—Que alguien le traiga una toalla a Kirby.
—Joder, me estoy congelando.
McKeown se encogió de hombros.
—Deberías haberlo pensado antes de emular a Superman.
Lynch rio disimuladamente.
—Gracias, Kirby —dijo Lottie.
El forense abrió una maleta grande de metal y ofreció a Kirby una toalla negra y un traje forense para que se cambiara.
—Tengo una muda de ropa en el coche, gracias.
Lottie se fijó en la pierna. La habían cortado a la altura de la rodilla, y las uñas del piececito estaban negras y amoratadas. Alrededor del tobillo se veían los restos de un calcetín, con una cinta raída de nailon rosa que en su momento debió de estar atada en un pulcro lazo.
Sintió que se le encogían el corazón y la garganta. La visión de los restos del calcetín le produjo más angustia y náuseas que el olor a putrefacción y las marcas de los dientes de roedores en la carne endurecida.
—Es la pierna de una niña —dijo.
Corrió hacia los matorrales, esforzándose por no vomitar. Respiró por la nariz una y otra vez mientras parpadeaba furiosamente. A través de los arbustos veía las vías del tren, que discurrían paralelas al canal. La corriente de agua conducía a Dublín en una dirección y a Sligo en la otra. No sabía mucho sobre el canal, pero era consciente de que su profundidad variaba a lo largo de la ruta.
—¿Habrá alguna esclusa cerca? —preguntó cuando regresó junto al grupo, que permanecía en silencio.
—Sí, a unos ocho kilómetros en esa dirección. —El forense señaló hacia el este.
—¿Qué piensas? —preguntó Kirby, mientras desdoblaba una de las perneras empapadas del pantalón.
—Que tal vez arrojaron los restos en la cámara de una esclusa y, al abrirse, la corriente los empujó.
—Eso no explica cómo llegaron a las vías del tren el torso y la mano —dijo McKeown.
—Lo sé. No he llegado tan lejos. —Típico de McKeown, pensó, frustrar sus intentos de encontrar la lógica en un escenario ilógico—. Contacta por radio con el equipo aéreo. Diles que sobrevuelen las esclusas para examinarlas.
Mientras McKeown hacía lo que le había pedido, Lottie vio a Lynch inclinarse sobre el borde del plástico para observar la pequeña pierna y el pie.
—¿Estás bien, Lynch?
La detective negó con la cabeza.
—La verdad es que no. ¿Quién le haría esto a una pobre niña?
Por fin, Lottie consiguió respirar con normalidad.
—Sea quien sea, pienso encontrar al culpable antes de que pueda hacérselo a otra.
Jack Sheridan se sirvió un vaso de agua del grifo y bebió un poco, pero todavía estaba temblando. Se había librado de ir a clase por lo que había descubierto con Gavin, pero eso no compensaba el trauma que le revolvía el estómago. Bebió un poco más, intentando calmar el malestar que sentía.
—¡Jack! ¿Cómo se te ocurre hacer novillos?
El sonido de la voz de su padre lo tomó por sorpresa. Dejó caer el vaso en el fregadero y el agua salpicó por todas partes. Su padre estaba de baja por enfermedad, aunque Jack no estaba seguro de qué le pasaba. Normalmente, era su madre quien repartía los castigos, sobre todo cuando estaba estresada después de un turno largo en el hospital.
Su hermana pequeña, Maggie, gateó entre sus piernas y se acomodó bajo la mesa para comerse las migas pan que había en el suelo. Su hermano Tyrone, de nueve años, estaba sentado en una silla, con la cabeza gacha. Después de que Jack declarase en la comisaría, su madre había decidido recoger a Tyrone de la escuela y llevarlos a ambos a casa.
—No estaba haciendo novillos —se defendió Jack—. Gavin y yo estábamos pilotando el dron antes de ir a clase.
—Pero ahora no estás en clase, ¿verdad?
—He tenido que ir a comisaría. La policía quería hacerme unas preguntas.
—Cierto —dijo su padre con voz más suave—. ¿Estás bien?
—La verdad es que no.
—Ya lo estarás, pero sabía que ese dron iba a causar problemas. Eres demasiado joven para ese aparato. ¿Dónde lo has metido? —Su padre comenzó a rebuscar en su mochila del colegio, tirando libros y bolígrafos al suelo—. No me importa cuánto cueste, va a ir directo a la basura.
—No está ahí, papá. Se lo han quedado los policías. Dicen que es una prueba o algo. —Jack necesitaba llorar, salir corriendo, vomitar, pero tampoco quería que su padre lo viera como un debilucho.
—Déjalo en paz, Charlie. Ha sufrido un shock terrible. Sube a tu cuarto, Jack. Te llevaré una taza de té caliente en un momento. —La madre de Jack entró desde el tendedero y arrojó la cesta de la colada bajo la mesa. Maggie chilló—. Oh, lo siento, Mags. ¿Te he asustado? ¿Qué haces ahí abajo? —Cogió en brazos a la pequeña de dos años y le quitó unas migas pegajosas del pelo.
—No quiero té —dijo Jack.
—Por supuesto que sí. Con azúcar, para que se te pase el susto.
Jack sabía que eso eran tonterías. El té con azúcar solo servía para que pensara en otra cosa. Volvió a meter los libros en la mochila y salió de la cocina. Ya nadie lo escuchaba. Solo Gavin. Estaba seguro de que la madre de Gavin no le hacía beberse un té con azúcar que no quería.
—Deja de arrastrar la mochila —dijo su padre—. Estás arañando el parqué. Tardé dos semanas en sacarle brillo.
A veces, Jack pensaba que a su padre le importaba más el suelo que él.
* * *
Mientras avanzaban hacia la zona acordonada cerca del puente, donde estaba aparcado el coche, Lottie señaló una casa al otro lado de los campos.
—¿Hemos interrogado ya a los propietarios de los alrededores?
Kirby siguió la dirección de su mano, mientras los pies le chapoteaban dentro de los zapatos.
—Estamos en ello. Ahí vive Jack Sheridan, uno de los chicos que encontró el torso. Lo he interrogado esta mañana en comisaría, con su madre.
—¿Se le ha asignado un agente de enlace a la familia?
—La madre ha dicho que estaban bien, que no necesitaban a nadie. Vamos cortos de personal, así que no he insistido.
—Espero que no nos pase factura. La comisaria Farrell se va a poner las botas hoy. —Lottie se preguntó cómo lidiaría Farrell con la atención de la prensa. Probablemente, mejor que ella—. Vamos a hacerles una visita.
—Supongo que no pretenderás atravesar el canal a nado, ¿verdad?
—Reconozco que soy un poco inconformista, Kirby, pero todavía no he llegado a ese nivel. Iremos en coche. ¿Te parece bien?
Para cuando llegaron al coche, Kirby jadeaba y resoplaba. Se sentó en la parte de atrás, se quitó la ropa con olor a rancio y se vistió con unos vaqueros holgados y una camisa blanca. Encontró un par de zapatillas y unos calcetines enrollados en el maletero y se los puso. Después se acomodó en el asiento del conductor y cogió un puro del salpicadero.
—Ni se te ocurra —le advirtió Lottie.
El detective se alejó de la zona acordonada y, finalmente, giró por una calle estrecha que corría paralela al canal, en la que crecía una línea de hierba en el centro.
—¿Sabes a dónde estás yendo?
—Tengo la dirección. —Señaló la aplicación Google Maps en el móvil.
—Deberíamos haber cogido uno de los coches patrulla con navegación por satélite incorporada —dijo Lottie, echando una ojeada a la pantalla rota del móvil. Tenía calor y estaba sudando, y eso la ponía de mal humor. Si hubiera sido Boyd quien conducía, le habría hecho algún comentario inteligente, y ella habría intentado no sonreír, o habría sonreído con la cara hacia la ventana, para que él no pudiera verla. Sí, echaba de menos sus comentarios repelentes. Pese al calor, se estremeció. La preocupación por la salud de Boyd se filtraba hasta lo más profundo de su ser, silenciosa como un fantasma.
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