada tenga sentido.
No todas las frases están hechas.
La lluvia ha sido como un viático
cerró la noche
una tormenta de efectos especiales:
nos cosió a los alféizares
pozo horizontal de la realidad
un espejo minucioso
como un microscopio electrónico
para dibujar en silencio:
con patitas de insectos
trazamos nuestro retrato.
¿Éramos así?
Tengo la suerte
del mirador:
una calle en punto de fuga
que me nace bajo pies de uranio enriquecido:
dos hileras de árboles
podados por jardineros ciegos,
y la vía muerta de un tren imaginario
que no va a ninguna parte.
¿Qué buscábamos con tanta ansia?
Con el canto de la lengua
¿ha de ennegrecerse la escritura?
«De las siete y cuarto a las nueve menos cuarto he estado cortando piezas en una larga tira de metal, en la prensa grande, junto con Roberto: 677 piezas. He marcado una hora y diez minutos. Las he rasgado al principio por falta de aceite. He tenido dificultad en cortar la tira. He ganado 1,85 francos .
[…]
De las cuatro a las cinco y cuarto: en el horno .
Trabajo agotador. No sólo hace un calor insoportable, sino que las llamas llegan a lamer las manos y los brazos. Es necesario dominar los reflejos, pues de lo contrario estás expuesto a sufrir quemaduras. Durante la primera tarde que paso en el horno, hacia las cinco, el dolor que me ha causado una quemadura, el agotamiento y las jaquecas me hacen perder el dominio de los movimientos. No acierto a bajar la puerta del horno. Un calderero se adelanta a ayudarme y me la baja. ¡Qué agradecimiento se experimenta en semejantes momentos!» .
SIMONE WEIL (1934)
(Recogido en Sobre Simone Weil. El compromiso con los desdichados , de Franciso Fernández Buey).
En plena debacle
pasa el perro paseando a su ama
el orden de los factores
los incendios de Australia
un resplandor
la luz es una clepsidra llena de coronavirus
la monarquía se pone en modo bancarrota moral
y nosotros nos asomamos a la noche
para aplaudir a sombras como las nuestras
a los médicos
a los enfermeros
a los enterradores
a los que nos salvan de nosotros mismos.
Como si eso fuera posible.
Salvarse.
En «Shibbólet»
(espiga, contraseña),
Paul Celan habla
de la «flauta doble de la noche»
y de la «oscura
aurora gemela
en Viena y Madrid»,
como si hubiera resucitado
o yo hubiera soñado la temeridad
de tirarme también al río
a los estanques
al mar de la Costa de la Muerte:
para sujetarle por los hombros
un instante antes de.
Gracias a la lluvia
y a los parques tomados por la policía
crecerá la hierba como nunca
y brotará brutal la primavera
sin que la desfloren los poetas
gastados como una mascarilla.
«Se esparcen los pasos
(sàn bù)
cuando se sale a pasear
y se esparce el corazón
(sàn xin)
cuando uno se distrae
o se divierte.
Se esparce el corazón.
Al viento»,
anota Berna Wang
en Cosas que me explica mi madre .
¿Qué nos explicamos a nosotros?
El geógrafo Massimo Livi Bacci,
que parece vivir en tiempos de Tucídides
recuerda en el periódico
que «después de la Segunda Guerra Mundial había cinco países separados por muros. Hoy son setenta, a pesar de la globalización. En lugar de mirar las causas, miramos al destino final. No puedes vivir siempre cerrado en casa».
Cerrado,
encerrado,
en estado de sitio
decretado por el miedo.
«Ten miedo, Alfonso, ten miedo.
Por tu propio bien,
ten miedo», me decía un joven
durante el cerco de Sarajevo.
¿Era peor?
Ya lo creo.
Antes de pasar página
para adentrarme en el pedregal del día
vuelvo a Paul Celan
que me sale al encuentro
como si me estuviera esperando
con la palabra en la boca:
«Te vemos, cielo, te vemos.
Viruela a viruela
vas creciendo,
pústula a pústula.
Así aumentas la eternidad».
¿Qué vemos nosotros
desde nuestro privilegiado mirador
panóptico del pánico?
Coronavirus a coronavirus
vas creciendo
nos vas atornillando
a la silla de la conciencia.
Sigue, Celan:
«Te vemos, tierra, te vemos.
Alma tras alma
vas exponiendo,
sombra tras sombra.
Así respiran los incendios del tiempo».
Mientras hacía gimnasia
para no perder el tono vital
y los Juegos Olímpicos
la descubrí a pie de obra
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