En la Declaración Mundial del Cáncer (2013) se llama a los gobiernos a reducir la carga global de esta enfermedad promoviendo su control en el desarrollo de una agenda mundial de salud con estrategias en común. Define como áreas prioritarias la provisión de programas de control para el cáncer sustentables en el tiempo, el establecimiento de registros de vigilancia epidemiológica con base poblacional para poder medir la carga del cáncer y monitorear los programas implementados, la reducción de los factores de riesgo conocidos y modificables (tabaco, alcohol, sobrepeso, dieta, falta de actividad física, etc.), la implementación y cobertura de programas de vacunación universal para las infecciones del virus del papiloma humano (VPH) y el virus de la hepatitis B (VHB), el abordaje del estigma social que todavía existe asociado con el cáncer, la implementación universal de programas de tamizaje y de detección temprana con base poblacional; el acceso a diagnósticos precisos, tratamientos de calidad, rehabilitación, cuidados paliativos, incluyendo la disponibilidad de medicinas y tecnologías esenciales; la disponibilidad del control efectivo del dolor y la capacitación para los profesionales de la salud de todas las disciplinas dedicadas al control del cáncer. Alude a la necesidad de políticas culturalmente sensibles que puedan favorecer ambientes que promuevan la salud para reducir los factores de riesgo y tomar medidas que permitan a las personas reducir la exposición a los agentes causantes de infecciones, ambientales (como la radiación) y carcinógenos ocupacionales (como los asbestos) y a la necesidad de realizar investigaciones que permitan comprender los factores sociales y conductuales que “contribuyen al retraso en la búsqueda de atención”.
En la Argentina, este compromiso para posicionar en la agenda sanitaria del país el cáncer como un problema de salud pública –que viene afianzándose con fuerza desde la creación del Instituto Nacional del Cáncer (INC) en 2010– se renueva con relación al control del cáncer en 2018 con el Plan Nacional de Control de Cáncer (PNCC), en el que se plantean una serie de estrategias desarrolladas de acuerdo con recomendaciones de la OMS para el período 2018-2022, que están en sintonía con lo que vienen realizando otros países, enfocado en la cobertura efectiva con equidad y calidad y un abordaje integral. Dice este documento (INC, 2018: 8-9):
El INC ha desarrollado este plan quinquenal enfocado en la equidad y el acceso universal, con un enfoque de abordaje integral del cáncer, poniendo énfasis en la promoción de estilos de vida saludables, en la prevención y diagnóstico temprano de los cánceres priorizados, promoviendo las líneas de cuidado continuo de pacientes oncológicos. La responsabilidad de su aplicación corresponderá a todas las instituciones relacionadas con cáncer sean públicas, privadas y de la comunidad en general porque ninguna de ellas podrá llevar a cabo aisladamente la totalidad de las intervenciones. La población con cobertura pública exclusiva es el foco prioritario […] Los objetivos específicos son: 1. Reducir la prevalencia de factores de riesgo modificables para el cáncer. 2. Mejorar el diagnóstico temprano y calidad de la atención. 3. Mejorar la calidad de vida de los pacientes. 4. Garantizar la generación, disponibilidad y uso de conocimiento e información para la toma de decisiones. 5. Fortalecer la gestión del recurso humano para el control del cáncer.
En el documento se aclara que este plan se articula con intervenciones de prevención de la Dirección de Promoción de la Salud y Control de Enfermedades No Transmisibles y la Dirección Nacional de Control de Enfermedades Inmunoprevenibles (Secretaría de Gobierno de Salud, Ministerio de Salud y Desarrollo Social), y nota que comparten intervenciones sobre prevención y que, además de los riesgos relacionados con las enfermedades, se trabaja también con los factores protectores. Se destaca, asimismo, que estas enfermedades no transmisibles tienen factores de riesgo en común, tales como la alimentación inadecuada, la falta de actividad física y el tabaquismo, lo que ha conducido a pensar en “estrategias de vigilancias conjuntas e integradas”. 3
A continuación pasaremos a exponer los elementos centrales de la investigación a través de lo que el filósofo de la ciencia Abraham Kaplan denomina la lógica reconstruida .
Una premisa de partida fue entender que, desde el nivel macro del modelo de acumulación del capitalismo en su fase tardía con sus políticas neoliberales, se van configurando formas de salud, enfermedad, atención, cuidado y muerte que aun en economías periféricas no tienen los mismos impactos, porque estos dependen de las improntas sociales, históricas, económicas, culturales, ecológicas de los contextos cotidianos de vida. El primer nivel de atención de la salud puede reproducir o amortiguar estos impactos, pero es clave que puedan identificarse estas improntas para no replicar modelos pensados para otras sociedades. Por lo tanto, sea desde la medicina social latinoamericana/salud colectiva como desde versiones ampliadas de la salud pública –es decir no acotadas a la salud pública convencional anclada en el modelo biomédico, centrado en la enfermedad y en intervenciones técnico-sanitarias (López Arellano, 2017; Gostin y Wiley, 2018)– llaman a centrarse en lo que ocurre más allá de los niveles individuales y de las conductas de las personas privilegiando abordajes poblacionales o colectivos en sus dimensiones sociales e históricas.
La prioridad de la investigación fue respetar la complejidad de las condiciones en las que la salud, la enfermedad, los cuidados se definían en cada contexto tomando la integralidad de las circunstancias de vida y reproducción cotidiana, incluyendo las dinámicas, el azar y las contingencias. Ello implicó encontrarnos con fenómenos que no habían sido previamente tratados, emergentes que por el énfasis en esta mirada holística, compleja y respetuosa de lo que surgiera desde el territorio necesitábamos incorporar a las lecturas para seguir avanzando. Por eso realizamos con determinados temas teorizaciones al ruedo , más “sucias” y parciales por nuestra inexperiencia temática, que después nos permitieron conexiones inesperadas y análisis mucho más ricos cuando llegamos finalmente al foco del estudio. Esta estrategia, las teorías, los resultados presentados, solo tienen sentido a la luz de los interrogantes que la orientaron.
Creemos que el tipo de razonamiento lógico que utilizamos fue cercano al abductivo. Es decir, para poder dar cuenta del fenómeno tal como surgía, nos apoyamos en diversos modelos teóricos con claves de análisis en consonancia con la orientación general del estudio y fuimos basándonos en supuestos que nos permitieron analizar datos empíricos que cobraban sentido a la luz de estas proposiciones provisorias, intentando respetar la relación entre el dominio de las observaciones y el dominio de las ideas y mostrándonos por dónde seguir indagando. A diferencia del razonamiento hipotético-deductivo, más que basarnos en fuertes categorías preconcebidas usamos la literatura como la posibilidad de ver a través de diferentes lentes (Thornberg y Charmaz, 2014), sabiendo que la abducción empieza con sorpresa ante los datos empíricos. En este caso particular, partíamos de entender que había factores sistemáticos influyendo en los estadios avanzados en cáncer encontrados en el sector público y que, por lo menos parcialmente, había que buscarlos en el primer nivel, aunque no sabíamos de qué se trataba. Definimos preguntas a las que pudimos provisoriamente responder desde teorías sociales específicas que nos permitieron ir “uniendo” bajo determinada forma explicativa –como la figura de un rompecabezas–, pero que implicaron también tener que dejar espacios vacíos de piezas faltantes, para ser retomadas en otros estudios.
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