La esposa prometida (Lemale et ha’halal)
Israel, 2012
De Rama Burshtein
Con Hadas Haron, Yiftach Klein, Irit Sheleg
En La esposa prometida, debut como autora total de la judía exneoyorquina de 45 años Rama Burshtein, la linda joven ultraortodoxa jaredí de 18 años Shira (Hadas Haron tan supersensitiva cuan llenita de cuerpo) se ilusiona con llegar a desposar, previa autorización del todopoderoso incuestionable rabino, a un guapo chico de su edad apenas vislumbrado entre los lácteos de un supermercado de Tel Aviv, pero sufre a la vez la muerte de su hermana mayor con embarazo de 9 meses Esther (Renana Raz) y el repudio impaciente de los padres del prometido, por lo que, ante la religiosa abstención de su sometido padre omniaquiescente Aharon (Chaim Shariv) y la presión de su cariñosa madre manipuladora Rivka (Irit Sheleg), se siente moral pero también enigmáticamente obligada a considerar la opción de casarse con su dulce aunque firme excuñado Yohai (Yiftach Klein), para evitar que el bebé huerfanito de madre crezca en Bélgica (de donde el viudo ha recibido una oferta matrimonial) y llenar el vacío doble, renunciando tácitamente a seguir buscando marido y deslizándole finalmente al rabino (Maleh Thal) el tradicionalista recadito aquiescente. El vacío llenado exhala autenticidad por sus cuatro costados al situar su esbozo de drama potencial dentro de la comunidad hebrea más cerrada sobre sí misma y centrada con mayor rigor en la obediencia de la ley religiosa y la férrea tradición, como únicos absolutos y nexos posibles, sin posibilidad alguna de cuestionamientos, en contraste de rabiosas películas irónicas como el formidable Sagrado-Kadosh (Amos Gitai, 1999) situados fuera de ella, para que la heroína oscile sin término aparente entre el admirable estoicismo de su solterona tía sin brazos Hanna (Razia Israely) y las ansias siempre renovadas por casarse de su amiga Frieda (Hila Feldman) ya medio pasadita (“Que seas la próxima”), en el trascurso de las celebraciones litúrgicas del purim, esa especie de ritual mercado interno de esclavas sexuales con devotos cánticos en off de la comunidad. El vacío llenado se estructura sobre una cadena casi exclusiva de close-ups de los personajes, acercamientos invariables y palpitantes, encuadres cada vez más cerrados que apenas permiten planos medios o generales, en escalas de planos a jump-cuts donde el acercamiento es la piedra de toque y la base de establecimiento de los planos abiertos y no un detalle, como es lo habitual, sino todo lo contrario. Y el vacío llenado inspira la profunda severidad afable de una cinta intimista atípica en más de un sentido, en la que la emoción no fluye ni circula, sino que se atasca en el rostro casi convulso y la mirada apenas mutable de los protagonistas, el viudo y la cuñadita, porque todos sus comportamientos parecen estar regidos por el titubeo, un titubeo a flor de piel e inasible, el crucial titubeo insaciable y misterioso pero esencial que prefiere ir orando durante el aventón en taxi y que se atreve a contradecir desilusionadoramente a los galanes en las permitidas encerronas a solas, un discurso sobre el titubeo que culminará en la más bella, ambigua y perturbadora imagen de film, en la que Shira ya vestida como la más hermosa y sensible novia de su comunidad se mece dentro del cuadro, se balancea, se acuna con un extraño movimiento entre la alabanza religiosa (¿al Señor, a su señor?) y una especie de histeria a medias, que semeja culminar una recóndita gama febril de calladas emociones encontradas y por fin halladas, expresadas antes del desconcierto de los novios disparejos pero amoroso en su noche de bodas.
El club de los desahuciados (Dallas Buyers Club)
Estados Unidos, 2013
De Jean-Marc Vallée
Con Matthew McConaighey, Jennifer Garner, Jared Leto
En El club de los desahuciados, excéntrico séptimo largometraje del canadiense de 50 años Jean-Marc Vallée (Crazy, una familia disfuncional, 2005; La reina joven, 2009), con guion de Craig Borten y Melisa Wallack sobre hechos reales, el machista homofóbico texano artista de rodeo Ron Woodroof (Matthew McConaughey estragado al máximo) es contagiado de VIH por sodomizar a dos vaqueritas fans en un burladero, rechaza por prepotencia el diagnóstico del retrógrada Dr. Sevard (Dennis O’Hara) que le depara sólo 30 días más de vida, se administra por la libre el acaso mágico o quizá mortífero fármaco experimental interdicto AZT adquirido en forma clandestina, es sujeto de bullying adulto por sus antiguos cuates cowboys, viaja a México para someterse al avanzado tratamiento reforzador de defensas / reductor de toxinas sin atacar directamente al virus epidemiológico del prohibido Dr. Vass (Griffin Dunne irreconocible desde la scorsesiana Después de hora), funda con ayuda del providencial socio travesti drogadicto Ragon (el marciano rockstar bisexual Jared Leto decidido a robarse la película) un club para proporcionar “gratis” cocteles de alternativos remedios salvadores a sus miembros por 400 dólares mensuales, se enfrenta reiteradamente al acoso de emperrados agentes federales, es auxiliado in extremis por la doctora Eve (Jennifer Garner) cuyo respeto admirativo se ha ganado como investigador y, mientras su socio muere por la promiscuidad y la droga degradante, él logrará sobrevivir siete años a su prefijada esperanza de vida. El antimartirio sidoso concatena de muy inteligente y emotiva manera varias historias a la vez: la gran historia épico-trágica de la lucha contra el VIH en los heroicos ochentas, la desconocida historia biográfica del insólito sobreviviente Woodroof (comparable con el activista gay Harvey Milk reseñado por aquella abrumadora bio-pic Milk: un hombre, una revolución, una esperanza de Gus Van Sant, 2008, en las antípodas de la ambivalente intensidad de Vallée) a modo de bitácora cotidiana o a saltos de 2557 días, la oculta historia clave de los experimentos en cobayos humanos con el crucial AZT hasta reducirlo a mínimas dosis milagrosas, la desgarradora historia de una amistad mutuamente redentora entre la pareja dispareja Ron / Ragon, la íntima historia de un amor imposible vuelto restaurantero y de recetas robadas entre Eve / Ron, y la brutal historia de un contagio genital con subsecuente impotencia viril al fin vengada y curada en cierta enigmática secuencia digresiva quasi gratuita. El antimartirio sidoso diversifica, atesora y glorifica la ambigüedad moral de un emprendedor pillo perfecto que sigue siéndolo aun cuando ayude piadosamente a los demás, un irritante visionario que transgrede todos los límites lícitos y éticos, un rebelde nato contra la criminal estulticia autoritaria de los médicos miopes y una prueba viviente de la necesidad de mantenerse en la frontera entre la legalidad y el delito para hacer progresar hoy a la ciencia cuando la academia médica se convierte, al mismo nivel que la policía, en represora fuerza viva de la derecha. Y el antimartirio sidoso evoca con terca pasión las inasibles aventuras desventuradas pero rebasando cualquier sentimentalismo de un insoportable zumbido interior, ese maldito zumbido que remite a traumáticos flashes mentales, arrebata soliloquios latinistas ante las veladoras rojas del antro, noquea en el baño de un aeropuerto e iguala con el ser antes despreciado de súbito más que digno, ese zumbido metafísico a la vez sacro y carnal de todos tan temido porque persigue, martillea, taladra y sólo podrá ser vencido en el trance de la muerte benignamente aplazada y prolongada pero jamás conjurada en la totalidad de sus dimensiones intolerables.
12 años esclavo (12 Years Slave)
Estados Unidos-Reino Unido, 2013
De Steve McQueen
Con Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender, Lupita Nyong’o
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