Davinia ya llevaba tiempo un tanto rebelde, más pendiente de «sus» cosas que de las visitas a papá, de los caprichos propios de su edad, de sus primeros escarceos con el amor, con la pasión, con la vida…, en resumen, con su despertar al recién inaugurado mundo que tenía ante ella. Pero ni eso había conseguido, más que por un pequeño espacio de tiempo, que José no estuviera constantemente pendiente de los que él siempre había llamado, de manera cariñosa, sus «gremlings»; ella e Iván. Que ese estar pendiente se hubiera convertido en dependencia, en preocupación continua, en devoción por sus hijos, por supuesto que estuviera dispuesto a hacer las concesiones oportunas a aquella mujer en ciernes para que todo siguiera bien.
Davinia llevaba desde mayo sin pasar más que medios días en casa de José, y hacía ya casi dos meses que no había vuelto a verla; eso sí, procuraban establecer contacto telefónico cada tres o cuatro días, aunque Davinia no siempre estaba por la labor. En cambio, Iván seguía viniendo de forma regular cada dos semanas, aunque en esta ocasión, por problemas laborales y acordado con la madre, el plazo se fuera a prorrogar algo más.
En aquel mismo instante los echó de menos intensamente, sobre todo a Iván. Hubiera querido reír con él, jugar, dejar que lo machacara a chistes malos —a Iván le encantaba contar chistes—, sorprenderse con su facilidad de palabra, quedarse embobado por ese nuevo lenguaje que iba adquiriendo y que lo acercaba de modo gracioso a esa fase que hay entre la infancia y lo prepuberal, a la etapa a la que tanto miedo le tenía José. Hubiera querido tenerlo ahí para estrujarlo contra su pecho y sentirlo parte suya al tiempo que, sin que el crío lo viera, llorar de impotencia sintiendo su frágil cuerpo y rememorando el del niño del hospital. Pero no, no estaba allí; y eso lo sumió, aún más, en esa sensación de desamparo y desasosiego que lo había invadido desde que vio a aquel crío en la camilla de urgencias y que ahora se había visto reagudizada al despertarse, ya hacía un buen rato.
Volvió a tumbarse y permaneció en la cama intentando conciliar el sueño, pero fue imposible.
José se sentó, de nuevo, en el borde de la cama y volvió a mirar su teléfono móvil, las 4:30.
«Creo que hoy ya he dormido todo lo que tenía que dormir —meditó resignado—. Así que es hora de ponerse en marcha».
Tras haber realizado los ejercicios reglamentados por él mismo para cada día, ducharse, afeitarse y puesto una bata de estar por casa por encima de la ropa interior, se disponía a sentarse en la mesa del despacho cuando oyó vibrar el teléfono móvil. Era la vibración característica de su WhatsApp.
—¿Quién será a estas horas? —se cuestionó en voz alta mientras se dirigía a la mesilla de noche donde todavía permanecía el aparatito.
«Cuando puedas pon las noticias en la tele o en la radio. O si tienes Twitter, léelo; aunque dudo que tengas». Era el texto del mensaje que le acababa de enviar Belinda. Pensó en contestarle para averiguar qué quería que viera en las noticias, pero concluyó que sería más rápido poner directamente la televisión y no enredarse en una de esas cadenas eternas del «Whats» que tanto odiaba.
«…Repetimos: según últimas informaciones que han llegado a nuestra redacción, tal como ya informábamos en la tarde de ayer, la autoría del atentado perpetrado en la estación de trenes de Alicante ha sido reivindicada por el grupo de ultraizquierda, “El poder del pueblo”. Este grupo, hasta la fecha, era conocido por las revueltas callejeras protagonizadas en ocasiones anteriores en distintas capitales del país y por lo escraches llevados a cabo contra personalidades del mundo empresarial y político español…». La presentadora de los informativos de la cadena de 24 horas en La 1 explicaba los pormenores de las últimas noticias relacionadas con el atentado del día anterior.
Casi sin poder reaccionar, con la boca entreabierta, entre sorprendido, aterrado y sobrecogido, atendía sin pestañear.
«…si bien está todo pendiente de confirmación, al parecer, una llamada anónima realizada a las seis de la tarde de ayer a las oficinas de la agencia de noticias EFE asumía la autoría de los hechos en nombre del mencionado grupo activista de izquierda. Hasta ahora no se conocían actividades terroristas por parte de esta organización. Si bien es de todos conocida su intensa implicación como grupo activista en movilizaciones sociales.
Según fuentes policiales, la investigación permanece abierta y contempla varias líneas de actuación sin que, de momento, se haya concluido nada más al respecto de la autoría o de los autores; más allá de la reivindicación mencionada a través de una llamada anónima, cuyo origen se sigue investigando…».
José seguía sin salir de su ensimismamiento. Se quedó ahí, frente a la televisión, mirando fijamente, como quien no pierde ripio de la emisión. Ojiplático. Era evidente que no estaba pendiente de la televisión, tan solo su cuerpo se hallaba frente a la misma. Él estaba en otro lado, pensando, perplejo.
La situación política en España desde hacía unos años se había complicado bastante. En el año 2015 había irrumpido, en esa escena política, la extrema izquierda, que no aparecía de manera significativa desde el año 2000. Y eso había modificado notablemente la forma de ver, de interpretar y de analizar el escenario político por parte de los españoles de a pie; y también de los que iban en coches oficiales.
De modo casi sorprendente para todos, esa izquierda se vio aupada como tercera fuerza del país y con capacidad de establecer vetos, plantear cuestiones legislativas y, lo más importante, de ser considerada como una opción, por parte de la ciudadanía, lejos de las alternativas tradicionales. Junto a esa nueva forma de interpretar la política patria, los partidos habituales se desangraban poco a poco a consecuencia del descontento que se había ido instalando en la población como resultado del «buenismo» político, el lenguaje políticamente correcto y el hartazgo popular del «Lo cambiaremos todo» para que al final, gobernara quien gobernara, «todo quedara igual».
Y en esas, al pairo de la nueva situación, también había surgido una nueva opción, más moderada, más centrada y también ampliamente reclamada de forma tácita por la ciudadanía; sobre todo por aquella que seguía estando descontenta con el establishment, pero que tampoco quería optar por actitudes extremistas que atemorizaba a muchos por sus discursos y su intención de asaltar las instituciones e incluso «asaltar los cielos», como de hecho, había llegado a manifestar alguno de sus líderes de ese, ya antiguo, año 2015.
Por si a ese nuevo escenario instaurado hacía escasos años le faltaba algo, más recientemente aún, apenas cinco o seis años, había aparecido en escena una formación de extrema derecha que venía a ser la imagen especular de la recién estrenada extrema izquierda. Todo estaba tensionado el ambiente de manera notable, afectando a los políticos, las instituciones y, más aún, estaba indignando a la sociedad que veía como día a día la situación de enfrentamiento político y social iba aumentando. Hacía apenas dos semanas, en las últimas elecciones generales del pasado 2 de noviembre, la ultraderecha había conseguido una representación de cincuenta y cinco de los trescientos cincuenta diputados que conformaban la Cámara Baja. Mucho más allá de lo que podría considerarse una representación testimonial. No en vano, se había convertido en la llave para la formación de gobierno.
Y en ello estaban la derecha moderada —noventa diputados—, el «nouvel centro» —catorce diputados— y la extrema derecha, a punto de llegar a un acuerdo para la proclamación de un gobierno de coalición, a falta de pactos con formaciones minoritarias en la Cámara. Formaciones que, desde siempre, pero ahora más, acababan siendo determinantes a la hora de formar gobiernos en el país.
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