Índice
Prefacio
Animal de medianoche
Sobre las decisiones precipitadas y la naturaleza caótica del universo
Coitus interruptus
María y Juana, diosas del mal hábito de la fugaz sabiduría
Interludio
Animales sin correa
Poema del justiciero
El vals de los deseos
Sobre el duro proceso de germinar
Acerca del autor
Créditos
(o palabras de introducción por un nómada inmóvil)
Hola, ¿qué tal? Prometo que seré breve.
Sé que este es el primer contacto con el libro, una suerte de carta de presentación del mismo. ¿Cuál es la primera impresión que quiero causar? ¿Le hará justicia al venidero material que pretendo ofrecerles? O más bien debería preguntarme, ¿por qué ustedes, queridísimos lectores, deberían invertir su valioso tiempo leyéndome y más este prefacio en concreto? Porque tenía la ferviente, no, imperiosa necesidad de hacerlo. Si ustedes quieren o no leerlo, es un derecho suyo más que válido en una sociedad democrática como esta.
Para los que me tengan la suficiente paciencia, les contaré cómo nació este libro. Como estudiante de cine, este proyecto era una especie de libreta de ideas para cortometrajes que me gustaría rodar, los cuales no pudieron emerger en el arte audiovisual debido a limitaciones financieras.
Sin embargo, con el tiempo, y como suele ocurrir conmigo, empecé a tomar estas historias como algo más que simples bosquejos de guiones; empecé a usar estas páginas como una especie de diario, donde anotaba ideas personales y experiencias propias, claramente distorsionadas para favorecer la progresión dramática de la historia.
Las ideas fueron adquiriendo una forma propia, alejada de las imágenes, cargada con los méritos propios del arte literario. Finalmente, después de un año de progresivo trabajo, le puse final al último cuento de este recopilatorio de narraciones cortas.
Todas ellas nacieron como una historia simple acerca de un suceso “violento”, creyendo en mi inocencia de novato que escribir algo “adulto” es crear algo meramente sangriento; pero al final evolucionaron hasta convertirse en algo más. En estas páginas están plasmadas mi visión de las cosas, la relación con el mundo que me tocó vivir, cómo siento la existencia y cómo concibo el arte; ya que el papel es el único verdadero oyente en un mundo de oídos indiferentes.
Además, aprovecho para dejar explícita la relación de este prefacio con la temática general del libro. ¿Cómo? Sincerándome con mi obra una vez más, hablando de mis profundos temores. Veo este libro como un ticket de entrada y sin retorno al violento mundo real, donde las feroces críticas, los fracasos y el hundimiento a las profundidades del abismo son el pan de cada día. Temo mostrar esto a alguien más, pero no puedo guardármelo para mí solo tampoco. Siento que debo ser fuerte y abalanzarme con los brazos abiertos al mundo, el cual me recibirá con escupitajos, golpes y patadas; pero prefiero estar golpeado y embarrado en el piso que verme a mí mismo encerrado en mi propio mundo, abatido y deprimido viendo cómo la humanidad me deja atrás en una infinita carrera contra el vacío.
Y es que hay un pequeño detalle que parece ser omitido por casi todo el mundo: detrás de todas las historias que consumimos diariamente, existen personas, gente como tú o como yo, la cual padece los mismos problemas internos que el resto y que siente emociones como todos los demás.
Pero como verás si te adentras más en este libro, sé que las personas no somos más que animales, animales con consciencia, animales que se sienten superiores a sus semejantes por cubrir su desnudez con ropa y no con pelo. Y como animales que somos, vivimos en un mundo regido por la ley del más fuerte, donde puedes ser devorado al más mínimo descuido. Quizá tengamos coches y los árboles fueron remplazados por el concreto, pero en el fondo seguimos siendo las mismas bestias.
Así que ahora me queda a mí afrontar ese cruel mundo, el mundo de todas las profesiones serias, esa invisible y abstracta máquina moledora de carne. Si este libro logra a ser algo más que un simple archivo en el infinito río de la información contemporánea, sabré que hice algo bien en mi vida. Si no, ya saben, nada más soy otra cebra víctima de las garras de un león hambriento.
Disfrute los cuentos, besitos.
Gente, gente por doquier. Es impresionante lo que esta asquerosa especie logró en tan poco tiempo. Y pensar que hace tan solo veinte mil años vivíamos en cuevas y cazábamos con arco y flecha. Ahora tenemos estos enormes edificios que parecen colmenas, calles que fluyen como ríos de corrupción, infestados de vehículos ruidosos y contaminación; nuestros arcos y flechas fueron remplazados con balas de plomo: la misma mierda con diferente color.
Yo veo todo esto, veo a las personas yendo día tras día a sus destinos. ¿Cuáles destinos? Ni la más remota idea; simplemente soy una ínfima parte de su recorrido. Soy como el jodido llanero solitario, un viajero acompañado únicamente por su caballo de metal, diariamente invadido por oficinistas y doñas cristianas y bebés babosos. Detrás del volante, todos los días. Mi vida se restringe a estas paredes de duro y frío acero, con sus puertas y sus ventanas y caras anónimas que se mueven sin pararse a pensar en quién tienen al frente, simples e insignificantes hormigas de esta gran estructura cuadrada e impersonal: la vida de un taxista.
Tomé este trabajo porque los motores siempre fueron mi pasión, un amor que fui cultivando desde mi pubertad cuando mi queridísimo padre me enseñó el oficio. Hacía de camionero bajo su tutela, llevando cargas de aquí hasta allá siempre bajo la vigilia del yugo paterno; él cuidando siempre que la desgracia no se ciñera sobre su pupilo a causa de un descuido de principiante. Con el tiempo mejoré y, a la dulce edad de dieciocho años, empecé a viajar sin mi maestro, acompañado de mis propios pupilos. Acabé casándome con esta vida cuando terminé mis estudios en mecánica a mis veinticuatro años. La boda fue coronada con un regalo de mi padre, un hermoso Porsche Cayenne al que llevé a la luna de miel.
Después de eso, tuve varios años en completa tranquilidad... abrí mi propio taller mecánico… ganaba bien… conseguí una esposa (esta vez de verdad, no una simple metáfora mamona). Con ella tuve dos preciosas hijas. Mi padre finalmente falleció, un pronóstico que teníamos latente desde hace unos años, cuando le diagnosticaron cáncer de estómago. El funeral, nada del otro mundo. Una persona más que deja esta vida, la única diferencia era que a esa persona que estaba siendo enterrada varios metros bajo tierra alguna vez la llamé papá. Sé que debía estar triste, hacía muecas de dolor fingidas para que nadie pensara que mi corazón era más vacío que la sustancia de un reality show. Pero en realidad mi sufrimiento era nimio en ese momento… siempre supe que las personas mueren, sabía que tarde o temprano me llegaría el turno de afrontar ese proceso. Me preparé mentalmente muchos años antes de que siquiera me imaginara cómo morirían mis seres queridos. Pensar como un desalmado hijo de puta… ayuda, aunque quizás esa fortaleza era más fingida que mis lágrimas de cocodrilo; al final ese sentimiento de ausencia es algo contra lo que no se está preparado nunca. No importa cuántas veces me repita que es simplemente mi egoísmo no querer dejar ir a esa persona, desear que siempre esté a mi lado… esos pensamientos son veneno del ego… son pruebas irrefutables del alma humana cegada por los sentimientos.
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