En la oscuridad de la noche, Tamara se queda dormida con los cachetes de la cara húmedos por las lágrimas. A Esperanza le cuesta dormirse, siente un odio profundo hacia Agustín. Tampoco deja de pensar en ese bebé de color que apenas hacía unas horas había abrazado con fuerza.
Las horas pasaron lentas y llenas de desazón.
Tamara.
« Es domingo 2 de junio. Me levanto con agujetas de tanto bailoteo nocturno. Anoche lo pasamos genial en Varedero Beach las chicas y yo. Me baño y me corto las uñas de los pies. Hoy he llenado un poco la bañera para depilarme. Me da asco la crema depilatoria, pero con la cuchilla me salen granitos en las ingles. De un año aquí me ha crecido considerablemente más vello del que hubiese querido. Mi madre, Diana, no sabe que me quito los pelos del pubis. Carla me ha dejado este tubo de crema hace dos semanas, pero ya han crecido otra vez.
A la una me recogerá Agustín en su moto y nos iremos de picnic a la montaña. Hoy no podré estar mucho tiempo porque debo repasar el examen final de matemáticas que es mañana. Sobre las 18 horas me han dicho mis padres que debo estar de vuelta y ser responsable.
A mi padre, Isidoro, no le gusta Agustín. En realidad, no le gusta ningún chico para mí, soy su niñita. Cuando Agustín llega a casa, papá se levanta y se marcha a otra estancia, además, lo hace sin disimulo alguno, frunce el ceño y se va.
Mamá es más simpática. Mientras termino de arreglarme, le ofrece un refresco y le pregunta qué tal está su familia.
Hoy me he recogido el pelo con un moño y casi no me he arreglado porque vamos a ir al campo. En mi mochila ya he echado la cantimplora de agua y unos sándwiches que nos ha preparado mi madre. También he echado unos Lacasitos y una toalla cuadrada muy ancha, que no pesa casi nada, y es de publicidad de Fanta de naranja.
Últimamente Agustín y yo discutimos mucho. Él no me comprende y no le gusta hablar del futuro. De todas formas, creo que me quiere, aunque a veces sea tan posesivo. No se lleva nada bien con Carla y Esperanza. Ayer por la tarde, antes de ir a casa de Carla para arreglarme, me tuvo al teléfono un buen rato para convencerme de no salir. Yo le expliqué que solo salimos a bailar y a divertirnos, que no hacemos nada malo. Insistió en que no hace falta ir a Varadero Beach para pasarlo bien, que allí solo hay busconas y salidos, que veamos una peli o que hagamos una fiesta de pijamas. Surrealista, ¡ni que tuviéramos diez años! No acabamos muy bien al teléfono.
Llevamos juntos 10 meses y dos días, pero solo nos vemos los domingos, y no todos porque a veces tengo que hacer vida familiar por imperativo de mi padre.
Agustín ha llegado muy guapo hoy y me espera fuera. No es muy alto, pero está buenísimo. Tiene un cuerpazo. Tiene 17, un año más que yo porque es el repetidor de la clase. Es un poco pandillero y siempre viste de color negro. Yo le insisto en que estaría más guapo con unos vaqueros azules en vez del pantalón ancho que siempre se pone. Yo no le doy besos en la puerta de mi casa por respeto a mis padres, pero luego me harto.
Me pongo el casco, me subo a la moto y nos vamos rumbo a Casares, un pueblo que hay en la montaña apenas a 15 minutos.
—¡Tened cuidado! —grita mi madre diciéndonos adiós con la mano, asomada a la cancela con bata morada, despeinada.
Hemos llegado, aquí venimos muchas veces. No hay casi nadie. Aparcamos la Yamaha Aerox de Agustín en la plaza del Ayuntamiento del pueblo. Recorremos la calle María Auxiliadora a pie con la mochila a un hombro y los cascos, y llegamos al vallado de alambre roto que hay al final. Detrás de los primeros árboles y cañas corre un riachuelo de pedruscos, ruidoso y espumeante.
Un puente largo y frágil nos adentra a un bosque frondoso de eucaliptos altos antiquísimos. Algunos turistas desocupados cruzan el puente en los dos sentidos. Llegamos a un claro de hierba verde y campanillas amarillas que han crecido imponentes, de esas salvajes que arriban en la primavera.
Durante el paseo Agustín no deja de preguntarme qué hice anoche con mis amigas. Hoy está más insistente de la cuenta. Me enfurece cuando empieza con sus celos. No he querido seguir la conversación.
— ¡Tengamos la fiesta en paz! —le grito.
Coloco la toalla lo mejor que puedo. Agustín está muy tenso hoy. “ Qué pesado”, pienso. Todavía no nos hemos dado ningún beso. Son las dos de la tarde y el hambre apremia. Saco los dos sándwiches de pavo y la cantimplora, y almorzamos tranquilos escuchando los sonidos de la naturaleza. Él saca el walkman y me da un auricular, escuchamos Estopa . Estamos más calmados.
Entre las ramas de los árboles penetran algunos halos de sol y el cielo está muy azul, sin nubes. Pongo la cabeza sobre las piernas de Agustín y le miro. Está comiendo Lacasitos, le encantan.
— Agustín, ¿tú me quieres? — le pregunto.
— ¡No seas tontita! — dice riéndose.
— Yo te quiero sabes — le digo mientras le toco la nariz para fastidiarle.
— ¡Quita! — dice.
— Es que tienes un moco —bromeo.
— ¡Mentira! — se ríe, pero por si acaso se toca la nariz y se limpia.
Me incorporo, le rodeo con mis brazos y le doy un beso enorme, de los que duran y cortan la respiración. Ya lo tengo contento. Empezamos a besarnos recostados en la toalla, húmeda por la hierba. Se está muy bien. Bromeamos de nuestras cosas y nos miramos.
Nos pasamos el rato así, tocándonos la cara y besándonos. Él baja a mi cuello, lo muerde despacio, lo chupa dejando baba y yo le digo:
— ¡Qué asco! — le empujo, le atraigo de nuevo. Es nuestro juego de amor.
Agustín ya me ha tocado los pechos. Tengo vergüenza porque estoy casi plana. Llevo un sujetador con un poco de relleno y me ha desabrochado el cierre. Él no los ha visto, pero me mete mano por debajo de la camiseta.
Nunca dejo que ocurra algo más. No estoy preparada para seguir. Yo solo quiero estar con él, abrazarle y que no esté enfadado por tonterías. A veces me presiona mucho para que hagamos el amor.
Adoro sus susurros en el oído, casi imperceptibles, como un siseo, diciéndome que me desea. Yo sé que él se muere por fundirse conmigo. En su bolsillo trasero del pantalón siempre lleva un preservativo. No hablamos mucho del tema, pero él sabe que yo no quiero hacerlo.
Yo no le he visto desnudo, solo le he notado excitado por debajo del tejido de su calzoncillo. Hoy está especialmente caliente, me roza con ímpetu. Abro los ojos y miro alrededor. “ Menos mal que no hay nadie, qué vergüenza”, pienso.
Sus manos recias y temblorosas no atinan a acariciarme con suavidad. Está siendo vasto y desagradable. Estoy muy incómoda, aprieta mis pechos muy fuerte y está descontrolado.
Además de su respiración entrecortada, escucho los árboles mecerse con el aire e intento relajarme. No me siento bien, pero no digo nada.
— Tamara, te quiero, tesoro — Es la primera vez que me dice te quiero.
Yo, callada, permanezco con su cuerpo sobre el mío y pienso que por fin me quiere, por fin me lo dice.
Él me desabrocha el cierre del pantalón y mete su mano por debajo de mis braguitas. “ Estoy suave, me he depilado y estoy muy limpia. No quiero que sienta asco de mí ”, me digo.
No me atrevo a decir ni a hacer nada, él me mira y me sonríe, me da un besito en la mejilla, se baja un poco el calzoncillo, toma mi mano y me hace tocarle. Yo siento tanta vergüenza y tantas ganas de que se sienta bien, de que me quiera, que me río. Le estoy dando pie a seguir y cuando menos me lo espero ya estoy en una situación de la que no puedo escapar. Tampoco estoy segura de querer escapar. “ Ya nos toca, llevamos mucho tiempo juntos”, pienso. Mientras, me sigue magreando con sus manos ansiosas.
Читать дальше