Pedro fue un padre distante, tenía poco tiempo para sus hijos; estaba orgulloso de ellos, y pensaba que el paso de los años le permitiría comunicarse más íntimamente y saber de sus vidas.
No fue así, los hijos se van tan rápido como las demás cosas; pasaron súbitamente de niños a muchachos, y un día Pedro descubrió que Francisco y Braulio eran dos hombres, cada uno con su vida propia.
Con su mujer Dinorah siguieron juntos y felices hasta la muerte, en uno de esos amores que duran hasta el final, al principio unidos con una mezcla de pasión y comunicación espiritual y finalmente amalgamados por el afecto y el mutuo respeto.
No voy a dar los apellidos, puedo contar esta historia, pero quizás alguno de sus descendientes prefieran no ser identificados.
El mayor, Francisco, fue el primer estudioso de la familia y el que continuó escribiendo los apuntes que había comenzado Pedro. Los libros se ordenaron con esas notas que registraban lo que había sucedido antes en la zona, gracias a lo cual puedo narrar esta historia basada en la información que brindaron distintas personas.
El libro de “parte diario” constaba de varios tomos, a los cuales se agregaban cartas y luego fotografías. El primero trataba, además, acerca de sucesos anteriores, cuando aún no habían comprado el campo, información proveniente de distintas fuentes.
Este trabajo de escribir sobre los hechos continuó en las generaciones siguientes; había días en que se escribían varias páginas, en otros apenas unos pocos renglones, pero siempre lo hacían, incluso cuando no pasaba algo que se pudiera calificar de extraordinario.
Consignaban los movimientos de la hacienda, los nacimientos y el detalle de los animales heridos. Anotaban las lluvias, que medían con un balde de hierro forjado instalado lejos de los árboles. En los libros el tema del agua aparecía siempre, a veces por su exceso, a veces por su falta.
Cuando comenzaba a llover luego de una seca, todos se sentaban en la galería para ver el agua caer sobre la tierra. Se quedaban quietos, mirando, oyendo el ruido sin hablar. Temían que cualquier movimiento o sonido pudiera detenerla.
La casa estaba a unos cuatrocientos metros del arroyo principal, que cuando llovía mucho se transformaba en un río pequeño. En diagonal a la casa había una isla donde años atrás se levantaba una toldería india; el lugar era perfecto, formaba una rinconada entre dos arroyos de distinto origen.
Hubo una temporada en que la falta de lluvia fue tan prolongada que el arroyo cercano a la casa se secó; solo el río grande, que era el límite del campo, se mantuvo, porque recibía afluentes, de distinto origen. Todos los animales de la zona, fueran propios o ajenos, se instalaron al lado del arroyo.
Francisco había leído que los mayas en México desaparecieron como Imperio porque sufrieron una seca que duró doscientos años; no es algo comprobado, pero cuando venían las secas nadie de la familia hablaba de los mayas. Estaba prohibido.
En ese tiempo los campos más valiosos eran aquellos donde corrían ríos o arroyos.
Al no haber alambrados, se planteaban muchos problemas. Cuando faltaba agua, los animales de los vecinos se concentraban en las aguadas del campo y en el río cercano, con el agravante de que los animales ajenos también se comían el poco pasto que quedaba y la seca impedía que creciera.
Luego había que separar los animales ajenos, lo que tampoco era fácil, ya que eran semi-salvajes y no estaban dispuestos a ser despojados del agua.
De noche la hacienda propia se concentraba en un lugar alto, donde había postes fijos clavados en la tierra para que se rascaran. Los hombres la rodeaban despacio, tranquilizándolos. Un ruido brusco o anormal generaba estampidas.
Luego los campos se empezaron a cerrar con alambre, lo que obligó a buscar nuevas soluciones para transitar. Había que dejar tranqueras abiertas para el paso, porque si no los vecinos tenían que hacer kilómetros de rodeos para llegar a su destino. Años después analizaron el uso del alambre de púas, elemento traído de los Estados Unidos de Norte América; limitaba más a la hacienda y no hacía falta tensarlo mucho, pero los cueros con rayas de púas se pagaban menos. A veces ni siquiera los aceptaban. Hoy gran parte de los problemas se solucionaron con alambrados eléctricos.
Distintos orígenes de la información
Con el tiempo otros miembros de la familia empezaron a escribir sus propios diarios que todavía se conservan. En el personal que dejó Francisco constan sus investigaciones sobre los ocupantes anteriores; así, descubrió que el campo había pertenecido al rey de España, a varias Órdenes Religiosas, al Gobierno de la Provincia y al Padre del Tatarabuelo.
Francisco estaba en permanente contacto con los indios que trabajaban en el campo, y empezó a recolectar información sobre su origen. Quería determinar si eran nativos de América o llegados de otros lugares distantes.
En general se piensa que todos los seres humanos han surgido de un mismo tronco, pero no faltan quienes opinan que los pueblos originarios de América tenían un origen distinto.
Es una historia larga y también cuestionada; incluso existe la posibilidad de que distintas líneas de humanos se mezclaran. Las pruebas que ahora se realizan sirven para demostrarlo.
Con el criterio de que todos los humanos tendrían origen en un solo tronco, hay que aceptar que los indios serían el resultado de inmigraciones anteriores a Colón, provenientes de otros continentes.
Francisco sostenía que hubo muchos llegados desde distintos lugares. Hay diferencias físicas y culturales que confirman esta posibilidad.
La idea más común es que los primeros entraron por un paso existente en algún momento en el Norte de América.
También opinaba que podrían haber venido en balsas o en barcos pequeños.
Cuando llegaron los europeos a México, Perú, Centroamérica y Bolivia descubrieron tribus con cientos de años de progreso en relación con los que habitaban en los extremos Norte y Sur.
Todavía había gente en la época de Francisco, y también posteriores a él, que sostenían la idea de que los indios se habían originado en América. Él no estaba de acuerdo. Por otra parte, hoy sabemos, gracias al sistema de ADN, que en América hay mayor cantidad de antecedentes de grupos de origen asiático que de origen europeo.
A Francisco no le interesaba el trabajo en el campo, lo tomaba como una obligación. Prefería el trato con la gente, conversar, leer, intercambiar ideas.
Viajaba a Buenos Aires todo lo que podía y era el primero en ofrecerse a ir a las estancias vecinas para ayudar en determinados trabajos. Se quedaba a dormir ahí, porque las distancias eran considerables.
Una de esas estancias pertenecía a la familia Villegas, a la que iban con Braulio. Sus padres consideraban que ahí vivían chicas buenas, dignas de casarse con ellos. La dueña de esa estancia, la primera vez que lo vio a Francisco, le dijo: –Dile a tu madre que te mande vestido como todos–. Es decir, “que te mande sin tanta cosa”.
La mayor diferencia entre los dos hermanos radicaba en su forma de actuar. Era una época en que se vivía en peligro, había ataques de indios y bandoleros; había enfermedades que hoy son solucionables, pero en esos tiempos se llevaban la gente al otro mundo en forma inmediata. Buenos Aires tuvo durante años epidemias de cólera y fiebre amarilla, que la devastaron. Más de la mitad de los habitantes de la ciudad se murieron o se fueron a vivir a otro lado. Lo mismo, quizás en menor medida, sucedía en el campo. La forma de contención que usaban era colocar recipientes con agua en las patas de las camas de los enfermos, esperando que los bichos que supuestamente provocaban las enfermedades se ahogaran al bajar.
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