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Gonçalo Tavares: Aprender a rezar en la era de la técnica

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Gonçalo Tavares Aprender a rezar en la era de la técnica

Aprender a rezar en la era de la técnica: краткое содержание, описание и аннотация

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Una ciudad que confía en el progreso, pero vive en crisis y con miedo. Ciudadanos dispuestos a encontrar un mesías que sepa guiarlos. Un hombre, Lenz Buchmann, médico cirujano con una conciencia brutal del cuerpo y sus limitaciones, cuya idea del poder lo vuelve un dictador en potencia. Pronto, Buchmann cambia el bisturí por la política para salvar a una sociedad gravemente enferma, pues cree firmemente que sólo él es capaz de enderezar el destino colectivo. Aprender a rezar en la era de la técnica es el cuarto título del ciclo «El reino», cuyas tramas giran en torno a temas como el mal, el poder y la violencia. El centro de esta novela quizá sea la peligrosa autoridad que conceden el conocimiento y la habilidad técnica, cuando no están regidos por la compasión. Luego de deslumbrarnos con su novela «Jerusalén» y los cuentos de «Agua, perro, caballo, cabeza», Gonçalo M. Tavares sigue construyendo una obra propositiva y múltiple, de cerebral intensidad. Estamos ante un narrador que investiga la realidad con el frío temperamento del forense y las herramientas del criminalista. Un escritor empeñado en atisbar esa realidad última del mundo que representan las zonas más oscuras del alma humana. «No tiene derecho a escribir tan bien a los treinta y cinco años, dan ganas de darle un puñetazo.» José Saramago «La literatura de Gonçalo M. Tavares es radical y no nos deja indiferentes. Más bien al contrario, nos hace sentir incómodos y heridos. Tavares es un maestro en el arte de impresionar al lector.» José Castelo «Es sin duda el prodigio de la literatura portuguesa actual.» Bruno H. Piché «Un Kafka portugués.» Elisabeth Barillé José Eduardo Agualusa: « es como si un enredo de Kafka hubiese sido reescrito por Bernardo Soares.»

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GONÇALO M. TAVARES

APRENDER A REZAR EN LA ERA DE LA TÉCNICA

NARRATIVA

Publicado por acuerdo con el agente literario Dr RayGüde Mertin Inh Nicole - фото 1

Publicado por acuerdo con el agente literario Dr. Ray-Güde Mertin Inh.

Nicole Witte. e. k., Frankfurt am Main, Germany.

DERECHOS RESERVADOS

© 2013 Gonçalo M. Tavares

© 2013 Editorial Almadía S.C.

Avenida Independencia 1001

Col. Centro, C.P 68000

Oaxaca de Juárez, Oaxaca

Dirección fiscal:

Calle 5 de Mayo, 16 – A

Santa María Ixcotel

Santa Lucía del Camino

C.P 68100, Oaxaca de Juárez, Oaxaca

© 2013 De la Traducción: Random House Mondadori

www.almadia.com.mx

Primera edición: noviembre de 2013

ISBN: 978-607-8667-49-9

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

GONÇALO M. TAVARES

APRENDER A REZAR EN LA ERA DE LA TÉCNICA

Aprender a rezar en la era de la técnica - изображение 2

Aprender a rezar en la era de la técnica - изображение 3

Almadía

Debo un agradecimiento especial a Luís Mourão.

Y también a Rachel Caiano, Vasco Mendonça y Cruz Tavares.

PRIMERA PARTE

FUERZA

APRENDIZAJE

EL ADOLESCENTE LENZ CONOCE LA CRUELDAD

1

El padre lo sujetó y lo llevó hasta la habitación de una criada, la más joven y hermosa de la casa.

–Ahora vas a hacértela aquí, delante de mí.

La criadita estaba asustada, por supuesto, pero lo raro era que parecía tenerle miedo a él y no a su padre: era el hecho de que Lenz fuera un adolescente lo que asustaba a la criadita y no la violencia con la que su padre la ponía a disposición del hijo, sin asomo de pudor, sin tener siquiera la delicadeza de salir. El padre quería verlo.

–Vas a hacértela delante de mí –repetía.

Estas palabras de su padre marcaron a Lenz durante años. Vas a hacértela.

El acto de fornicar a la criadita reducido al más simple de todos los actos, a un mero hacer. Vas a hacértela, ésa era la expresión, como si la criadita no estuviese del todo hecha, como si fuese todavía una materia informe, a la espera de aquel acto de Lenz para quedar terminada. Esta mujer no estará del todo hecha hasta que tú la hagas, pensó el adolescente Lenz de un modo claro, y sus gestos siguientes fueron los de un trabajador, de un empleado que obedece las indicaciones de un encargado con más experiencia, en este caso su padre: vas a hacerlo.

–Quítate los pantalones –fue la segunda frase de su padre–. Quítate los pantalones.

El adolescente Lenz se quitó los pantalones. Y todas las órdenes que siguieron iban dirigidas exclusivamente a él; es decir: el padre no dirigió una sola frase a la criadita; ella sabía lo que debía hacer y lo hizo, era una máquina que no tenía alternativa, a diferencia del adolescente Lenz, que pese a todo podría haberle dicho a su padre: no quiero.

–Quítate los pantalones –ordenó el padre.

A continuación Lenz es conducido, casi empujado, por su padre hasta la criadita, que está acostada y a la espera.

–Avanza –dijo el padre en tono brusco.

Y el adolescente Lenz avanzó, con determinación, sobre la criadita.

LA CAZA

2

Lenz se calza las botas y se prepara para la caza. Primero el ritual de dominio de los pequeños objetos inmóviles: las botas, el arma, el chaleco pesado.

Aquellos movimientos eran los que mejor contribuían a formar el ser humano. Y qué buen tirador era él.

A su vez, los elementos ágiles de la naturaleza reivindicaban una desobediencia que no era tolerable. Lenz iba a cazar debido a cierta determinación política. Un conejo era un adversario minúsculo, pero lo obligaba a ocupar una posición sobre la tierra, dentro del mapa de combate. Un opositor insignificante –un conejo– obligaba a Lenz a cierta tensión muscular, a un despertar de la astucia: no bastaba con la puntería ni la capacidad mecánica del arma, era necesaria también una atención intelectual, una atención de la inteligencia; las cosas inmóviles eran las únicas que no requerían esta atención por parte de Lenz.

Entre él, Lenz, y la presa, aún viva, había una negociación previa: él se negaba a matar un sólo animal durante los primeros minutos. Había la exigencia de habituación, un respeto hacia el espacio que se invade. Aquélla no era su casa.

Los veinte minutos en los que no disparaba eran como la acción de limpiarse los pies en el felpudo antes de entrar en una casa ajena. La extrañeza existía en el bosque y, a falta de puerta y felpudo, Lenz recorría durante vein­te minutos los senderos que la naturaleza, con la estupidez que la caracteriza, había dejado espontáneamente para que los hombres pasaran.

Había otra ley en el bosque. Allí la moral era desconsiderada, grosera, era lo mismo que entrar en la habitación de la criadita siendo él adolescente; en aquella habitación del fondo, con olores muy distintos a los que existían en la casa principal, la casa de sus padres. En la habitación de la criadita ser considerado era ser débil y constituiría hasta tal punto un error absurdo que hasta la criadita protestaría ante el menor gesto cariñoso del hijo del patrón.

En el bosque las virtudes no habían sido invadidas por la sensación de moho; había otra potencia suspendida por encima de sus pasos entre los árboles robustos pero torcidos que ocultaban cientos de existencias animales; existencias que eran, al fin y al cabo, piezas de caza, en un resumen extraordinariamente sintético también de las relaciones humanas.

Lenz no se hacía ilusiones: si no enfilaba cualquier calle de la ciudad con la misma cautela y el arma a punto para disparar era porque, en aquel otro espacio, algo seguía inhibiendo el odio: la mutua ventaja económica.

El aparente equilibrio entre vecinos del mismo edificio era el que existía en un hombre de elevada estatura un instante antes de posar, desamparado, el primer pie en un pantano. La frase usted primero, dicha por alguien en una cafetería a otro cliente que iba a entrar al mismo tiempo, aceptando así beber algo después de que sirvieran al primero, era una frase de guerra, de pura gue–rra. Todas las frases de simpatía podían verse, desde otra perspectiva, como frases de ataque. Al dejar que el otro se le adelantara, un hombre no estaba aceptando ser el segundo, sino preparando el mapa del terreno para poder controlar visualmente al hombre que por momentos se creía en primer lugar. La ventaja de tener a alguien delante, había dicho en cierta ocasión el padre de Lenz, es que nos da la espalda. No importa el lugar donde estemos, sino el campo de visión y nuestra posición relativa.

Sin embargo, Lenz no había tardado en comprender que hacía falta un soporte, un sitio en el cual apoyar el cuerpo sin temor a ser traicionado; en definitiva, una pared que no corra el riesgo de venirse abajo. La familia sería su pared, el punto en el que podría apoyar la nuca (pues, incluso en un ataque vigoroso, quien ataca tiene nuca, y esa fragilidad no puede olvidarse jamás).

Lenz preparó el arma, apoyó el acero de la culata en el pecho –pecho que latía con fuerza– y pensando en la criadita que más de diez años atrás, con los incentivos de su padre, lo había servido por primera vez, Lenz apuntó y disparó.

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