Consumo de agua del grifo
Hay muchas personas a las que les fastidia mucho tener que gastar dinero en agua. Les parece mal que algo que nos da la naturaleza tenga que ser monopolizado y costarnos dinero. A otras personas les fastidia tener que cargar botellas y garrafas y subir pisos sin ascensor. Estoy de acuerdo con todos ellos, sin embargo, el agua del grifo no debería beberse. Contiene residuos de fertilizantes, herbicidas, pesticidas, hormonas, metales pesados, nitratos, cobre o plomo (dependiendo de qué material están hechas las tuberías), cloro y flúor.
El cloro lo mata todo, lo malo y lo bueno, incluida nuestra flora intestinal. El flúor se relaciona con el debilitamiento del sistema inmunitario. Lo mires por donde lo mires, el agua del grifo es mala noticia para la salud.
Exceso de uso de antibióticos, corticoides y hormonas sexuales sintéticas como la píldora anticonceptiva y la terapia hormonal sustitutiva
Los antibióticos y los corticoides indiscutiblemente han salvado muchas vidas, pero hoy en día se abusa de ellos.
Los antibióticos se prescriben para tratar gripes, cuando se sabe que este tipo de fármaco no actúa sobre los virus. La razón detrás de esto es evitar las infecciones bacterianas que pueden aparecer durante un proceso gripal. Sin embargo, nunca se aconseja al paciente eliminar el azúcar o un exceso de alimentos dulces, los cuales alimentan a las bacterias responsables de dichas infecciones. Los dentistas llevan años explicándonos que el azúcar genera que las bacterias de nuestra boca produzcan ácido, y este ácido es el que causa las caries. Por el contrario, esta relación azúcar/bacteria/acidez no se aplica para el resto de bacterias oportunistas en el organismo. Por supuesto, no es tan rentable para la industria farmacéutica que tratemos, evitemos o aliviemos ciertas enfermedades con la alimentación, que vendiendo medicamentos. Las compañías farmacéuticas son la principal fuente de información de los médicos y, a su vez, estas dependen de ellos para hacer crecer su negocio. No es de extrañar que esta información tan sencilla y básica apenas se recomiende en las consultas médicas.
Hace años, cuando regresé a vivir a España, una publicista me ofreció ser la imagen de un edulcorante que querían introducir en España. Sin dudarlo le dije que no, no quería hacer publicidad de nada y menos de un edulcorante. Ella intentó explicarme las bondades de este nuevo producto y me dio a leer un informe comparativo entre dicho edulcorante y el azúcar. Realmente la cantidad de hojas donde se hablaba del daño que causaba el azúcar (diabetes, caries, cáncer, etc) era abrumadora, pero lo que me dejó perpleja fue saber que ¡detrás del nuevo edulcorante estaba la misma empresa que también fabricaba el azúcar! O sea, la industria de la alimentación sabe perfectamente los efectos desastrosos del azúcar y aún así nos bombardea con alimentos que la contienen. Lo mismo pasa con la industria farmacéutica. No interesa que con un cambio de alimentación se solucione el colesterol o una diabetes II o la hipertensión. Es mucho más rentable tener clientes dependiendo de una medicación de por vida. Por eso, precisamente por eso, la información no llega a los médicos ni a los consumidores.
Otro fármaco, en mi opinión, nefasto para la mujer, es la píldora anticonceptiva combinada. Esta pastilla nos liberó sexualmente a las mujeres en los años sesenta pero nos hizo un flaco favor para la salud. La píldora paraliza los ovarios y actualmente es el método más recomendado por ginecólogos para tratar los ovarios poliquísticos. Es como tener dolor de dedo y que te lo corten para que no sientas el dolor. Más que paralizar el ovario y su producción hormonal, sería más respetuoso para el cuerpo averiguar por qué una mujer enquista sus óvulos y ayudarla a sanar sus ovarios, no a reprimirlos.
Este aspecto es muy importante para la salud general. El estrés pone en marcha el sistema nervioso autónomo y las glándulas suprarrenales (situadas sobre los riñones). Estas pequeñas glándulas producen diversas hormonas que, entre otras funciones, nos ayudan a enfrentarnos a las situaciones de adaptación que la vida exige.
El estrés es normal en nuestra vida y ha existido desde la historia del Ser Humano. Antiguamente, el cazar para comer o el peligro de ser atacado por un animal, el clima y sus inclemencias, la dureza de la vida en general, generaba estrés. Este, sin duda, ha sido un factor muy importante para nuestra evolución porque las dificultades en el vivir nos han hecho buscar mejores condiciones de vida.
Actualmente, en nuestra sociedad, hemos conseguido todo tipo de comodidades, bienestar y confort y, sin embargo, seguimos sintiendo estrés. Parece, entonces, algo necesario en nuestra vida. Sin embargo, habría que distinguir entre un estrés intrínseco del Ser Humano, ese estrés sano, motivador, motor de nuestra evolución y otro tipo de estrés devastador, en el que vivimos inmersos hoy en día y nos lleva a la enfermedad.
Si nuestro organismo sufre de estrés prolongado, las glándulas suprarrenales serán continuamente estimuladas para producir, principalmente, la hormona cortisol. Esta hormona, aunque necesaria en ciertas dosis, en exceso puede producir un sinfín de desequilibrios en el organismo. Entre ellos, disminuye la capacidad inmunitaria del organismo, dando lugar a alergias e infecciones (como la candidiasis); destruye la flora intestinal, favoreciendo el crecimiento de bacterias y levaduras (como las cándidas); y disminuye la producción de las inmunoglobulinas A intestinales, o en otras palabras, la primera línea de defensa inmunitaria en el intestino.
El sistema inmunitario es el encargado de mantener bajo control todos los microorganismos que habitan nuestro cuerpo, incluidas las cándidas. Se sabe que las personas con SIDA o las que siguen tratamientos de quimio o con inmunosupresores (como las personas trasplantadas) son más propensas a sufrir de candidiasis e infecciones varias porque su sistema inmunitario está muy debilitado.
Sin embargo, son muchas las personas que no sufren de ninguna de las enfermedades arriba mencionadas, ni siquiera son consideradas enfermas, y, por el contrario, tienen el sistema inmunitario deprimido. Esto puede ser debido a un gran número de factores muy comunes hoy en día: como hemos visto antes, el estrés crónico; mala alimentación; falta de nutrientes; consumo excesivo de tabaco y alcohol; contaminación; falta de descanso; falta de ejercicio o exceso de éste…
El sistema inmunitario trabaja en equipo con el sistema nervioso. Cuando el organismo siente, desde un punto de vista primitivo, que hay un peligro, pone en marcha el sistema inmunitario porque ante un peligro existe la posibilidad de herida o lesión (el cuerpo no distingue entre un peligro físico y uno emocional). Este sistema es el encargado de asistir la herida para que no haya una hemorragia mortal, ni se infecte. Cada vez que nos sometemos a estrés estamos activando nuestro sistema inmunitario como protección. Si el estrés es crónico, el sistema inmunitario acabará agotándose. Esto nos puede producir cansancio, gripes o catarros recurrentes, cistitis continuas, candidiasis, etc.
Estamos cansados de oír y leer que con una dieta equilibrada ya estamos recibiendo los nutrientes que necesitamos para funcionar en perfecta salud. Sin embargo, esto no es así. Para empezar, no existe la dieta equilibrada puesto que no tenemos control sobre las cantidades de nutrientes que contienen los alimentos que ingerimos. Hoy en día, estamos sobrealimentados pero desnutridos y, aunque tengamos mucho cuidado con lo que comemos y cómo lo comemos, la mayoría de los alimentos que ingerimos no nos aportan los nutrientes necesarios para conseguir un equilibrio bioquímico. Esto es debido, en otras cosas, a la desmineralización de los terrenos de cultivo y/o al tiempo que le toma al producto, una vez recolectado, llegar a las tiendas.
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