Nicolás Loza Otero - Legitimidad en disputa

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"Una obra original que conjuga de manera versátil y estimulante las dimensiones teórica y empírica, y que arroja luz sobre los mecanismos que generan o erosionan la legitimidad". José Woldemberg

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Ilustrando mi argumento, a mediados de la década de 1990, en la ciudad de México, alrededor de la mitad de sus ciudadanos ordinarios dijo que los valores de la Revolución mexicana eran todavía válidos, pero sólo dos de cada diez consideraban que el gobierno los cumplía. A su vez, casi uno de cada dos e incluso un poco más, prefería gobiernos instituidos democráticamente, en tanto que la otra mitad se dividía entre los que no podían definirse y los que preferían gobernantes seleccionados por sus atributos o los fines de sus políticas. En este capítulo, también integré otros indicadores predisposicionales o de valores, como la ideología, la orientación al cambio, la identidad partidaria y la confianza interpersonal. Y como la edad de los individuos debería asociarse a los cambios en la esfera de valores, también examiné la relación entre edad y respaldo actitudinal.

Sin embargo, con excepción de la identidad partidaria y la ideología, los valores democráticos, las otras predisposiciones incluidas y la edad, no representaron grandes diferencias, ni siquiera mayores que las generadas por las evaluaciones del bienestar de los citadinos, en la confección de los juicios sobre la autoridad. La debilidad del vínculo era esperable para los indicadores de legitimidad en sentido amplio, pero no en su sentido estricto. En general, las orientaciones democráticas sólo tuvieron efectos significativos, negativos y débiles con la legitimidad del sistema; la confianza interpersonal se vinculó significativa, positiva y también débilmente al juicio prospectivo de la presidencia, con el que la orientación al cambio también se asoció débil, significativa y negativamente. La identidad pri se asoció con todos los indicadores de respaldo actitudinal, en la dirección esperada y con gran fuerza, en tanto que lo mismo sucedió, pero con menor fuerza, con definirse ideológicamente de derecha y todavía con menos peso, pero sin perder significancia, con decirse de centro. Así, desde la perspectiva de los valores y las predisposiciones, el respaldo actitudinal al régimen provino de las personas que se identificaban con el pri y de quienes se decían de derecha.

En el capítulo sexto, me ocupo de la información, el segundo progenitor de las propuestas de opinión según Zaller. Y la manera en que lo hice me llevó a identificar las fuentes de información que los citadinos dicen usar, a la relación entre información televisiva y juicio político. Además, construí un índice de conciencia política, examinando las diferencias en la evaluación de las autoridades que produjo. Y como la información es un recurso, en este capítulo también exploré las consecuencias de disposiciones diferenciales de recursos sobre el respaldo actitudinal, por lo que incluí indicadores de género, nivel de organización, ingresos y escolaridad de los citadinos.

En 1997, los citadinos, como los mexicanos, según Norris, se informaban de política principalmente mediante los telenoticieros. Y no sólo decían hacerlo, sino que los registros objetivos de circulación de periódicos y rating televisivo lo sustentaban. En dicho año, la estructura de propiedad, el tiempo dedicado, la distribución de coberturas de la tele política mexicana habían cambiado respecto a las conductas y tendencias dominantes en el viejo régimen: en la campaña presidencial de 1988, el noticiero nocturno 24 horas —casi único en la televisión mexicana— concedió 88 por ciento de su cobertura al pri, mientras que en 1997 le dedicó exclusivamente 16 por ciento, incrementado los tiempos dedicados a las campañas y contando con la competencia del noticiero nocturno Hechos de Televisión Azteca, privatizada unos años atrás, que destinó 31 por ciento de su cobertura al pri. Las transformaciones en la televisión no se limitaron a los noticieros nocturnos, sino que pasaron por barras noticiosas y programáticas de las dos grandes cadenas, por la multiplicación de ofertas de política en televisión, por la supervisión de la autoridad electoral de los tiempos y contenidos noticiosos y por la utilización de la publicidad electoral televisiva por parte de los tres principales partidos políticos.

Una de las más extendidas interpretaciones de la política en televisión es que vulnera las condiciones de ejercicio de la ciudadanía y la democracia, pues se ocupa de noticias negativas, proporciona información parcial, extremadamente emocional y visual del todo, haciendo de la política un espectáculo, lo que algunos autores han llamado videomalaise o vocación por el periodismo negativo de la televisión. Este diagnóstico sólo es posible suponiendo individuos que reciben de manera pasiva las informaciones televisivas y derraman sus juicios de un político al otro. En el capítulo sexto, presento el argumento de Pippa Norris contrario a esta perspectiva, que se funda en la evidencia de que los mayores consumidores de información política por televisión son también quienes tienen más interés en política, por lo que acuden a fuentes complementarias. En abono de esta postura, ofrezco algunas reflexiones que estudiosos de la comunicación política hacen sobre la base de hallazgos de las neurociencias, que muestran que al valerse de componentes y lenguaje audiovisual, la información televisiva favorece el aprendizaje y la memoria, activando las áreas del funcionamiento racional en el cerebro.

Hacia 1997, los antecedentes autoritarios del régimen abrían la posibilidad tanto de que los consumidores de información por televisión recibieran de forma pasiva y dócil mensajes controlados, respaldando actitudinalmente al régimen, como que ocurriera un backlash informativo, esto es, que los medios compartieran el descrédito del viejo régimen y obtuvieran justo lo contrario de lo que perseguían, como sucedió en 1988. Otra posibilidad, en consonancia con la hipótesis de la videomalaise , era que los individuos que se informaban en primer lugar por televisión tuvieran juicios muy negativos de la autoridad y, por último, que las formas de recepción de la información televisiva estuvieran mediadas por los niveles de información e interés de las personas, argumento que sostienen tanto Norris como Zaller.

En ese año, en el D.F., el noticiero Hechos de Televisión Azteca, tuvo mayores rating s que 24 Horas de Televisa, al tiempo que, conforme a mis propias observaciones, la audiencia del primero fue más crítica de las autoridades que la del segundo, a pesar de que los análisis de contenido disponibles no muestran diferencias sustantivas en sus tratamientos noticiosos. Este fenómeno antes que la constatación de una aproximación heurística en que se elige la fuente por afinidad podría ser un caso especial de efecto de selección, en que la elección del medio, Televisión Azteca, y los más bajos niveles de respaldo actitudinal al régimen entre su público vinieron de la mano, expresando una misma decisión de salida —en el sentido que la usa O. Hirschman— esto es, de abandono por insatisfacción, en este caso, de un par de instituciones asociadas al viejo régimen: Televisa y el pri.

A la vez, confirmando al menos en parte las predicciones que podían hacerse desde el razonamiento de Norris o Zaller, al construir mi índice de conciencia política encontré que entre los más interesados y conocedores de política, el efecto del medio sobre el respaldo actitudinal se acentuaba, mientras que entre los menos entusiastas de la política, la dirección y fuerza del efecto mediático eran menos claras e intensas. Estas consecuencias difieren de los efectos moderadores que encontró Moreno en la relación entre evaluación de la economía, aprobación al trabajo presidencial y conciencia electoral, cuya característica principal era que los más conscientes tenían evaluaciones menos extremas, aunque estas discrepancias se refieran a dimensiones distintas del juicio político.

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