El estilo de los textos confucianos sobre la historia más antigua del Imperio viene a ser por momentos algo así como una ficción dramática en la cual se hace actuar a ciertos personajes de la prehistoria, poniendo en boca de ellos un discurso propio de la mentalidad civilizada. Pero, a pesar de ello, algo debe justificar el hecho de que Confucio haya elegido a Yao como comienzo de la historia. Por lo que se entiende a través de la historia clásica, habría sido este Yao el primer soberano chino que habría evolucionado de una cultura arcaica hacia un incipiente humanismo, acuñando el concepto de virtud o humanidad (Jen). En ese sentido, cabe considerar también que, según la tradición, Yao gobernaba un imperio dividido en nueve provincias, a la cabeza de las cuales había un príncipe vasallo, y que la organización de este imperio comportaba una máquina gubernamental de cierta envergadura. De modo que la elección de este príncipe por Confucio como el principio de la historia, estaría basada en estas características propias de una naciente civilización, la cual no se había manifestado aún en tiempos de los soberanos anteriores, a pesar del gran ascendiente que Hoang Ti, el “Ancestro Amarillo”, ejercía como fundamento de la cultura. La figura de Yao se ajustaba mejor a lo específicamente humanista que tiene el sistema confuciano.
Es dable suponer, a juzgar por los textos históricos procedentes de la antigüedad china, que el estilo en que estaban redactados los documentos de los Tchu era muy diferente al estilo parco en que la escuela de Confucio redactó el clásico Libro de la Historia. Puede así apreciarse, por ejemplo, la incongruencia en que cae Confucio al suprimir de los documentos imperiales antiguos los elementos míticos y al tratar, por otra parte, en tono humanista y práctico, acontecimientos que pertenecen a una mitología, como los hercúleos trabajos del emperador Yu para vencer la gran inundación (diluvio), que lo hacen aparecer como un genio dotado de poderes paranormales, capaz de transportar montañas.
Ciertamente Confucio no participaba del criterio científico con que el historiador moderno trata de dilucidar eso que se llama la verdad histórica, y como todo historiador de la antigüedad, daba crédito a la tradición que había llegado hasta él sobre las edades remotas. Pero su reserva sobre ese pasado, como ya quedó explicado, se debe a la no existencia de la civilización, la cual parece despuntar en tiempos de Yao, como lo afirma el mismo Tchuang Tse, y no a una supuesta imposibilidad de certificar hechos, pues tan inciertos debieron ser para Confucio (desde nuestro punto de vista) los hechos narrados sobre los tiempos paradisíacos como las proezas de sus héroes predilectos.
De modo que Confucio, al constituir el texto histórico base de la cultura china, cortó deliberadamente toda vinculación con la antigüedad mítica no civilizada y el ascendiente espiritual de los soberanos aborígenes, príncipes tribales de la China prehistórica, cuyo culto continuó, no obstante, en la tradición taoísta. Por eso ambas escuelas dicen ser depositarias de la sabiduría de los antiguos, entendiendo por “antiguos” algo diferente en cada caso. Los antiguos confucianos son los ya enumerados, a cuya cabeza figura Yao el Grande. Los antiguos taoístas son: Tai Hao o Fu Hi (3462-3398 a. C.); Chin Nong (3223-3078 a. C.); y Hoang Ti (2705-2597 a. C.). Al primero se le atribuye la creación del Sistema de las Mutaciones, y al segundo se le atribuye la institución de la agricultura y la medicina. El tercero ha pasado a ser el santo patrono del taoísmo, al par de ser el ancestro único de todos los linajes imperiales posteriores a él.
Mitología e historia
Naturalmente, como no hay pruebas de la existencia de los santos soberanos de la prehistoria, las mentalidades positivistas se detienen ante la imposibilidad científica de certificar los hechos narrados por los historiadores conforme a la tradición sobre esas edades lejanas, y dan crédito solo a la inmediatez histórica científicamente acreditada.
No obstante, y en abono de la mitología, cabe considerar que la existencia de dichos soberanos sabios y santos es como la viga maestra de la cultura china, tanto para la escuela confuciana como para la escuela taoísta, y ante ese hecho irrecusable, cabe preguntarse: ¿qué sentido o valor puede tener que un investigador contemporáneo afirme o suponga que los grandes hombres del pasado remoto no existieron, dado que, por otra parte, bajo la influencia de esos supuestos inexistentes, los pueblos han orientado su vida por milenios?
A este respecto, cabe observar que en la historia no se registra el caso de una gran cultura que no haya tenido su raíz en la fuerza espiritual de algún o algunos fundadores dotados de una virtud eminente absolutamente excepcional para la medida humana. Pero este dilema no se solucionará con nuevos descubrimientos arqueológicos en la esperanza de hallar algún vestigio que acredite la existencia de aquellos santos varones, aunque se produzcan en el futuro (como fue el caso de la dinastía Yin, cuya existencia quedó recientemente acreditada por la arqueología), sino en la superación de las muchas limitaciones de que adolece el paradigma científico moderno. Una cultura es un orden, un mundo en cuyo marco los pueblos realizan su destino histórico. Ahora bien, ese orden supone la operación de un principio ordenador de carácter trascendente, espiritual, creativo. Ese principio ordenador no surge espontáneamente de las costumbres del pueblo, ni de una planificación llevada a cabo por un equipo de notables. Siempre emana concentradamente de un hombre, y la cultura resultante viene a confundirse en sus orígenes con la vocación singularísima de ese o esos hombres que obraron como mediadores entre lo invisible arquetípico y lo visible contingente. Así, el fenómeno mismo de la cultura supone necesariamente la existencia de esa categoría de seres.
Los principios
Inserta la doctrina del Tao Te King en su verdadera problemática histórico-cultural, se establece una perfecta coherencia entre esa problemática y los principios del taoísmo primitivo tal como han sido expuestos en ese libro. Así, si la disidencia de Lao Tse con respecto a la sabiduría civilizadora de la dinastía Tchu consistió, como se dijo antes, en oponer a esa sabiduría el modelo del Imperio de las épocas aborígenes, es en referencia a dicho modelo arcaico de sociedad y de tipo humano que debemos entender lo que en este libro se quiere significar con las expresiones Tao, Virtud (Te), no-obrar, simplicidad, espontaneidad, Cielo y Tierra, Sabio, iluminación, santo soberano, Unidad, fuerza y debilidad, retorno, rigidez y flexibilidad.
El Tao de Lao Tse es el sentido del mundo presente en toda cosa y en todo acontecimiento. El hombre primitivo capta ese sentido por intuición en una experiencia directa del entorno y de sí mismo. Tal es su única posibilidad de vida. Pero el sentido del mundo se capta en el movimiento, en las mutaciones de todo acontecer. Este movimiento, que en la naturaleza es de una variedad infinita, tiene sin embargo una estructura, una ley interna, captada la cual, puede ser discernido, entendido en su dirección y desarrollo y asumido. Esa estructura o ley interna del movimiento es de naturaleza dialéctica, vale decir, está constituida por dos principios o polos, uno oscuro y suave, y otro luminoso y fuerte, los que en tiempos de Confucio tomaron los nombres de Yin y Yang, respectivamente. La comprensión de la acción alternada de ambas polaridades en la vida es la perfección de la sabiduría. Permite entender el sentido de todo acontecer y estar siempre a la altura de cualquier situación. Tal es la esencia de toda sabiduría primitiva y la urgente necesidad de todo hombre primitivo.
Pero este Tao de Lao Tse no es solo el sentido del mundo, sino también el principio único, el Uno, que se sitúa antes del mundo manifestado y su dinámica bipolar (la Gran Unidad de Confucio), el ser puro e inmutable, premisa de todo. De este Uno emana la vida, a modo de una virtud o poder (en chino, Te) que forma y sostiene a todos los seres, de manera que todo cuanto existe es lo que es y cumple en el conjunto la función que cumple por la acción de la virtud formadora del principio único. Y justamente el Tao, como sentido del mundo, se hace perceptible en la operación de Te, su Virtud.
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