Entre los enemigos favoritos que este grupo de personas suele nombrar, se encuentran: la prensa, el mundo judío, los masones, la izquierda, entre otros. Me detendré más en profundidad a reflexionar sobre este mecanismo defensivo para abordar la crisis en el Capítulo III del presente libro, cuando reflexione sobre el problema del clericalismo o el narcisismo institucionalizado.
Por ahora baste con detenernos a mirar la estructura lógica de la primera parte del argumento. Dijimos que esta era así: a) Sí, esto es un problema en la Iglesia / b) pero, / c) esto es igual de grave que (o no tan grave como) en “x” lugar, ambiente o grupo.
Algunos ejemplos de cómo personas vinculadas a la Iglesia suelen usar esta argumentación podrían ser: “es cierto que en la Iglesia se cometen abusos sexuales, pero este es un problema que pasa en toda la sociedad”, “hay abusos en otras religiones también, ¿por qué la obsesión con la Iglesia?, “es cierto que hay abusos en la Iglesia pero esto también es un problema que sucede en otras relaciones de ayuda, como con los médicos o los psicoterapeutas”.
Como puede resultar evidente al lector, esta forma de argumentar tiene la estructura de la falacia lógica llamada tu quoque —tú también, o tú más—. Dicha falacia lógica implica intentar desacreditar una acusación apelando a que el que interpela —o su ambiente— también ha cometido esa falta en particular o, incluso, que no tendría la autoridad moral para entablar un reclamo (por tanto, esta es una falacia que es una variante de ad hominem ). En este caso se afirma, a la vez, que este es un problema, pero se alega que es un delito que comente mucha más gente, no solo el clero de la Iglesia católica. Con ello, se intenta anular la eficacia de la pregunta por los abusos eclesiales, distrayendo el foco de atención hacia un otro que tendría un comportamiento, al menos, igualmente de destructivo.
Por cierto, como suele ser el caso de las falacias lógicas, parte del argumento es cierto. Existe evidencia de sobra para afirmar que los abusos sexuales hacia niños, niñas y adolescentes es un devastador problema humano que atraviesa a la sociedad completa siendo, de hecho, uno de los lugares de mayor riesgo de abuso sexual la propia familia del menor. El lugar de trabajo, los ambientes educativos escolares, y los lugares de formación académica formal, también son espacios donde las personas tienen riesgo de sufrir abusos sexuales 21. Así mismo, existen muchos estudios que señalan que el problema de los abusos sexuales ocurre también en varias de las profesiones de ayuda 22. Por cierto, todo parece indicar que el establecimiento de relaciones humanas en el contexto de una tradición religiosa donde el líder, guía o facilitador mal usa y/o abusa del poder es una dolorosa, cotidiana y destructiva realidad. El abuso sexual sucede también en el contexto del budismo 23, del islam 24, de las tradiciones chamánicas 25, en la Iglesia anglicana 26, y en otras
Iglesias protestantes 27, por nombrar solo algunas. De todas formas, al no existir un tipo de gobierno centralizado que sea semejante a la estructura organizativa de la Iglesia católica, las comparaciones entre religiones son prácticamente imposibles 28. Sin embargo, algunas investigaciones locales han postulado que parece existir una mayor presencia de abusos sexuales en la Iglesia católica que en otras religiones 29. Independiente de la discusión comparativa, el argumento esgrimido por parte del mundo católico que abraza la lógica del tu quoque parece sumamente desafortunado y, en última instancia, innecesariamente defensivo. Básicamente el argumento reducido a su nivel elemental equivale a la pataleta de un niño que pillado en falta se defiende afirmando: “¿y cómo mi hermano también?”. Lo cual, dicho sea de paso, es tan absurdo y grotesco como la justificación de aquellos que interrogados por la cantidad de crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura militar de derecha en Chile durante los años setenta y ochenta, afirman rápidamente que es cierto, pero que en los regímenes comunistas los crímenes han sido mucho peores. Por cierto, me parece que de las brutales declaraciones que existirían dictaduras “menos malas” que otras, tenemos ya bastante.
Que la Iglesia necesite afirmar que el problema de los abusos sexuales “es un problema de la sociedad entera” parece innecesario y desafortunado, y en última instancia un pobre consuelo para una tradición religiosa que clama actuar en el nombre de un Dios-Amor que anhela el florecimiento de todos sus hijos, sobre todo los más humildes y desamparados.
Finalmente, me gustaría nombrar una última problemática actitud respecto los abusos sexuales en la Iglesia. Ella se refiere al uso no-reflexivo de ciertas explicaciones que son esgrimidas a priori respecto las supuestas causas que estarían a la base de los abusos sexuales eclesiales. En rigor, se enarbolan esas teorías como una forma de validar, de antemano, lo que la persona considera que “está mal en la Iglesia”, sin ninguna consideración seria a las actuales investigaciones y estudios disponibles al respecto. Entre estas posturas, es posible nombrar las justificaciones clásicas de los sectores conservadores y liberales para explicar la crisis. De los primeros, los argumentos favoritos para explicar los casos de los abusos sexuales suelen ser: 1) la supuesta “homosexualidad” de los sacerdotes abusadores, 2) la influencia de la “moral sexual liberal” de nuestra [pecadora] sociedad secular, y 3) la falta de “fe real” o de “fidelidad” con la tradición doctrinaria de la Iglesia 30. Por otra parte, en los sectores liberales, es frecuente encontrar la precipitada ligazón de los abusos sexuales con el celibato del clero y con la falta de sacerdotes mujeres.
Como se aprecia ambas líneas argumentativas suelen usar narrativas que contienen un razonamiento lineal, unicausal y que, en último término, resulta simplista. Además, ninguna de las afirmaciones precedentes está basada en la evidencia investigativa que disponemos en la actualidad. Por ejemplo, existe bastante claridad de que el problema de los abusos no está causado por ninguna orientación sexual específica: por una parte, la mayoría de los abusadores son heterosexuales, y, por otra, personas homosexuales y heterosexuales que cuentan con una personalidad integrada tienden a sentirse atraídos por personas adultas, no por menores de edad 31. Así mismo, existe evidencia consistente de que los casos de abusos sexuales en la Iglesia suceden desde los albores de dicha tradición religiosa, siendo un problema que ha emergido en distintos momentos de su historia, por lo que de mala forma se podrían atribuir a nuestra “actual falta de fe” y/o un producto de la “decadente moral moderna” 32. Por otra parte, no existe estudio científico alguno que pruebe una ligazón directa entre el abuso sexual y el celibato; como es sabido, la inmensa mayoría de los abusadores en el mundo son personas no célibes, por lo que la relación lineal entre la abstinencia de una vida sexual activa y el convertirse en un predador sexual de menores emerge como simplista e infundada 33. Por último, pese a que la inclusión de la mujer en la Iglesia es una empresa que evidentemente reclama urgencia, existen múltiples autores que apuntan a que el problema de la crisis es multicausado, y que incluir a mujeres en posiciones de poder, sin realizar otras modificaciones significativas, no sería una garantía de acabar con este mal. Los casos donde mujeres religiosas en posiciones de poder —madres superioras, directoras de hogares y colegios, etcétera— han abusado física y psicológicamente de niños y niñas a su cargo es una evidencia clara de ello 34(aunque, por otra parte, también es cierto que los porcentajes de abuso sexual realizados por mujeres religiosas son significativamente menores) 35. Volveré a discutir en mayor profundidad cada una de estas problemáticas narrativas explicativas respecto de la crisis a lo largo del presente trabajo.
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