Aunque este capítulo te pueda parecer desalentador, créeme, no lo es. Lo que vas a leer es cómo esta infección puede afectar a nivel bioquímico pero, por supuesto, ni a todo el mundo le afecta de la misma forma, ni todo el mundo tiene, necesariamente, el mismo desarrollo de la infección. Lo que sí es común en todas las personas con candidiasis es la capacidad innata de recuperarse y aprender de ella.
Desde el momento que has escogido leer este libro, es que algo dentro de ti está latiendo con fuerza. Es tu salud deseando que vuelvas a creer en ella.
Te invito a que leas este capítulo con una actitud curiosa y muy positiva.
Científicamente hablando, la candidiasis es una infección causada por una o varias especies del microorganismo cándida.
Existen alrededor de 150 especies de candidas. La más común es la Candida Albicans , pero también es fácil encontrar casos de personas con Candida Glabrata , Parapsilosis , Tropicalis , por mencionar las más comunes. No importa qué tipo de candidiasis sufras, el enfoque es el mismo. Tampoco varía el tratamiento si la infección se encuentra en el intestino, uñas, piel, vejiga, próstata, genitales o cualquier otra parte del cuerpo.
Las cándidas son unas levaduras presentes en nuestro organismo. Se encuentran, principalmente, en la piel, y aparato digestivo y genitourinario. Su función es mantener un equilibrio en nuestro pH, ayudarnos a absorber nutrientes adecuadamente, protegernos de infecciones intestinales y de metales pesados, y degradar restos de carbohidratos mal digeridos.
El sistema inmunitario y la flora intestinal y vaginal son los principales encargados de que estas levaduras vivan en perfecta armonía en nuestro organismo. Sin embargo, debido a diversos factores (que veremos más adelante), estas levaduras pueden dejar de ser inofensivas y transformarse en micelios micóticos u hongos, causando una candidiasis.
Los síntomas más comunes de la candidiasis son:
Deseos de comer carbohidratos
Intolerancia al humo de los cigarrillos, perfumes y productos químicos como lejía y ambientadores
Fatiga o somnolencia
Depresión
Mala memoria
Sensación de irrealidad o de estar flotando
Incapacidad para tomar decisiones
Sensación de quemazón, hormigueo o entumecimiento
Dolor de cabeza o migraña
Dolor muscular
Debilidad muscular o parálisis
Dolor o inflamación de las articulaciones
Dolor abdominal
Estreñimiento y/o diarrea
Distensión abdominal o gases
Quemazón, picor o flujo vaginal
Falta de deseo sexual
Irregularidades menstruales o dolor menstrual
Tensión premenstrual
Ataques de ansiedad o llanto
Manos y pies fríos
Irritabilidad
Incapacidad para concentrarse
Cambios de humor frecuentes
Insomnio
Mareo o pérdida del equilibrio
Sensación de presión en los oídos
Picores o sarpullidos
Entumecimiento u hormigueo
Indigestión o acidez
Intolerancia a ciertos alimentos
Mucosidad en las heces
Picor anal
Boca o garganta seca
Ronchas o costras en la boca
Mal aliento
Persistente mal olor corporal que no desaparece al lavarse
Congestión nasal
Picor nasal
Dolor de garganta
Laringitis, afonía
Tos o bronquitis recurrente
Dolor o presión en el pecho
Ahogo o dificultad al respirar
Necesidad frecuente de orinar
Puntos en la visión
Picor o sensación de quemazón en los ojos u ojos llorosos
Frecuentes infecciones de oído o supuración de oídos.
Aunque se puede sufrir de una candidiasis vaginal, oral o de uñas únicamente, en mi experiencia clínica, el origen suele ser intestinal. Normalmente, si la persona mira atrás, puede recordar síntomas intestinales previos a la aparición de los hongos.
Aquí está la clave de esta enfermedad. Cuando una persona sufre de candidiasis intestinal la gama de sus síntomas será mayor y su salud se verá mucho más comprometida que una persona con candidiasis focalizada únicamente en la vagina. Esto es debido a que la mayor parte de la digestión y absorción ocurre en el intestino delgado. Aquí se producen enzimas digestivas, jugos gástricos y fluido alcalino que permiten la digestión, a la vez que las vellosidades intestinales permiten la absorción de lo digerido. No sólo esto, una función muy importante del intestino a la hora de absorber es saber qué es lo que puede entrar a la sangre y qué es lo que no. Digamos que el intestino delgado no sólo ayuda a digerir y a absorber sino también a escoger lo que es absorbido.
Cuando las cándidas intestinales dejan de ser inofensivas levaduras y pasan a ser hongos, desarrollan rizoides (o raíces muy largas) que invaden la mucosa intestinal. Esta inflamación permeabiliza el intestino y es cuando se forma una bola de nieve de síntomas, descritos anteriormente.
En el intestino delgado, las células tienen unos receptores por donde se absorben los nutrientes a la sangre. Sin embargo, cuando el intestino está inflamado estos receptores quedan dañados impidiendo la absorción de nutrientes. Esto puede causar desnutrición celular. A pesar de comer cantidades adecuadas, de comer muy sano, y de tomar muchos suplementos nutricionales, si el intestino está inflamado y dañado no absorberemos los nutrientes necesarios para nuestra salud. Por el contrario, a través de esta inflamación se colarán todas esas sustancias que no deberían entrar en sangre y que un intestino sano impediría absorber como son metales pesados, pesticidas, químicos utilizados en la industria de la alimentación, productos de desecho de microorganismos, etc.
La combinación de toxicidad junto con una falta de nutrientes (importantes, entre muchas otras cosas, para ayudar a que el hígado desintoxique) es más que suficiente para hacerte sentir fatal. Sin embargo, a pesar de las visitas al médico, no logras tener un diagnóstico. El motivo es porque la toxicidad no se valora con pruebas médicas, ni tampoco la deficiencia nutricional celular. Los análisis de sangre pueden indicar que el nivel de vitaminas y minerales es correcto pero esto no refleja que las células estén recibiendo esos nutrientes para mantenerse sanas. Por hacer una comparación sencilla y gráfica, puede haber un río caudaloso (la sangre), con una corriente de agua extraordinaria (los nutrientes), pero si las tuberías que conducen el agua del río a los campos están bloqueadas, esta no llegará y la tierra (la célula) se secará y enfermará.
Este es sólo el principio de una larga cadena de eventos. Las cándidas en estado micótico (en forma de hongos) pueden producir 79 productos tóxicos diferentes. Uno de los más tóxicos es el acetaldehído. Según expertos en la materia como Sherry Rogers y otros investigadores, el acetaldehído favorece la formación de adrenalina, causando síntomas como taquicardias, sofocos, pánico, miedo. También interfiere en algunos receptores de la acetilcolina (un neurotransmisor) afectando la memoria y la transmisión de información entre nervios y músculos.
El acetaldehído también aumenta los niveles de histamina. Esta es una sustancia que en exceso aumenta la inflamación general del organismo, además de producir dolores de cabeza, pensamientos obsesivos, ansiedad, alergias, picores, diarreas, hipotensión, por mencionar unos cuantos.
Este químico interfiere con la actividad de ciertas enzimas metabólicas, como las delta 5 desaturasa y las delta 6 desaturasa, importantes para la formación de prostaglandinas con funciones antiinflamatorias.
El acetaldehído también es responsable de la destrucción de la vitamina B6. Un nutriente muy importante para la salud porque forma parte de la mayoría de procesos metabólicos del organismo. También destruye el glutatión y la cisteína (sustancias que favorecen la desintoxicación) y puede reaccionar con la dopamina, un neurotransmisor cuya deficiencia puede causar depresión, insomnio, incapacidad de respuesta ante el estrés, e incluso, la enfermedad de Parkinson.
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