Nicolás Loza Otero - Legitimidad en disputa

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"Una obra original que conjuga de manera versátil y estimulante las dimensiones teórica y empírica, y que arroja luz sobre los mecanismos que generan o erosionan la legitimidad". José Woldemberg

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Por eso, también en el capítulo segundo presenté mis herramientas, enlistando micro, micro-macro y macro-micro mecanismos en la constitución de creencias, preferencias, incluso motivaciones y sus interacciones. De acuerdo con mi lista, las creencias en la legitimidad de una figura pueden ser informadas y adecuadas o sencillamente falsas, construirse por medio de aproximaciones heurísticas como la reciprocidad, el toma y daca, el gusto, la identidad partidaria, la elección de líderes de opinión o la imitación racional, entre otras, las corazonadas —ciertas o falsas—, la imitación irreflexiva, los argumentos contextuales, la miopía, la hipermetría, las descripciones distintas de objetos idénticos y el control consciente y planificado de las emociones, las ilusiones, los mitos, el autoengaño, la racionalización de la esperanza, la búsqueda de sentido, la moda, la costumbre, el uso social o la reducción y amplificación de la disonancia cognoscitiva, moral y expresiva, para la primera mediante el autoengaño, la ilusión o la búsqueda de información autoseleccionada, mientras que para las siguientes, vía la internalización, la redención o la revuelta.

Respecto de las preferencias —y entendiéndolas como formas particulares de las creencias—, los micromecanismos referidos son aplicables con sus casos específicos como las preferencias adaptativas, las contraadaptativas o la reactancia. Por su parte, la interacción creencias/preferencias alimenta el elenco de micromecanismos con la sobredeterminación —cuando ambas determinan una misma decisión— la brecha deseos/oportunidades, los efectos marco y las metapreferencias que conducen a la difusión, la compensación y la concentración. Finalmente, las motivaciones son, conforme a la teoría de la elección racional, el autointerés del que la razón es un instrumento, pero también los valores, las pasiones y las tradiciones, que pueden alterarse —no necesariamente a voluntad ni libres de restricciones, según Elster— mediante la transmutación o la tergiversación.

En la conversión de creencias individuales en colectivas, la razón transubjetiva de Boudon estaría en la base, pero también actuarían la imitación, deliberación, agregación, negociación, imposición, persuasión o la conformidad, así como algunas variantes de los umbrales, como la falsificación de preferencias, las redes de difusión, la profecía que se autorrealiza y su inverso, la creencia que se autolimita. Por su parte, entre las creencias colectivas, tomadas como estados sociales y en esa medida como punto de partida de los mecanismos macro-micro, la opinión pública, los valores sociales, las tradiciones, la educación formal y algunas de sus traducciones individuales, como las opiniones socialmente deseables, las preferencias conformistas o su contrario, las reactantes. Todas estas formas de las creencias, las preferencias, las motivaciones y su interacción, constituyen partes o mecanismos enteros para explicar la creencia en la legitimidad política, pero ésta, en su constitución y efectos, no sólo es producto de las propiedades de los actores, sino también de las situaciones sociales en que se encuentren y de la interacción entre estructuras e individuos.

En el capítulo tercero, presento la operacionalización de mi distinción entre sentidos amplio y estricto de la legitimidad para las tres figuras prototípicas del viejo régimen en transición —sistema político, pri y presidencia de la República— que me condujeron a la elaboración de seis y hasta ocho indicadores de las variables dependientes del estudio: uno de legitimidad estricta y otro de evaluación instrumental para cada figura, y en el caso de la legitimidad estricta, uno más de legitimación democrática. Para la dimensión amplia de la legitimidad, recogí indicadores ampliamente utilizados, en tanto que con la legitimidad en sentido estricto, con excepción del pri, en que opté por una solución probada, no podía más que experimentar y ofrecer indicadores originales, resolviendo —parcialmente por supuesto— las lagunas, conflación [1]y desigualdad con que se ha operacionalizado en otros trabajos: para su sentido estricto, la legitimidad del sistema la exploré preguntando las prácticas y razones de obediencia al gobierno; en tanto que para el presidente solicité expresar acuerdo con las afirmaciones que justifican su derecho de gobernar; en ambos casos, las opciones de respuesta implicaron fuentes de legitimación y supuestos motivacionales.

Conforme a mis propios indicadores y mediciones, los niveles de legitimidad presidencial y del régimen en el D.F. entre 1995 y 1997 fueron altos y estables, en tanto que la contraintención de voto pri, cuantiosa y en aumento. En este lapso, la popularidad presidencial retrospectiva y prospectiva mejoró muy ligeramente desde una situación inicial poco menos que buena, mientras que la escasa satisfacción con el funcionamiento del régimen, así como de intenciones de voto pri no acusaron variaciones. En cifras: en junio de 1997, poco más de dos terceras partes de los adultos de la ciudad de México concedió legitimidad a la presidencia, pero sólo alrededor de 50 por ciento tuvo un juicio instrumental positivo de su titular y una tercera parte compartió expectativas optimistas para el final de su mandato. En cuanto al régimen político, uno de cada cuatro citadinos expresó satisfacción con su funcionamiento y casi dos terceras partes no dudaron de su legitimidad. Respecto al pri, poco más de la mitad declaró que nunca votaría por este partido, constituyendo la disposición social en términos de legitimidad estricta menos favorable a figura alguna del viejo régimen, en tanto que apenas tres de cada veinte expresaron intención de votar en su favor.

En estos mismos años y acudiendo a distintas fuentes con datos comparables, podríamos suponer con sustento que más pobladores adultos del D.F. compartían opiniones críticas, apáticas o distanciadas del sistema político y sus piezas, que entre el resto de los mexicanos, fueran ciudadanos ordinarios del interior del país o políticos de la elite. En perspectiva comparada, las cifras de respaldo actitudinal instrumental en América Latina, la Europa ex comunista o África eran más bajas que en la ciudad de México, que resultaban bajas si la comparación se hacía con la Europa capitalista, Estados Unidos o Asia. Para el antiguo régimen, el D.F. constituía una zona de riesgo, una situación social en que sus pobladores lo legitimaban apáticamente, le escatimaban respaldo por desempeño y tenían estigmatizado a su partido: en términos agregados, si alguna presión social podía experimentar un citadino, era para no respaldar —íntima o públicamente— al viejo sistema y en especial al pri.

En términos de la forma o motivación de las creencias, mis indicadores de legitimidad estricta registraron en especial el componente normativo, mientras que los de popularidad, el instrumental; en ambos casos, sin embargo, la dimensión emocional fue descuidada, aunque el juicio prospectivo al presidente y la satisfacción con el funcionamiento del sistema tienen una anatomía más afectiva que los demás. Entonces, si la cúspide del apoyo actitudinal fue la creencia en el derecho de gobernar del régimen y el presidente, es decir, su legitimidad estricta fundada mayoritaria pero no completamente en la metapreferencia democrática, en tanto que su piso fue la satisfacción con el sistema, seguida hacia arriba por el pronóstico de final sexenal, las evaluaciones utilitarias del presidente y el pri y la legitimidad de este último, el diagnóstico de los componentes motivacionales del contexto actitudinal del régimen en el D.F., en 1997, sería que los registros positivos de lo normativo y factual de su legitimidad estricta coexistían con el escaso involucramiento afectivo de los gobernados, lo que en términos de Almond y Verba significaría incongruencia actitudinal y autoridad en medio de apatía o distanciamiento.

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