Los enfoques mencionados difieren no solo en sus orientaciones filosóficas más básicas, sino también en la forma en la que encaran la historia de la ciencia. Así, los anarquistas se valen de la historia de la ciencia como laboratorio para mostrar que los hombres de ciencia de carne y hueso han sabido sortear con éxito sus dificultades al ignorar, deliberadamente, las prescripciones o recomendaciones de quienes pretenden que el espíritu científico sea la encarnación de una suerte de racionalidad pura. Ellos encuentran, en la historia de la ciencia, el laboratorio básico para refutar a quienes creen que el progreso de la ciencia exhibe el despliegue del espíritu absoluto. En ese orden de ideas, la historia de la ciencia falsea continuamente las expectativas de racionalidad impuestas por los enfoques que podríamos llamar “dogmáticos”.
A su vez, los elitistas construyen la historia de la ciencia de los vencedores. La historia de la ciencia ofrece un laboratorio que permite sacar a la luz las relaciones de poder que en determinados períodos posibilitan explicar por qué cierta perspectiva llegó a erigirse como paradigmática.
Los enfoques inductivistas suelen practicar cierto desprecio por la historia de la ciencia. Para ellos, la lógica de la justificación debe ser la preocupación central de la filosofía y esta puede ignorar por completo los aspectos contingentes que suelen atribuir a la lógica del descubrimiento. 7Esta última tiene que ser la preocupación de psicólogos, sociólogos o antropólogos. Aun así, si el inductivista se acerca a la historia de la ciencia, lo hará para contemplar cómo se avanza en la búsqueda de la verdad (las verificaciones positivas serán su mayor atractivo); si es el falsacionista quien quiere acercarse a la historia de la ciencia, lo hará para mostrar cómo es que hemos abandonado teorías refutadas (las refutaciones logradas en experimentos cruciales serán su mayor atractivo).
Lakatos, a diferencia de inductivistas y falsacionistas-popperianos, sostiene que la historia de la ciencia es un laboratorio crucial para poner en evidencia (o sacar a la luz) preceptos de la metodología de la investigación científica, preceptos que podríamos tener por razonables. Si bien la actividad científica no encarna la racionalidad pura que orienta las reflexiones de inductivistas o popperianos, no tenemos por qué esperar que las elecciones de teorías estén determinadas por relaciones de poder o por una suerte de foro democrático en el que todos tengan el mismo derecho para sostener, sin normas de control, lo que quieran. Podemos acercarnos a la historia para mostrar que los hombres de ciencia de carne y hueso que han trabajado en el marco de programas de investigación, han favorecido ciertas aproximaciones por encima de otras, en virtud de criterios que podemos tener por razonables, y que nada o muy poco tienen que ver con favorecimientos elitistas o con instancias de imperativos absolutos o racionales. Nótese que usamos aquí el adjetivo “razonable”, que suena menos fuerte que el adjetivo “racional”.
Queremos subrayar que la evaluación que hacemos está atada a las circunstancias y al devenir en el futuro del programa de investigación. Mostramos, en la reconstrucción racional que llevamos a cabo, que las decisiones tomadas por los investigadores fueron las más razonables, si se evalúan o se tiene en cuenta los alcances futuros de tales decisiones. Defendemos que, de no tomar esas decisiones, habría sido, quizá, más difícil llegar al resultado que después llegamos a apreciar. Así, entonces, en el marco de la razonabilidad que defendemos para el programa que nos ocupa, tales decisiones son importantes, porque facilitaron el tránsito hacia formas más complejas del programa de investigación.
En una hermosa paráfrasis del famoso dictum de Immanuel Kant (1724-1804), Lakatos presenta su orientación básica con respecto a la historia de la ciencia. Dice el autor: “‘La filosofía de la ciencia, sin historia de la ciencia, es vacía; la historia de la ciencia, sin filosofía de la ciencia, es ciega’” (Lakatos, 1978, p. 102).
Cuando el historiador de la ciencia encara sus entornos de investigación y lo hace orientado por alguna normatividad para la práctica científica, adelanta lo que Lakatos llama una “reconstrucción racional”. Cuando lleva a cabo su tarea, lo hace también como un científico natural: tiene un conjunto de expectativas teóricas, en este caso relativas a la normatividad científica, y busca herramientas que le permitan contrastar o refutar dichas expectativas.
La metodología de los programas de investigación de Lakatos ofrece un candidato a normatividad científica. Así pues, el historiador lakatosiano se acerca a los escenarios de investigación científica con el ánimo de imponer la normatividad de los programas de investigación. Quiere, en el ejercicio, sacar a la luz las anomalías propias de la evaluación empírica en el marco del programa que le interese y evalúa cuáles conviene aplazar en gracia de la heurística negativa. Rastrea la actitud adoptada por los practicantes, para juzgarla como razonable, dogmática o apresurada. Identifica fases de desarrollo progresivo, estancamiento o superación por otro programa rival. En la medida en que el historiador lakatosiano adelante juiciosas reconstrucciones racionales, somete a prueba su propia normatividad científica.
Si nos valemos del recurso de ofrecer paráfrasis de la obra de Kant, podemos arriesgar la siguiente: la filosofía acude a la ciencia llevando, en una mano, una normatividad, según la cual las decisiones tomadas parecen razonables, y en la otra, la historia de la ciencia. Así consigue ser instruida por la historia, mas no en calidad de discípula que escucha todo lo que el maestro quiere (como parece pretender Feyerabend), sino en la de juez autorizado, que obliga a los testigos a intervenir. 8
Así, el historiador puede ofrecer evaluaciones exitosas o identificar anomalías en su propia normatividad. El falsacionista popperiano puede encontrar, en estas anomalías, la excusa adecuada para abandonar la normatividad conjeturada. El falsacionismo lakatosiano deja abierta una puerta de esperanza frente a las dificultades; el historiador orientado por la normatividad de los programas de investigación procurará conservar incólume el núcleo firme de su normatividad científica (heurística negativa) y complementar sus aportes con movimientos del cinturón protector.
Supondremos, pues, como hipótesis de trabajo, que la metodología de los programas de investigación ofrece una normatividad científica razonable para ofrecer una historia interna de empresas científicas de reconocida importancia y trayectoria. Una historia interna no agota la evaluación de una empresa científica.
Se puede mostrar, también, que una reconstrucción racional de algunos episodios de la historia de la ciencia identifica las dificultades que solo podrían encararse si la historia interna se complementa con una historia externa. 9“La historia de la ciencia”, explica Lakatos,
[…] es siempre más rica que sus reconstrucciones racionales. Aun así, una reconstrucción racional o historia interna es primaria; la historia externa es únicamente secundaria, dado que los problemas más importantes de la historia externa son definidos por la historia interna (1978, p. 118). 10
El historiador interno selecciona una serie de eventos que procede a interpretar normativamente de acuerdo con el canon que haya seleccionado. Si se trata de la normatividad lakatosiana, una vez elegido el programa de investigación de interés, que de hecho debe cubrir períodos de muy larga duración, ofrecer una reconstrucción racional implica: 1) ofrecer, a manera de conjetura, una caracterización preliminar del núcleo firme; 2) identificar las teorías de la serie que supone el programa; 3) poner en evidencia —hasta donde sea posible— la evolución progresiva , entendida como el producto de los movimientos en el cinturón protector, y dar cuenta de la manera como dichos movimientos mantienen incólume el núcleo firme o aceptan muy ligeras modificaciones; 4) identificar anomalías razonablemente aplazadas; 5) constatar evaluaciones empíricas tanto favorables como problemáticas; 6) identificar períodos de estancamiento; 7) formular preguntas específicas que pudiesen ser asumidas por historiadores externos, y 8) establecer los vasos comunicantes o vínculos de cooperación con otros programas de investigación en áreas vecinas.
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