En el Sinaí, mientras Dios le daba a Moisés la Ley escrita en tablas de piedra para los hijos de Israel (Éxo. 31:18), el pueblo, que había quedado al pie del monte, hizo para sí un becerro de oro, delante del cual se postró. La entrega de la Ley fue seguida por la más condenable idolatría (Éxo. 32:6, 21, 22, 25); por este motivo, Moisés quebró las tablas recién escritas (Éxo. 32:19) y ordenó la muerte de más de tres mil personas (Éxo. 32:28).
Cuando Esdras y Nehemías retornaron de Babilonia para restaurar y edificar Jerusalén, y restablecieron la obediencia a la Ley de Dios y la observancia del sábado (Neh. 8:2-8; 10:29; 13:13-22), los enemigos de alrededor fueron incitados a guerrear contra ellos y a intentar impedir la obra de Dios (Esd. 4; Neh. 6). Lo mismo ocurre cuando los tres mensajes angélicos son proclamados en el mundo, con la consecuente restauración de la Ley de Dios y de la observancia del sábado.
Apocalipsis 12 al 14 se enfoca en el clímax del Gran Conflicto, con la controversia sobre la Ley de Dios en el centro, y hay un paralelo estructural entre esta porción del libro y los Mandamientos de Dios. Los santos son aquellos que “guardan los mandamientos de Dios” (Apoc. 12:17; 14:12). Por contraste, la bestia que surge del mar reivindica la adoración a sí misma, contrariamente al primer Mandamiento (Apoc. 13:4, 8; Éxo. 20:3). La bestia de dos cuernos que surge de la tierra ordena que las personas hagan una imagen a la bestia y adoren esa imagen, contrariamente al segundo Mandamiento (Apoc. 13:12-15; Éxo. 20:4-6). Ella seduce a los habitantes de la Tierra por medio de mentiras, quebrando el mandamiento contra el falso testimonio (Éxo. 20:16). Ordena la muerte de aquellos que obedecen a Dios, quebrando el sexto Mandamiento (Éxo. 20:13). Ese poder impone la marca de la bestia (Apoc. 13:16) en oposición al sello de Dios (Apoc. 7:3), contrariando el cuarto Mandamiento (Éxo. 20:8-11).
Entendiendo que la Ley de Dios es el foco del clímax del Gran Conflicto, descrito en Apocalipsis 12 al 14, la marca de la bestia también debe ser entendida dentro de ese contexto. De esa manera, la marca que es para ser colocada “en la mano derecha, o en la frente” (Apoc. 13:16) nada tiene que ver con algún instrumento o con alguna tecnología que pueda aplicarse para identificar a las personas con base en algún dato externo. En realidad, cuando la Ley le fue dada al pueblo de Israel, Moisés recomendó claramente: “Y estas palabras que yo te mando hoy [los Diez Mandamientos], estarán sobre tu corazón [...] y las atarás como una señal en tu mano , y estarán como frontales entre tus ojos ” (Deut. 6:6-8, énfasis añadido). Es decir, la señal o marca para ser colocada sobre la mano y sobre la frente fue originalmente dada por Dios, y esa señal era su Ley. La señal debía destacar al pueblo de Dios como obediente y leal a la voluntad de Dios, lo que era una vindicación del carácter de este en el contexto del Gran Conflicto.
Después de volver a escribir los Diez Mandamientos (Deut. 10:4), Dios recomendó que se guardaran “todos los mandamientos” (11:8) y reiteró que el pueblo no dejase que su corazón se engañara y sirviera a otros dioses (11:16). Además, dice: “Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano , y serán por frontales entre vuestros ojos ” (11:18, énfasis añadido). De esa manera, la señal o la marca impuesta por la bestia (Apoc. 13:16), en el clímax del Gran Conflicto, apunta claramente a una sustitución de Ley de Dios y de la lealtad del pueblo. La marca de la bestia apunta a otra ley, otro mandamiento, dado para ocupar el lugar de la Ley de Dios. Y pretende la bestia que esta marca sea colocada en el mismo lugar en el que Dios recomendó a sus siervos que ataran su Ley: en el corazón, en la mano y en la frente, símbolos, respectivamente, de amor, acción o trabajo, y convicción.
Naturalmente, el sello de Dios tiene su expresión distintiva en la observancia del sábado, mientras que la marca de la bestia tiene su expresión visible en la observancia del domingo, la falsificación del sábado.
En el libro de Apocalipsis, la fidelidad a la Palabra y los Mandamientos de Dios, y al testimonio de Jesucristo, separa a los fieles de los infieles, y provoca la persecución de los primeros, especialmente en el contexto de la actuación de la bestia de los dos cuernos (Strand, p. 578).
El contraataque del dragón, mediante la asociación de las dos bestias, resulta en intolerancia hacia el pueblo de Dios y su persecución, tomando en cuenta que ese pueblo proclama la hora del Juicio divino, y llama a las personas a adorar al Creador de los cielos y de la Tierra.
La tensión entre los mensajeros de Dios, representados por los tres ángeles de Apocalipsis 14:6 al 12, que proclaman la verdad divina y la trinidad de las tinieblas (el dragón, la bestia y la bestia de dos cuernos), llega a su clímax cuando desciende del cielo el cuarto ángel, que tiene gran autoridad y cuya gloria ilumina toda la Tierra (Apoc. 18:1). Este ángel representa el movimiento de proclamación de los tres mensajes angélicos revestido del poder del Espíritu Santo, cuya voz tiene alcance global, y expone la verdad divina y, como consecuencia, desenmascara los pecados de Babilonia y la triple unión entre el dragón y las dos bestias.
Esta situación da inicio a lo que se ha llamado Armagedón, que no es un gran combate escatológico, definitivo y mundial entre las naciones (como piensan hoy muchos cristianos y lo creyeron algunos adventistas en tiempos pasados), sino un conflicto de naturaleza religiosa y espiritual. El “Armagedón se presenta como la batalla culminante entre las fuerzas del bien y del mal, que comenzó en el cielo y terminará en la Tierra (Apoc. 12:7-9, 12). Armagedón se caracteriza como ‘la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso’ (Apoc. 16:14). Por lo tanto, coincide con el día del Juicio divino universal” (Holbrook, p. 1.121).
En toda la historia del Gran Conflicto, Dios tiene un pueblo fiel que mantiene una alianza con él. En diversos momentos, como en los tiempos de Noé, de Abraham, de Elías, de Esdras y de Nehemías, el pueblo fiel a la alianza fue apenas un remanente, los pocos que permanecieron fieles cuando la mayoría abandonó el camino divino. La persistencia de ese remanente siempre despierta la ira del enemigo de Dios, ya que el mantenimiento de las leyes divinas y la obediencia a ellas prueban que son falsas las acusaciones que Lucifer hizo respecto del gobierno eterno de Dios. De esa manera, cuando se intensifique el Gran Conflicto con la generalización del error y la desobediencia, Dios tendrá un grupo fiel y obediente, que mantendrá la creencia en su Palabra.
El texto de Apocalipsis 12 al 14 muestra que, al final de los tiempos, en el clímax del Gran Conflicto, un pequeño grupo mantendrá la fe verdadera en Cristo. Ese grupo es llamado resto, o Remanente (Apoc. 12:17). El contexto amplio de la acción del dragón por medio de la bestia y del falso profeta, en la imposición de una marca de naturaleza religiosa, muestra que la religión será una experiencia difundida en todo el mundo. Sin embargo, un remanente guardará la Palabra de Dios, y permanecerá fiel a los Mandamientos divinos y al testimonio de Jesús. Con esa actitud apoyada en el poder victorioso de la sangre del Cordero (vers. 11), el remanente escatológico reivindicará la justicia de Dios en el clímax del Gran Conflicto.
Ese remanente tiene la promesa divina de liberación. Frente a la imagen de la bestia, erguida delante de todo el mundo, y del llamado a adorarla, ellos se acordarán de Sadrac, de Mesac y de Abednego, que no se inclinaron para adorar la imagen construida por Nabucodonosor (Dan. 3:5, 8). Las personas que componen el Remanente tendrán la certeza de que el Hijo de Dios, que estuvo en el horno ardiente con los amigos de Daniel, también está con ellos, (Apoc. 1:12, 13), y ha derramado sobre ellos su gracia y el poder de su sangre, para alcanzar la victoria definitiva sobre el dragón y las bestias (12:11).
Читать дальше