Simmons Kristen - Tres (Artículo 5 #3)

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Tres (Artículo 5 #3): краткое содержание, описание и аннотация

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Tercera entrega de la saga Artículo 5.Ember Miller y Chase Jennings están listos para dejar de correr. Luego de semanas de ocultarse como dos de los criminales más buscados de la Oficina Federal de Reformas, finalmente llegan a un refugio, donde esperan vivir una vida segura y tranquila, pero se encuentra el lugar completamente en ruinas. Devastados, Ember y Chase siguen lo único que les queda: las huellas que se alejan de los restos. Obligados a desplazarse a escondidas por entre las ruinas de ciudades abandonadas, finalmente encuentran a quienes escaparon del refugio, y juntos buscan un lugar para esconderse del que han oído hablar, donde se rumorea que se encuentra una organización llamada Tres, que ahora se convierte en su última esperanza.

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Un ruido en la arena a mi espalda me sacó de mis reflexiones. Volví la mirada hacia un árbol a mi izquierda y forcé la visión en la oscuridad aferrando un tenedor en mi bolsillo que había recogido antes en la calle.

—¿Quién está ahí? —pregunté tras un momento.

Una figura conocida surgió bajo las ramas de hojas cubiertas de rocío.

—No quise interrumpir.

Sentí alivio y al mismo tiempo se me encendieron las mejillas. Debí haberme cerciorado, antes de lanzarme a un monólogo en solitario.

—¿Me estás espiando? —le pregunté con mis puños en las caderas.

Se rio y dijo:

—Jamás.

La arena se movía bajo cada paso que lo acercaba, y por un instante, la noche a espaldas de Chase pareció vacilar y lo vi de vuelta en las ruinas del refugio, escarbando bajo las pilas de maderos rotos y metales retorcidos con las manos desnudas. Tan arruinado como estaba arruinado el refugio porque echaba en falta a su tío, porque su última esperanza de un refugio para nosotros había desaparecido. Sin embargo, la imagen se disolvió con la misma rapidez que la había conjurado, y sentí un bulto en la garganta y húmedo el cuero cabelludo.

Me sacudí el pelo.

No pude verlo con claridad sino hasta cuando estuvo a mi altura, sobre el banco de arena y al alcance de mis brazos. El negro pelo que le crecía tan rápido ya empezaba a montársele sobre las orejas, y en el mentón se notaban los días que llevaba sin afeitarse. Solo llevaba puesta una camiseta blanca que parecía brillar a la luz de la luna y unos jeans manchados de hollín y grasa, rotos en las rodillas, y se desflecaban sobre el empeine de sus pies desnudos. Las botas las llevaba amarradas de los cordones y colgaban de una mano.

Así, sin más, olvidé todas las imágenes que ensombrecían mis reflexiones. Olvidé cómo había despertado y lo que soñé. Algo se movía dentro de mí, y se agitaba cada vez que sus negros ojos cristalinos se posaban sobre los míos.

—Hola —dijo.

—Hola. —Sonreí.

Habíamos pasado poco tiempo solos durante los últimos tres días, y cuando lo estuvimos, Chase permanecía consumido en su búsqueda, a un millón de kilómetros de mí.

Ahora no lo sentía tan distante.

Lo abracé por la cintura, introduje un dedo en la hebilla de su correa y lo acerqué a mí.

Dejó caer sus botas, y estas hicieron un ruido sordo al chocar con el suelo. Las yemas de sus dedos buscaron mi rostro y acariciaron mis pómulos. Tenía la piel curtida, pero su roce era suave. Poco a poco las caricias descendieron por mi nuca y mi columna, y me aproximaron a él cada vez un poco más, hasta que sus manos reposaron en mi cintura.

Contuve la respiración perfectamente consciente de sus caderas contra mi estómago y la soltura con la que sus hombros se rindieron bajo las palmas de mis manos, al tiempo que acercaba su rostro al mío. Invadí el espacio que nos separaba de manera que ya no fuéramos él y yo, sino solo uno, una sola forma en la oscuridad, un único aliento. Dentro, fuera.

Sus labios rozaron los míos, como memorizando su forma, con inocencia al principio, pero luego con algo más, hasta que desapareció el mundo para nosotros. Sus ojos cerrados y a la deriva, y su abrazo cada vez más fuerte, como si pudiera recogerme entera dentro de sí.

Escurrí mis manos bajo su camisa y sentí la piel arrugada de una herida en la parte baja de la espalda. Se puso tenso, como cuando recordaba cosas que no quería recordar.

Una nube que cubría la luna ocultó su rostro. A veces se sentía como si el pasado empujara a Chase hacia un lado mientras que yo lo empujaba hacia otro.

En ocasiones el pasado ganaba.

Encontré el punto donde los fuertes tendones de su cuello se unían a sus hombros y lo besé allí, un lugar que siempre lo entretenía. Expulsó el aire de sus pulmones con una áspera exhalación.

—Sabes a sal —le dije con la voz más firme que pude para darle algo a qué aferrarse—. Necesitas un baño.

Distendió muy ligeramente los músculos.

—Quizá debieras bañarte conmigo —dijo y sentí su sonrisa en mi cuello—. Asegurarte de que yo no deje algún lado sin lavar.

Sentí mariposas en el estómago.

—Quizá, quizá…

Chase se detuvo. Solté una risita, pero de solo pensar en los dos juntos se me secaba la garganta.

—A todo esto, ¿qué haces aquí? —pregunté después de un rato.

Se enderezó y mis mejillas se acomodaron a la altura que les correspondía en su pecho.

—No podía dormir —dijo—. No estoy bien de la cabeza.

Lo oí suspirar y rozar con los nudillos la quijada sin afeitar. Entrelacé mis manos tras su cintura para amarrarlo a mí.

—Puedes contármelo todo —dije.

Se separó, y a pesar de que intenté retenerlo, era obvio que necesitaba estar solo. Además, por primera vez sentí frío desde que salí a la playa. El aire había cambiado… Ahora se me antojó lúgubre y húmedo.

En el silencio que se hizo, volví sobre mi sueño: Chase de niño, tendido en el suelo, sangrando. La inquietud de nuevo se apoderó de mí. Quise poder leer su mente para saber qué decirle y no sentirme tan impotente.

—Jamás hubiera venido con nosotros… ese soldado, comoquiera que se llamara —dijo con fuerza suficiente como para que yo diera un salto.

—Quieres decir Harper.

Me miró… La pregunta era evidente.

Se me revolvió el estómago. ¿Acaso era verdad que no habíamos dicho jamás su nombre? Yo lo oía cien veces diarias en mi cabeza… una y otra vez, como flagelándome la espalda. Pero Chase y yo no habíamos pronunciado su nombre en voz alta ni una sola vez. No habíamos hablado de lo que ocurrió en Chicago para nada, y yo quería hacerlo. Necesitábamos hacerlo. No podíamos seguir como si no hubiera pasado nada.

Dio un paso atrás.

—Harper era el soldado —dije deprisa—. El del centro de rehabilitación en Chicago. El que tú… ya sabes.

Le pegaste un tiro.

Su semblante cambió. Toda su postura cambió. Se crispó como no lo había visto desde cuando me contó sobre la muerte de su madre. El recuerdo bastaba para revolverme el estómago.

—¿Harper se llamaba?

—Yo, sí… Leí su placa —dije con mis brazos cruzados sobre el pecho… hasta que los dejé caer a los costados.

Chase se dirigió de vuelta a la casa donde habíamos acampado, y al seguirlo, levantó una mano. Algo semejante al pánico me sobrecogió el pecho. La arena bajo mis pies pareció temblar.

—Chase, yo…

Se dio vuelta. Forzó una sonrisa que luego se disipó.

—Tenemos que seguir adelante. Si hoy vuelve a llover, ya nunca más encontraremos a los otros.

—Espera…

—Es por mi tío —insistió, como si yo de alguna manera hubiera dado a entender que deberíamos dejar de rastrear a los sobrevivientes. Me encogí de hombros.

—Él me acogió cuando mamá y papá faltaron —me explicó, como si yo no supiera… como si yo no hubiera estado allí cuando su tío vino a recogerlo tras el accidente automovilístico en el que murieron sus padres—. Él es toda la familia que me queda, Ember.

Sus palabras fueron como una cachetada.

—¿Yo no cuento?

—Él es mi tío —repitió, como si eso explicara todo.

—Te abandonó cuando tuviste dieciséis años —le dije—. En una zona de guerra. Te enseñó a luchar, a robar autos, y luego se largó.

Las palabras quedaron colgando entre los dos. Enseguida deseé no haberlas dicho. Ni siquiera sabíamos si su tío Jesse había estado en el refugio, mucho menos si todavía estaba vivo. No importaba qué hubiera hecho. Chase lo apreciaba, lo quería, y por tanto no era bueno desacreditar su memoria.

—No fue su culpa —respondió, concentrado ahora en la superficie del agua—. Hizo lo que tenía que hacer.

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