Nosotros con mucha ilusión lo aceptamos, ya que era la primera vez que íbamos a ejercer este sagrado ministerio de la reconciliación. Íbamos a distribuir la misericordia de Dios sacramentalmente sobre aquellas buenas gentes curtidas por el frio y el calor de la Moraña abulense.
Mientras confesábamos el párroco, con voz baja, para no distraernos, iba recordando a los que llegaban las cinco condiciones necesarias para hacer una buena confesión. Cuando habíamos impartido la absolución sacramental a medio pueblo, de pronto algunos nos acordamos de que el Cardenal Tarancón nos había dado licencias verbales para confesar durante un mes mientras llegaba el nombramiento. Pero esta concesión sólo tenía validez para la Diócesis de Toledo, y esta parroquia pertenece a la Diócesis de Ávila y allí no teníamos facultades para ejercer este ministerio; en aquel entonces regía en la Iglesia el Código de Derecho Canónico de 1917. (el promulgado en el año 1983 cambiaría sabiamente esta norma).
Nos dirigimos al párroco y le dijimos lo que estoy contando; hizo un gesto de asombro y nos pidió que fuéramos a la sacristía a ver qué debíamos hacer. Allí cada uno decía lo que se le ocurría (el error común, el supplet Ecclesia ¿?, que si eran válidas pero ilícitas, el llamar nuevamente a todos una vez que el Obispo de Ávila, a la sazón D. Maximino Romero de Lema, nos hubiera concedido licencias en su Diócesis para el tiempo que considerase…. En fin, tot capita tot sententiae, que escribió Terencio. Nosotros haríamos lo que se nos dijera. El Obispo de Ávila, a través del vicario general, hizo hincapié en que se había producido el error común subsanable, y que él tenía facultad para dispensar. Bueno…, y habiéndonos concedido licencias para algunos días continuamos confesando como si nada hubiese ocurrido.
2. EL SACERDOCIO HOY: CAMINOS Y DESAFÍOS
Antes de adentrarnos en los elementos que configuran la manera de vivir el sacerdote diocesano su verdadera espiritualidad, paso previamente a reflexionar sobre un conjunto, no pequeño, de actitudes, vivencias y formas de obrar de los sacerdotes: me parece importante señalar cuáles son las vías y los retos que se presentan al clero diocesano en el momento actual.
Igualmente hay que dejar sentado, como gran principio, esta frase del Concilio Vaticano II, en el decreto Optatam totius, 8, refiriéndose a aquellos jóvenes que se forman para el sacerdocio: «La formación espiritual debe darse de tal forma que los alumnos aprendan a vivir en trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo». Veremos que este principio trinitario dará forma y sentido a la búsqueda de las verdaderas raíces de la espiritualidad sacerdotal.
¿De qué nos serviría a los sacerdotes todo lo que escuchamos en los retiros mensuales, en los ejercicios espirituales, en las charlas y conferencias que se imparten a lo largo de cada curso… si en nosotros no permanece un anhelo por identificarnos y configurar cada día más nuestra vida con Cristo Sacerdote? ¿En qué aspectos nos ayudaría lo anteriormente expuesto si no progresamos en el conocimiento y la vivencia de nuestra tarea sacerdotal? ¿Cómo ha de ser nuestro anhelo por crecer más en una vida espiritual cargada de reciedumbre, que debe ir encaminada hacia la santidad desde nuestra condición de sacerdotes diocesanos?
Nos dice el Directorio para el Ministerio y la Vida de los Presbíteros, de la Congregación para el Clero, en el número 48, algo que produce gozo y constituye estímulo para todos: «Es un motivo de consuelo señalar que hoy la gran mayoría de los sacerdotes de todas las edades desarrollan su sagrado ministerio con tesón y alegría, frecuentemente fruto de un heroísmo silencioso. Trabajan hasta el límite de sus propias energías, sin ver, a veces, los frutos de su labor. En virtud de este empeño, constituyen hoy un anuncio vivo de la gracia divina que, una vez recibida en el momento de la ordenación, sigue dando un ímpeto siempre nuevo para la labor ministerial».
Centrándome en el título de este capítulo debo decir que el tema: Caminos y desafíos del sacerdocio hoy, es tan bello como ambicioso, tan denso como provocador y tan rico en aspectos como difícil de exponer. Para lograrlo deseo partir, en la medida de lo posible, de ciertos interrogantes a los que vendría muy bien contestar personalmente y en grupo, para detectar que en ellos gravitan y se apoyan nuestras dificultades, y poder así conseguir los objetivos señalados. Pienso que los que aquí indico son suficientes para que tomemos el pulso a nuestro modo de actuar. Podría hacerse un catálogo, tan denso que se saldría de los márgenes de lo que ahora nos proponemos. Comienzo con unas cuestiones que nosotros mismos nos hacemos y que se formulan los fieles sobre nuestra propia vida. Son diecisiete; a mí me vienen preocupando y también inquietan a muchos sacerdotes.
Este elenco de preguntas, contestándolas con la sinceridad que nos debe caracterizar, pienso que son suficientes para un verdadero encuentro con nosotros mismos y con los hermanos sacerdotes, a fin de que nuestra vida pueda ser transformada. Las enumero:
A. Interrogantes
1 ¿Cómo es la salud física, espiritual y psicológica de los sacerdotes? ¿hay indicios que llegan a preocuparnos por estas situaciones?
2 ¿Cuáles son nuestras inquietudes más importantes en el orden personal, espiritual, intelectual y pastoral? ¿Intentamos dar respuestas adecuadas?
3 ¿Por qué hay sacerdotes que se encuentran con angustia, ansiedad, en estado de stress o con depresión?
4 ¿Por qué se produce, a veces, desánimo, desencanto en el ministerio? ¿Por qué razón algunos se consideran como meros funcionarios?
5 ¿Cómo se afronta la soledad en la vida ordinaria del presbítero, tanto en lo que se refiere a su forma cotidiana de vida como en los momentos en los que uno se ve o se siente en verdad solo en la parroquia o cargo que el Obispo le ha encomendado?
6 ¿Se buscan compensaciones para paliar el aislamiento indicado con otras formas que pueden en apariencia —sólo en apariencia— suplir estos momentos de soledad: salidas, música, nuevas tecnologías, cine, bares o casinos, juegos de naipes, tertulias con «amigos» o matrimonios amigos, que nos hacen «matar» un tiempo, pero que no nos ofrecen nada para que avancemos en nuestra vida espiritual y pongamos entusiasmo en las actividades pastorales?
7 ¿No sería conveniente y necesaria la creación de un gabinete de psicología aplicada en la Diócesis para ayudarnos en nuestra salud mental y en nuestro equilibrio emocional?
8 ¿Hay empeño serio en nosotros por una más intensa vida espiritual y una sólida formación? ¿Se percibe afán y gusto por la lectura y el estudio, principalmente por lo que nos ofrece mensualmente la vicaría episcopal para el clero y por un conocimiento profundo del magisterio eclesial?
9 ¿Cuál es, cómo debe ser, nuestra espiritualidad específica como miembros de un presbiterio diocesano? ¿Encontramos espacios para la oración personal y comunitaria y la intimidad con el Señor?
10 ¿Se dan carencias y privaciones en los sacerdotes motivadas por una economía demasiado ajustada? Cuando estamos holgados ¿compartimos los bienes, pocos o muchos y en la medida de nuestras posibilidades, con los hermanos sacerdotes y con los pobres, sobre todo a través de los cauces institucionalizados?
11 ¿Tenemos algún «hermano» sacerdote de nuestra confianza que acompañe nuestra vida personal y ministerial, es decir, un director espiritual, no para desahogarnos, sino para sentirnos ayudados y comprendidos? ¿Se valora este acompañamiento para la vida del Espíritu?
12 ¿Cuáles son las demandas más frecuentes en nuestra acción pastoral? ¿Nos agobia el quehacer encomendado? ¿Dejamos algunos espacios de tiempo libre durante la semana o el mes para un sano esparcimiento con otros compañeros o con personas de nuestro entorno que nos pueden hacer un gran bien?
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