Sally Pierson Dillon - Dios y el ángel rebelde
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–En Inglaterra, Dios utilizó a un hombre llamado Juan Wiclef para una tarea especial. Wiclef vivió durante el tiempo en que Eduardo III era rey de Inglaterra, hace unos 650 años. Se había educado en la universidad de Inglaterra y siempre había sido un importante estudioso de la Biblia. Más adelante fue el capellán del rey de Inglaterra.
–¿O sea, como el pastor personal del rey? –preguntó Miguel.
–Sí –respondió la madre–. Juan Wiclef estaba preocupado por varias cosas que pensaba que andaban mal en la iglesia en ese entonces. El rey tenía que pagar impuestos al papa, que era la cabeza de la iglesia cristiana. Juan Wiclef pensaba que él no debía hacer eso. Wiclef también observó que algunos líderes religiosos eran haraganes. Estaban todo el tiempo sacándole dinero a la gente, pero no trabajaban para ganarse la vida ni tampoco ayudaban a la gente que les daba dinero. Wiclef los llamó codiciosos. Dijo que no era justo que se enriquecieran mientras que los enfermos y los pobres no tenían nada. Si Jesús era su ejemplo, entonces debían ayudar a la gente, no quitarles el dinero.
–Apuesto que a los dirigentes religiosos no les gustaba para nada Juan Wiclef.
–Tienes toda la razón –confirmó la mamá–. Se pusieron felices cuando el rey lo envió como embajador a los Países Bajos.
–¿Eso es Holanda? –Miguel quería asegurarse.
–Sí. Wiclef estuvo en Holanda por dos años. Pero, después de dos años, regresó. Pronto los dirigentes religiosos trataron de llevarlo a los tribunales por herejía.
–¿Qué es herejía? –preguntó Miguel.
–Herejía es creer y enseñar cosas que son diferentes de lo que enseña y cree la iglesia –explicó la mamá–. Aunque los dirigentes religiosos querían condenar a Wiclef y matarlo, él contaba en Inglaterra con el apoyo de dos príncipes y de mucha gente. Los jueces tenían miedo de condenarlo, así que lo soltaron. Wiclef organizó a unos cuantos misioneros y los envió por toda Inglaterra para que enseñaran acerca de Jesús. En Oxford, donde está la Universidad de Oxford, Wiclef era conocido como el “doctor evangélico”. Enseñó allí durante muchos años.
“Una vez se enfermó de gravedad por trabajar y estudiar mucho. Los dirigentes religiosos estaban ilusionados. Fueron y le dijeron que se estaba muriendo. Le preguntaron si ahora quería admitir que estaba equivocado en lo que creía y enseñaba. Él respondió: ‘No voy a morir, sino que viviré’. Todavía tenía una obra que hacer para Dios. Y de verdad vivió. Se mejoró, para sorpresa de muchos.
“Dios le preservó la vida a Juan Wiclef porque tenía otro trabajo especial para él. ¿Recuerdas, Miguel, que hablamos de que la gente común de aquel entonces no tenía Biblias para leer? Las pocas Biblias que existían estaban en latín”.
Miguel interrumpió:
–La gente de Inglaterra ¿hablaba latín?
–Solo las personas cultas. En toda Europa, la gente culta aprendía latín para poder conversar entre ellas y estudiar los mismos libros.
–¡Perfecto! –expresó Miguel.
–Las Biblias eran escritas a mano –continuó la mamá–, porque en ese entonces todavía no se había inventado la imprenta en Europa. Y estaban encadenadas a los muros o a los escritorios de las iglesias, porque eran muy valiosas.
“Juan Wiclef preparó la primera traducción de la Biblia al inglés. Tuvo que ser escrita a mano también, así que les pidió a varias otras personas que hicieran más copias escritas a mano. Esto era muy lento y caro. Las Escrituras manuscritas eran difíciles de conseguir, así que las dividían en pequeñas partes y se las pasaban a varias familias. Juan Wiclef quería que cada familia de Inglaterra tuviese la Biblia en inglés, para que pudieran aprender que la salvación era solo a través de Cristo.
“Tres veces los dirigentes religiosos trataron de enjuiciar a Juan Wiclef por herejía. Y las tres veces fueron incapaces de lograrlo. Finalmente, Juan Wiclef murió en su pequeña iglesia. Sufrió un colapso justo antes de iniciar la Comunión”.
–Realmente, ese fue un buen momento para morir –opinó Miguel.
–¿Por qué dices eso? –preguntó la mamá.
–Bueno, estamos hablando de la Comunión en mi clase bautismal –le contó Miguel–, y antes de la Comunión se supone que preparas tu corazón y confiesas todos tus pecados. Eso significa que Juan Wiclef murió con un corazón limpio, justo antes de la Comunión.
La mamá se sonrió.
–Sí, quizás haya sido un buen momento para morir. Pero, si amamos a Jesús y lo hemos invitado a entrar en nuestro corazón, sabemos que él está con nosotros todo el tiempo. En cualquier momento que muramos, no tenemos que preocuparnos si Jesús está en nuestro corazón.
–Me alegra mucho que Juan Wiclef no haya muerto la primera vez que se enfermó tanto –dijo Miguel–. Me alegra que la Biblia esté traducida. No entiendo para nada el latín.
La mamá asintió.–El inglés cambió muchísimo desde que Juan Wiclef tradujo la Biblia por primera vez. Probablemente tampoco se entendería su traducción. Pero, me alegra poder tener la Biblia en el idioma que hablamos hoy, para poder leerla y estudiarla por nuestra cuenta.
Capítulo 6
Dos héroes
–De quién vamos a hablar hoy? –Miguel sonaba ansioso.
–De otras dos personas especiales a las que Dios les dio una tarea para hacer. Vivieron en Bohemia hace unos seiscientos años.
–¿Dónde queda Bohemia? –preguntó Miguel.
–Bohemia es parte de lo que hoy llamamos la República Checa. Juan Hus y su amigo Jerónimo vivían en Bohemia. El padre de Juan Hus murió cuando Juan era muy pequeño. Su mamá lo dedicó a Dios, así como papá y yo te dedicamos a ti cuando eras pequeño. Le pidió a Dios que se ocupara de Juan y que lo cuidara y, a cambio, ella lo consagraba a Dios.
“Dios cuidó a Juan y lo ayudó a obtener una buena educación. Cuando Juan viajó a la Universidad de Praga, su mamá fue con él. No tenía mucho para darle a su hijo, pero al acercarse a la ciudad se arrodilló y oró para que Dios lo bendijera siempre. Y Dios respondió su oración. Juan Hus terminó sus estudios y se fue a trabajar a la corte del rey como uno de los sacerdotes especiales del rey.
“El amigo de Juan, Jerónimo, había viajado a Inglaterra, donde conoció a la reina de Inglaterra, que era una princesa bohemia. Ella estaba muy lejos de su hogar y probablemente se sintió muy contenta de encontrar a alguien de Bohemia con quien conversar. Jerónimo y la reina de Inglaterra estudiaron los escritos de Wiclef, y les parecieron muy interesantes. Al regresar a Bohemia, Jerónimo compartió los escritos de Wiclef con Juan Hus. Ambos se entusiasmaron mucho con ellos. Sin embargo, los dirigentes religiosos les advirtieron que no dijeran nada acerca de estas nuevas ideas.
“Por ese entonces, Hus y Jerónimo conocieron a dos hombres de Inglaterra a quienes tampoco les permitían predicar sobre las enseñanzas de Wiclef. Estos dos hombres eran artistas, y decidieron dar un sermón mediante una ilustración. Pintaron dos cuadros juntos. El primero era un cuadro de Jesús vestido con mucha sencillez y montado en un burrito. Al lado de este cuadro había otra pintura que mostraba al papa montado en un caballo, portando su triple corona y con túnicas costosas. Lo seguían otros importantes líderes religiosos y hombres que tocaban trompetas, todos vestidos con ropa hermosa. Sin decir una palabra, estas pinturas mostraban la diferencia entre Jesús, con sus formas sencillas, y el estilo de vida presumido y lujoso de los líderes religiosos. ¡Cuán diferentes eran!
“Aunque estos dos hombres no decían nada y predicaban su sermón en silencio a través de su arte, Hus no tenía miedo de predicar a viva voz. Lo hacía en todas partes. No pasó mucho tiempo sin que los dirigentes de la iglesia se sintieran muy molestos. Llamaron a Hus a Roma para juzgarlo. Sin embargo, el rey y la reina de Bohemia lo protegieron y pidieron que no tuviese que ir a Roma. Los dirigentes religiosos de Roma estaban muy enojados, ¡y siguieron adelante con el juicio aunque Hus no estuviese allí! Lo condenaron, así que tuvo que dejar Praga e ir a un lugar más seguro.
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