Elicura Chihuailaf - La vida es una nube azul

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Memorias de un poeta mapuche, que ha convertido su palabra poética en la voz de su pueblo, nos habla de una forma de relación con la naturaleza imprescindible para conservar el mundo que habitamos.

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En el comedor –que ocupaba toda la mitad longitudinal de la casa– había una salamandra (estufa a leña), una mesa de madera, extendible, con diez sillas; dos sillones individuales y uno para tres personas, y una larga y angosta banqueta de madera; un aparador con vitrina de vidrio; un escritorio; dos sostenedores de madera, redondos, en los que mi mamá y mi abuelita ponían maceteros con flores. Y una mesita sobre la que estaba la victrola con cuatro o cinco sobres, cada uno de los cuales contenía varios discos de acetato: valses, rancheras y corridos mexicanos, foxtrot, cuecas, sevillanas, jazz y otros. Entre ellos había algunos que me llamaban mucho la atención: uno de la cantante lírica Rayén Quitral; uno de la hermosa morena Ester Soré, la «negra linda» (apelativo que –me parece– da cuenta del racismo de la burguesía chilena); y los dos discos que el Trío Nahuelpangui grabó para la famosa casa disquera RCA Víctor

El Trío Nahuelpangui estaba formado por Efraín Nahuelpán (primera voz; sus instrumentos eran el kultrun y la pifillka), y Armando y José Nahuelpán (segunda y tercera voces; sus instrumentos eran las guitarras). Estos músicos fueron innovadores en la música mapuche y chilena. En los años sesenta / setenta se sumaron a la gira de «Chile ríe y canta» que dirigía René Largo Farías; conciertos en los que participaban Rolando Alarcón, el grupo Cuncumén (con Víctor Jara), Quilapayún, entre otros. Su canción «Kuri Wentru» –autoría de Efraín Nahuelpán– fue incluida en el segundo volumen de «Chile ríe y canta», junto con temas de Violeta Parra y de Ángel Parra, de Sofanor Tobar y de Rolando Alarcón (cantada por Quilapayún), entre los que recuerdo. Sus creaciones fueron interpretadas también por músicos chilenos, como su canción «Wecha Kona», que fue recreada por la Orquesta y Coro de Vicente Bianchi, quien –como se sabe– ha sido reconocido por su musicalización de poemas de Pablo Neruda

Las canciones del Trío Nahuelpangui (Efraín es hermano de mi madre, y Armando y José sus primos) son parte de la memoria de nuestra gente, que suele corear sus «mapuchinas», sus canciones basadas en los ritmos de nuestras danzas tradicionales: purun, mazatun y choykepurun

8

También con mi abuelo compartimos muchas noches a la intemperie. Largos silencios, largos relatos que nos hablaban del origen de la gente nuestra, del Primer Espíritu Mapuche arrojado desde el Azul. De las almas que colgaban en el infinito, como estrellas. Nos enseñaba los caminos del cielo, sus ríos, sus señales. Cada primavera lo veía portando flores en sus orejas y en la solapa de su vestón, o caminando descalzo sobre el rocío de la mañana. También lo recuerdo cabalgando bajo la lluvia torrencial de un invierno entre bosques enormes. Era un hombre delgado y firme…

¿Kiñe pichipvtremtun, Malle? / ¿Una fumadita, Malle?, le decíamos a nuestro abuelito cuando hacía una pausa en su conversación y aspiraba su cachimba (su pipa) o su boquilla. Él tenía la costumbre de invitar sobre todo a Carlitos y a mí, sus dos nietos menores, a mirar las estrellas. Uno a cada lado, sentado sobre una larga basa de pellín: a veces en la que estaba delante del huerto, otras veces en la que estaba delante del jardín. La ceremonia comenzaba con su parsimonioso preparativo del tabaco para la cachimba de piedra o de liar el pitillo para la boquilla de madera que él mismo había tallado. Cuando su elegida era la boquilla, desde el bolsillo de su vestón sacaba el diminuto cuadernillo de papel que compraba a los vendedores que solían pasar cargando dos grandes cestas, una en cada brazo, llenas de las más diversas mercaderías: condimentos, yerba «argentina», espejos, piedra lumbre, fósforos, velas, peinetas, azul (producto para despercudir la ropa blanca), hojas de afeitar, etcétera. Los vendedores venían desde Cunco o desde Las Hortensias, los dos pueblitos más cercanos a nuestra comunidad

Nuestro laku abuelo –a veces en silencio, a veces emitiendo un melodioso sonido con sus labios apretados y usando su garganta como si fuera un instrumento de percusión o de viento (que nos regalaba el espíritu del baile o la visión del vuelo)– humedecía sus dedos para separar con paciente cuidado el fino papel que procedía a retirar del cuadernillo. Después, desde otro bolsillo, sacaba una pequeña bolsa de género que contenía el tabaco mezclado con las hierbas medicinales que cada verano él secaba en un cajón instalado sobre un tronco y que guardaba cada atardecer. Ponía los materiales sobre una de sus piernas o nos daba la tarea a nosotros: uno sosteniendo la boquilla y el otro la bolsita con el tabaco, mientras él acariciaba el papel hasta enroscarlo

Concluido el proceso encendía su cigarro y resoplaba hacia el cielo, levemente interrumpido por las ramas de un gran ciprés; luego hacia la tierra y hacia nosotros, llenando el ambiente con su aromático «incienso» que hacía más envolvente el perfume del jardín. Un verdadero ritual. Después comenzaba a hablar, a hablarnos pausadamente en mapuzugun (el idioma de la Tierra), porque sabía sólo unas cuantas palabras en castellano, ¿entende? , decía de vez en cuando para cerciorarse que íbamos siguiendo la ilación de su pensamiento. Kimimi ta iñche, fvcha Malle , le decíamos. No, no eran discursos como los que le oíamos cuando se reunía con la comunidad, eran –me parece ahora– como poemas mínimos, inspiraciones que destellaban como las estrellas

¿Ka kiñe pifurpvtrem, Malle? / ¿Otra fumadita, Malle?, decíamos prontamente nosotros, y él nos pasaba la cachimba / la boquilla o la sostenía en nuestras bocas, mientras lanzábamos al aire la humareda. ¡Kurache …! Gente de Piedra, me decía con tanto cariño que mi corazón aún atesora el timbre de su voz que me sigue nombrando. Abuelo querido. Inchiñ ta Antv ka Kvyen femgeyiñ, decía; umagtukeyiñ, welu wilvfkvlewekeyiñ ta petu repele welu ñi lonko mew fey tukulgepakeyiñ. Somos como el Sol y la Luna, decía; nos dormimos, pero seguimos brillando en la memoria de los que están despiertos y nos recuerdan

Ta inchiñ ka fey mew mvleyiñ. También nosotros somos de allí, nos decía mirando la Luna y las estrellas (que aquí en Kechurewe se ven tan cercanas). Fey mew ragiñkonkvley ta ñi pvllv ta iñ pu zoykim Kuyfikeche. Entre ellas están los espíritus de nuestros antepasados más sabios, decía. Feychi Kallfvpvle wiñotualu inchiñ. Hacia ese Azul regresaremos, decía, nombrando las constelaciones y sus estrellas: Wenuleufv el Río del Cielo, la Vía Láctea; Pvnon Choyke Rastro del Avestruz, la Cruz del Sur; Wvñelfe Lucero del amanecer, Venus; Yepun Estrella del anochecer, Júpiter; Kvyen Luna (Apon Kvyen Luna Llena; Newe Kvyen Luna Menguante; Llag ragiñ apon Kvyen Cuarto creciente; We Kvyen Luna Nueva); Gaw Waglen / Gulu Poñi Estrellas amontonadas como si fueran papas, Pléyades; cherufe meteorito; afogkvlen el brillo final de una estrella que ha muerto… La Luna es la hermana mayor de la Tierra por eso está siempre cuidándola, incluso de día a veces, como si fuera una madre para nuestra Madre Tierra

Sin duda Carlitos miraba al abuelo con la misma admiración que yo. Estas conversaciones a la intemperie eran un gran regocijo y aprendizaje para ambos. Por eso, siempre repito que mi abuelo –como Lonko y, por lo mismo, profundo conocedor de nuestra cultura– era un filósofo, un astrónomo, un verdadero poeta. Quizás, ¿quién lo sabe?, si hubiese accedido a la cultura occidental habría buscado la posibilidad de ingresar a la universidad para indagar con nuevos instrumentos el conocimiento del espíritu humano, es decir, el conocimiento de nuestro universo y de otros universos que se asoman –asombrándonos– desde el Azul que nos habita

Sí, porque el espíritu mapuche –nuestra energía de vida– vino desde el Azul, mas no de cualquier azul, sino desde el Azul del oriente, desde donde se levantan la Luna y el Sol –decían mi abuelo, mi abuela y mis padres–. El Azul profundo y prístino que se produce en el lugar en que se reúnen a dialogar el brillo de las últimas sombras de la noche y la primera luz de la mañana (antes que asomen los rayos del Sol). Es un lugar que parece una línea de separación / de frontera, pero es en realidad un río, su abrazo; el universo que se abraza a sí mismo, en su dualidad. ¿No es acaso lo que sucede con nuestro espíritu y nuestro corazón en los instantes en que la oscuridad de la tristeza se consume en el lento rielar de la alegría?

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