Cuando 1908 sintió que la humillación propiciada era más que suficiente, se alejó del auto y cerró la puerta detrás de sí con tosquedad. No voy a pagar dos putos pesos más, pensaba mientras se alejaba, no, señor, claro que no. Aunque pensándolo bien, la demanda de ese pobre chofer de trufi no era algo fuera de lugar en absoluto; debemos recordar que estaba conduciendo un taxi de ruta fija, recalco la palabra taxi, un vehículo considerablemente más pequeño que un bus, incapaz de albergar en su haber a una ingente cantidad de fofas y sudorosas pompas nerviosas. Es bastante razonable que exija un poco más de dinero por su servicio de transporte para poder compensar su falta de espacio interno que no le permite recoger una sustanciosa cantidad de pasajeros.
En ese momento el juvenil corazón de 1908 latía sin control, la adrenalina recorría cada milímetro cúbico de su sangre; nunca había hecho algo así, ni siquiera cuando la situación lo ameritaba. Siempre fue en extremo sumiso, ¿por qué en ese preciso momento había resuelto actuar de esa vulgar manera? Ni él mismo se lo explicaba, sólo sabía que se había ahorrado dos pesos más para su jugo de media mañana, y en el proceso había demostrado ser una persona que no se dejaba amedrentar fácilmente… o al menos lo aparentó en ese momento. No hay que olvidar la verdadera naturaleza de 1908, oculta en la profundidad del abismo de su alma: es un maldito paranoide. Quizá los primeros quince segundos se sintió imparable, hasta esbozó una sonrisa de satisfacción por haberse mostrado fuerte y cabrón, pero obviamente eso no duró hasta el final del día, damn, ni siquiera duró unos cuantos minutos.
Cuando 1908 subía por la calle que lo llevaba a su universidad escuchó un coche acercándose ominosamente hacia él. Temiendo que se tratara del conductor que lo perseguía en busca de venganza, se volteó para encararlo, pero no era el conductor al que había ofendido, era un coche cualquiera que recorría esa calle a esa precisa hora, no podía ser el mismo coche porque el trufi al que 1908 se había subido era de un azul metálico, y este era más bien carmesí. El joven prosiguió su camino sin darle más vueltas al asunto, pero en cuanto escuchó el motor de otro caballo metálico acercándose, volvió a girarse vertiginosamente para descubrir quién era el acosador motorizado que lo seguía. Obviamente ninguno, otro simple auto genérico, éste de un verde amarillento que 1908 consideró bastante bonito. 1908 no pudo calmar sus nervios alimentados por la leña de su propia mente hasta que recordó algo que debió considerar desde el principio, es un taxi de ruta fija, aun si quisiera cobrar su venganza, no podría despegarse de su ruta previamente asignada para ponerse a perseguirme, tiene su trabajo establecido y sus propios problemas, ya llegarán otros dos pesos extra de alguien más. Sólo entonces 1908 pudo llegar a su destino sin dilación para el examen, para su suerte, unos simples y nada relevantes cinco minutos tarde, o más bien para su infortunio, ya que recordó que no había estudiado debidamente, carajo.
Un mortal cualquiera creería así que la historia llegó a su fin, suposición bastante equivocada, ya que si algo nos ha enseñado la naturaleza caótica del universo es que tiene un extraño sentido del humor. Algunos le llaman karma, yo prefiero llamarlo (citando a Saramago) “el orden sin descifrar dentro del caos”. Sólo hay que considerar con cautela lo que ocurrió esa precisa mañana, cuando 1908 se levantó de su cama con el albor del día. Desayunó, se acicaló los dientes y el rostro, salió más o menos a las ocho y media de su casa, su destino, la casa de su mejor amigo, que le había invitado a alcoholizarse junto con otros compañeros de parranda; claro que 1908 no podía rechazar las tentaciones de la borrachera en una mañana de fin de semana. Así salió, cargando su morral que llevaba en su interior un parlante para escuchar las notas del bajo de Peter Hook a todo volumen, al lado del dispositivo de audio había una botella de Fernet que extrajo de la bodega de su tío. Se sentía preparado para afrontar la farra, pero esa preparación conllevó a una serie de nuevos sucesos interconectados tempo-espacialmente, muy alejados de la imaginación de las mentes mortales de los primates lampiños, pero muy presentes en la visión de este narrador en calidad de contador omnisciente.
Si 1908 no hubiera bajado hasta la bodega de su tío para recoger la botella de precioso líquido ámbar oscuro, hubiera alcanzado a tomar el último asiento de un bus que pasaba, que ante la ausencia de 1908 recogió a otro pasajero que esperaba más adelante. Como 1908 no pudo tomar ese bus en específico, tuvo que esperar a otro, otro que nunca llegaba. 1908 tuvo que emigrar en busca de otra parada, que sabía se encontraba unas cuatro cuadras más arriba. 1908 recorrió la calle hasta el siguiente punto estratégico para tomar transporte público, sin dudar en ningún momento de sus firmes y continuos pasos. Llegó finalmente a la parada, casualmente al mismo tiempo que un bus se aproximaba. 1908 levantó levemente el brazo para hacerle señas de stop al vehículo, pero detuvo su acción casi inmediatamente en cuanto se percató de que en el interior del coche se encontraba su ex, con la que tuvo una ruptura particularmente vergonzosa y dolorosa. Decidió esperar al siguiente bus, que pudo distinguir viniendo a unas cuadras abajo. Finalmente se embarcó en el bus y pudo continuar su recorrido hasta la casa de su amigo, que vivía relativamente lejos. Después de este coche debía montarse en otro más, esta vez un trufi, que lo dejaba justo en la puerta de su amigo. Si se hubiera subido al bus que albergaba a su ex, hubiera llegado mucho más pronto a la siguiente parada de coches, y se hubiera sentado en el último asiento disponible del taxi de ruta fija próximo a salir. Pero como tardó unos segundos más en llegar a la parada, el último asiento disponible del coche fue ocupado por alguien más, ese coche partió y 1908 tuvo que subirse al siguiente trufi de la fila.
Y he aquí los motores sagrados que mueven los engranajes invisibles del caótico universo, esos motores de dulces y crueles voces que nos gritan en el rostro sordas palabras de reprimenda, lo suficientemente implícitas para que nadie se entere de la evidente riña. 1908 se sentó en el asiento del acompañante del conductor; 1908 miró a su lado y vio a quien iba a ser su anfitrión por el resto de ese viaje. Inmediatamente reconoció ese rostro rechoncho y bigotón, bronceado por el sol y un poco calvo. Oh, dulce ironía, ahora era más que obvio que ese conductor tenía como ruta normal ésta, y no la otra, a la que se metió como lobo ladrón de ganado. El conductor también se percató de a quién tenía al lado, al pequeño hijo de puta que lo humilló frente a sus pasajeros.
Por supuesto que 1908 se dio cuenta de que el chofer se había dado cuenta de que él se dio cuenta de quién era. Una gota de sudor frío recorrió su frente, su sentido de la calamidad próxima se había vuelto a activar. Me voy a morir, pensó el joven y ,para sorpresa de todos, en esta ocasión tenía razón, pero no por nada sino por su propia estupidez, que nadie es consciente de la capacidad destructiva que tiene la estupidez. Primero 1908 quiso bajar del coche, pero ya era muy tarde, el vehículo ya estaba lleno y listo para partir; el trufi arrancó y se despegó de la esquina que servía de parada. Ya en la carretera y ante el evidente encierro de 1908, el chofer habló.
–No esperaba volver a verte, maldición. Ahora me pagarás el doble por esta carrera.
Pero 1908 hacía oídos sordos debido a su profundo nerviosismo. Sólo alcanzó a musitar:
–Me quiero bajar. Me quiero bajar –repitió mientras intentaba abrir la puerta.
El chofer intentó detenerlo, apartando su vista de la carretera repleta de vehículos. Sin embargo, no alcanzó a detener la mano inquieta de 1908, la cual logró quitarle el seguro a la puerta y abrirla. Lo siguiente que ocurrió era el predecible efecto dominó, tan común cuando tantos elementos se encuentran en un ecosistema en equilibrio fácilmente perturbable. En cuanto la puerta se abrió, un coche que venía por detrás a toda velocidad se estrelló contra la misma, arrancándola con brutal violencia y dejando pedazos de vidrio y plástico esparcidos por el suelo. Ante la impactante escena, el chofer estalló en cólera.
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