HERNÁN
BRAVO
VARELA
MALVERSACIONES
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© 2019 Hernán Bravo Varela
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Edición digital: 2021
ISBN: 978-607-8764-46-4
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HERNÁN
BRAVO
VARELA
MALVERSACIONES
SOBRE POESÍA, LITERATURA
Y OTROS FRAUDES
“Malversar” significa “apropiarse o destinar los caudales públicos a un uso ajeno a su función”. ¿Qué otra cosa es leer críticamente sino apropiarse de determinadas obras para un uso ajeno a su propósito: la iluminación argumental de un punto de vista?
Los poetas solemos confundir esa “iluminación argumental” con la bisutería de las impresiones, y al “punto de vista”, con deslumbramientos no muy rutilantes. Apóstatas de una academia imaginaria, a menudo consideramos que un poema debe leerse poéticamente, y la vocación de quien lee, coincidir con la provocación de lo leído. Ninguna subjetividad peor que la de someter a prueba metafórica, casi a verso seguido, un poema: no hay presentación formal de él, sino la apariencia de su discurso; antes que una imagen, se glosa una imaginería; y en vez de ideas, se proponen ocurrencias sobre el ritmo –música de las esferas para mentes cuadradas.
En “Criticar al crítico”, T. S. Eliot hace una tipología de ese lector (el crítico criticable) en deuda con sus propios hallazgos: el “profesional”, el “fervoroso”, el “académico” o el “teórico” y, finalmente, aquel cuya crítica “es un subproducto de su actividad creadora”. Sobre todo, enfatiza Eliot, “el crítico que es además poeta. ¿Habremos de decir el poeta que ha escrito alguna crítica literaria?” Yo, por mi parte, reivindico al crítico de tiempo incompleto –cuyo “subproducto” puede juzgarse como el laboratorio reflexivo de su obra creativa–: su fervor de ciertas figuras lo hace inventar una ascendencia, y su flanco moral tomar posturas personales e intransferibles sobre el quehacer ajeno. En contrapunto, su actividad creadora refleja la pasividad analítica de sus ensayos. Pero si la obra artística del poeta es un patrimonio intangible, su obra crítica es un bien mal habido. Por eso, advierte Eliot, podrá haber en ella “errores de juicio y, lo que lamento más, errores de tono (…) Sin embargo, he de reconocer mi relación con el hombre que dijo eso y, pese a todas esas reservas, continúo sintiéndome identificado con [él]”. La biografía (y la declaración patrimonial) de un poeta, entonces, no está en sus poemas sino en sus ensayos: ahí se agrupan las confesiones de sus máscaras, las aventuras de su mala conciencia –esa que, según Saint-John Perse, representa un poeta para su tiempo.
Escritos entre 2009 y 2017, los siguientes ensayos repasan algunas tradiciones (y traiciones) de la poesía, la literatura y el arte: la alquimia de Rubén Bonifaz Nuño en tiempos de química verbal, la fama inconsciente de Emily Dickinson, el ánimo cobarde del joven Eliot, la estridencia y el Apocalipsis como géneros literarios, las guerras intestinas de la poesía mexicana del siglo XXI, la educación sentimental de los emoticones e incluso el manifiesto como una forma del psicoanálisis y el autoescarnio. Más allá de su nota negativa, asociada al fraude, toda malversación implica desviar fondos. Este volumen, desde sus fondos bibliográficos, aspira a cometer (y reincidir en) tal delito.
Ciudad de México, 3 de marzo de 2019
I
RUBÉN BONIFAZ NUÑO:
EL VISIONARIO DE LOS VENCIDOS
Es probable que la poesía mexicana del siglo XX no conociera un virtuoso mayor que Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013). Pero, según el parecer de no pocos poetas y críticos recientes, la obra de Bonifaz despide un tufo a contrarreforma. Cuando Carlos Monsiváis lo calificó de “impecable técnico” o los antologadores de Poesía en movimiento (1966) lo definieron como “Dueño de [una] excepcional sabiduría técnica”, ambos elogios, sospechosamente parecidos, pronto devinieron reparos y tabúes. ¿Por qué alguien, a la mitad de un siglo que alumbró las vanguardias y promovió el verso libre, querría cubrir la retaguardia, conversar con los clásicos grecolatinos y las culturas prehispánicas? En la pregunta, creo, asoma una historia no autorizada de la poesía nacional.
Si José Emilio Pacheco propuso en la “Introducción” a su Antología del modernismo (1970) que dicho movimiento había conformado nuestro auténtico romanticismo, las vanguardias mexicanas, sobre todo el “grupo sin grupo” de Contemporáneos, constituirían entonces un modernismo extemporáneo. (Como coincidencias, subrayo la tropicalidad de Carlos Pellicer y de Salvador Díaz Mirón, la pena capital de la inteligencia en Muerte sin fin, de José Gorostiza, y el “Idilio salvaje”, de Manuel José Othón, el tono menor y urbano de los XX Poemas, de Salvador Novo, y “La Duquesa Job”, de Manuel Gutiérrez Nájera.) Todo lo cual haría que las vanguardias surgiesen con Octavio Paz y Efraín Huerta, creadores de poemas visuales (los Topoemas del primero) y hasta documentales ( Amor, patria mía del segundo). La generación inmediatamente posterior –es decir, la de Medio Siglo– sería la encargada, entonces, de disentir con Paz y Huerta: la recuperación de esquemas tradicionales (el romance por parte de Jaime Sabines, la terza rima o la octava real por parte de Jaime García Terrés); la readaptación de mitos y autores clásicos (“Lamentación de Dido”, de Rosario Castellanos, o “Discurso que se estaba formando en la cabeza de Cicerón”, de Jorge Hernández Campos); la grandilocuencia de lo popular (tal y como ocurre con Eduardo Lizalde)…
Ni qué hablar de Bonifaz Nuño. Cercano al petrarquismo retro del peruano Carlos Germán Belli, Bonifaz Nuño desarrolló un “neoclasicismo de autor” basado en exploraciones métricas, acentuales y estróficas. El objetivo era paliar cierta retórica adquirida en moldes prestigiados y generar nuevas convenciones: variantes del endecasílabo ortodoxo, domesticación de metros como el eneasílabo, el decasílabo o el dodecasílabo… Lo cual, aunado al encabalgamiento (fraseo a caballo entre dos versos) y al hipérbaton (o inversión de la sintaxis para fines rítmicos); a la preferencia por la aliteración y la asonancia interna, da la impresión de que Bonifaz Nuño es un sólido versolibrista. El siguiente poema, tomado de Los demonios y los días (1956), es un ejemplo de ello. Su fondo coloquial se apoya en tales audacias para hacer de la consigna pública una meditación privada:
Para los que llegan a las fiestas
ávidos de tiernas compañías,
y encuentran parejas impenetrables
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