El trasfondo y la reacción a la pandemia en el contexto mundial deberían estar marcados por el ajuste del proceso de globalización desarrollado en el planeta durante tres décadas, para que no continuase soportado en un libre mercado caracterizado por la actuación especulativa y sin control del sistema financiero, que resultados muy malos tuvo en la distribución del ingreso y sí resultó en el agravamiento de las inequidades sociales. Lo aconsejable sería una reafirmación de un Estado de bienestar poskeynesiano, que, en el caso de las políticas de salud pública, les otorgue prioridad para enfrentar de manera preventiva las nuevas pandemias que le llegarán al planeta. Y es una oportunidad para conceder mucha mayor importancia y apoyo a la responsabilidad de sacar adelante los compromisos de la Agenda de Desarrollo Sostenible 2016-2030, contexto en que deberá tener especial relevancia el calentamiento global, uno de los factores principales de la degradación de las condiciones de vida en el planeta.
En el campo geopolítico, la pandemia pone en entredicho los débiles liderazgos mundiales de muchos países, donde han tenido lamentablemente más protagonismo los liderazgos no colaborativos y donde el hiperpresidencialismo ha aprovechado la coyuntura para debilitar los procedimientos democráticos y consolidar un mayor control de las instituciones. El caso más diciente es el del reciente Gobierno de Donald Trump en los Estados Unidos, que ve el multilateralismo como un juego de suma cero, donde lo que beneficia a otros países es perjudicial para el suyo; por consiguiente, ejerce un liderazgo con base en políticas de aislamiento, retiro de instancias internacionales y desconocimiento de reglas multilaterales. Así, se ha producido el marginamiento de Estados Unidos de las decisiones globales que debe tomar el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el retiro de la Organización Mundial de la Salud (oms) y del Acuerdo de París sobre el calentamiento global, las críticas a la Corte Penal Internacional, la parálisis del accionar de la Organización Mundial del Comercio (omc) y el ataque de órganos de decisiones consensuadas como la Unión Europea.
Los recientes resultados de las elecciones estadounidenses permiten esperar que el nuevo Gobierno demócrata de Joe Biden vaya rectificando estas medidas equivocadas y posibilite en la pospandemia contar con la participación de los Estados Unidos en los distintos foros multilaterales, donde se habrán de tomar medidas globales, universales, para enfrentar los estragos que deja la pandemia. Parece conveniente la revisión de los instrumentos de gobernabilidad mundial, contexto en que varias organizaciones internacionales necesitan profundas reformas para adecuarse a las nuevas realidades del siglo xxi, y donde lo multilateral debería disponer de reglas de aplicación mundial en el enfrentamiento de la pandemia que eviten la ineficiencia de medidas fragmentadas o contradictorias de cada país.
Este reposicionamiento a favor del multilateralismo es fundamental para los procesos latinoamericanos de integración, por cuanto las reglas multilaterales como marco negociador de los acuerdos dan mayor seguridad y beneficios en comparación con el marco bilateral de negociación desde posiciones neoproteccionistas, como las del Gobierno saliente de Estados Unidos. Ojalá estos cambios de orientación de la política internacional contribuyan igualmente a detener la tendencia que venía adquiriendo fuerza en varios lugares: la de un neoproteccionismo que incitaría al cierre de
fronteras o a disminuir las medidas globales, regresando al aislamiento
de posiciones nacionales, algunas con características xenófobas.
Lo que sí parece evidente es que, en la pospandemia, se darán ajustes importantes en el campo productivo o, más específicamente, en la forma como venían operando los encadenamientos productivos en el mundo: mediante las cadenas globales de valor. La tendencia que seguramente se impondrá será la de acortar los encadenamientos buscando mayor proximidad, al decidir los países privilegiar producciones nacionales o estar más cerca de quien subcontrata la producción. Esto puede ser una oportunidad favorable para que en los procesos de integración se aproveche tal circunstancia y, por tanto, se incremente y desarrolle la utilización de cadenas de valor para la consolidación de mayores intercambios y relacionamientos productivos entre las empresas de los procesos de integración.
Un tema igualmente preocupante es el avance de Gobiernos autoritarios que ponen en peligro la continuidad de los sistemas democráticos en la pospandemia. Este incremento del autoritarismo es un serio peligro para el desarrollo y funcionamiento de los procesos de integración, que necesitan, ante todo, apertura, claridad y transparencia en su formulación e implementación.
Otro problema geopolítico en este contexto es el peligro de que poblaciones frustradas por los efectos desastrosos de desempleo, por faltas de oportunidad y por la pérdida de confianza en sus dirigentes pasen a apoyar y dar respaldo a caudillismos populistas de alternativas demagógicas y posiciones políticas extremas, con la reactivación de estilos de Gobierno que tanto mal han ocasionado a los avances de la integración latinoamericana, al contribuir a la división ideológica en la orientación de los procesos de integración.
Y es que, en el caso de la integración latinoamericana, no deja de ser muy preocupante el desinterés y la falta de iniciativa de acudir a instrumentos de los procesos regionales de integración para procurar una respuesta comunitaria y colectiva a la pandemia, y de este modo unificar acciones, maximizar la utilización de presupuestos y ayudas internacionales o programar medidas para la pospandemia. Ha sido notorio el posicionamiento individual de cada país en la adopción de políticas contra el virus, sin las coordinaciones necesarias al menos de los ministros de salud, bien sea en la Comunidad Andina y su convenio para temas sanitarios, sea el Mercosur y su institucionalidad para temas sociales adelantados al comienzo de siglo, sea el sica para los países centroamericanos, y mucho menos en una Alianza del Pacífico sin institucionalidad y con el aislamiento del presidente López Obrador, de México, a pesar de que Chile, Colombia y Perú fueron algunos de los países latinoamericanos con mayores niveles de contaminación.
Se debe insistir en que la integración puede y debe ser herramienta fundamental de trabajo comunitario, colectivo y consensuado, de espíritu solidario que invita al tratamiento de dispositivos y medidas en la pospandemia y al replanteamiento de varios de los paradigmas que hasta ahora habían regido el mundo. Se aspira a la recuperación de un Estado de bienestar más responsable de la aplicación de políticas públicas —comenzando por la salud—, en un proceso de armonización de políticas macroeconómicas y sociales; también el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y de los compromisos sobre cambio climático; asimismo, enfrentar los estragos enormes de recesión mundial y desempleo ocasionados por la covid-19, mediante la revalorización de políticas sociales, políticas de empleo y políticas multilaterales, en las cuales se enmarquen los diferentes acuerdos comerciales que permitan aumentar exportaciones y reconstituir las economías mediante inversión y tecnología; de igual forma, desarrollar energías limpias sustitutivas, acompañadas de encadenamientos productivos generadores de valor en las exportaciones de la región, que reemplacen la participación actual de las exportaciones de materias primas.
La integración latinoamericana tiene la oportunidad histórica de responder a la pandemia y articularse en la pospandemia, reconsiderando objetivos y planes de acción orientados a consolidar una integración multidimensional que equipare aspectos económico-comerciales con aspectos de profundas reformas sociales y políticas, en un contexto de economía más solidaria que conlleve superar egoísmos nacionales en favor del bien común. Los aspectos institucionales merecerían ser considerados a fin de contar con esquemas operativos que, frente al desgaste de posiciones nacionales aisladas, permitieran a los Gobiernos trabajar de manera colaborativa, compartiendo su soberanía en la puesta en marcha de soluciones comunitarias al problema de inequidad y de distribución de la riqueza en busca de mejores resultados en el bienestar y las condiciones de vida de la población.
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