Vicente Molina Foix - Fan fatal

ACCESORIOS

EL GRUESO DE LA PROGRAMACIÓN

Algún día usted llegará a casa un poquito cansado o con ganas de bulla. No hay nadie en el piso, es pronto para lanzarse solo a la tiniebla de la cama pero tarde para encontrar compañía en ese u otro descenso a las profundidades; a los ojos les bailan las líneas de los libros y oír música puede parecer poco.

El personaje de esta escena mira desolado las cuatro paredes de la habitación, y por su mente cruza la idea del suicidio. Se lo piensa dos veces (pues es de edad mediana) y en lugar del gatillo aprieta el botón de su televisor.

Pero, claro, es una hora boba, y en ninguna de las dos cadenas encuentra corrupción (ni siquiera la que se da en Miami), ni una gran serie de brocados y caballerías, ni una buena entrevista de Mercedes Milá con los hombres de moda, ni películas importadas o nacionalsindicalistas, ni ventrílocuos, concursantes u otros prodigios de la naturaleza; se topa con Tocata, Fila siete o Planta baja. Con la televisión en su más pura y cruda forma de relleno del tiempo.

Pocas veces hablan los que por vicio o pago se dedican a este oficio del comentario televisivo de los programas-puente (yo los llamaré así). Esos programas formativos e informativos, comunicativos, lenitivos, que por lo general nadie sigue de semana en semana ni ama o rechaza con pasión, pero que forman el grueso de la programación, el esqueleto sobre el que engordan las vacas más sagradas del panel. Oscurecidos por el foco potente de las estrellas, estos espacios que duran media hora o como mucho una, parecen destinados a un permanente purgatorio, aunque sin ellos la televisión no tocaría cielo, incapaz de agotar la secuencia del tiempo solo con horas-punta.

Es sintomático de una televisión tan conspicua como la que tenemos que mientras los programas de comedia y drama o los de variedades, que absorben millones, resultan por sistema horripilantes, casi todos los programas-puente actuales sobreviven a sus entrados años con dignidad; algunos con brillo.

Hablemos un poco de aquellos cuyo ojo de puente es la cultura, entendida esta de forma generosa. O sea, incluyendo no solo la música seria (ahí está Jazz entre amigos para rescatar con rigor una parcela musical con numerosos adeptos en España, parcela que, sin embargo, no se concede a la música clásica de vanguardia, tan desasistida en TVE) sino la inmarcesible canción ligera.

Porque en este terreno, y consciente TVE de la lucha de sexos consustancial a todo gran amor, semanalmente ofrece un espacio con yin y otro con yang: una pasiva y tierna forma de servir la música de la mano del intrépido pinchadiscos José Antonio y su plantel de niñas carilucias (Tocata) y una lectura activa, qué digo, reactiva, de lo mismo en el programa de Carlos Tena (A uan ba buluba balam bambú), donde tanto se burlan un día del benemérito José Guardiola en el divertido vídeo cutre semanal, como otros nos informan de lo más atrevido que produce el rock australiano.

La transmisión humorística de la realidad es un arte difícil. Lo logra Tena y su equipo guasón y lo consigue Enrique Pérez en el siempre estimulante cajón de sastre de lo moderno y sus vértigos que es Planta baja (aunque en este espacio yo echo mucho de menos la presencia coruscante de la antigua presentadora Sonia Grande). En la seriedad, y junto a los reportajes artísticos a veces interesantes de El arte de vivir, Tiempos modernos y Fila siete se reparten, a veces no muy bien avenidos, la literatura y el espectáculo.

Tiempos modernos ganaría mucho si se centrase en lo literario, dejando a los espacios misceláneos como Metrópolis y Planta baja la pintura y otros sueños de plástico. Respecto a Fila siete, que dirige Manuel Pérez Estremera, su mejor norma es no ceñirse solo a lo que pasa por aquí, incluso ahora que por aquí pasa mucho; el programa cuenta con un elenco de colaboradores de gran solvencia que garantizan tanto el comentario crítico áspero, algo que escasea por desgracia en TVE, como el puro mensaje informativo sobre Una ópera checa o un estreno de Bernhard.

EVA, AL PUNTO

Dan las siete, el día va pasando, sacamos los cuadernos de la clase de inglés, pero antes ¡ah!, antes nos llega a la pantalla el ejercicio físico. Confieso con rubor que descubrí Puesta a punto por azar, un día en que la impaciencia lingüística me hizo enchufar antes de hora el aparato para ver Follow Me. Desde ese día clave no he dejado de ver los minutos higiénicos de Eva Nasarre.

Nuestra televisión, por mucho que voceen los críticos aviesos, está cambiando mucho. Han salido desnudos, se han oído tacos, yo he visto a dos travestís cogidos de la mano de sus novios formales, y las presentadoras lucen, en los días de fiesta, atuendos de garçon. Lo que no me esperaba es que a una hora inocua, las siete de la tarde, TVE nos ofreciera una emisión erótica.

¿Soy un ser retorcido? ¿Un rijoso sin cura? No quiero confundir gimnasia con magnesia, pero ¿se han fijado ustedes en los saltos y muecas, en los guiños y tientos de esos esculturales figurantes de ambos sexos que –ceñidos– aprietan filas detrás de la Nasarre? Más que poner a punto, este programa a mí me pone a cien.

Y que no me repliquen hablando de la inocencia del bello rostro de Eva, de su voz de repipi, de sus buenos consejos a toda la familia. La única lectura posible de Puesta a punto se ha de hacer entre líneas. Pornografía blanda con chándal y canciones.

Todo es limpio y terso, turgente, coruscante. Las claves están claras. Aún recuerdo la tarde en que Eva simuló una trifulca en tono claramente sadomasoquista con los muchachos del conjunto, zarandeada por ellos y amenazando ella con usar al día siguiente el látigo en sus lomos. O las recientes declaraciones de la gimnasta catalana a un diario sobre las regañinas y rigores que impone a sus espectadores. Qué estricta gobernanta. Qué gimnasia tan sueca. Qué cantidad de nuevas posiciones se aprenden con la Nasarre.

Con este aprendizaje de un sexo calisténico, pronto todos diremos, como Olivia Newton-John en aquella canción de gimnastas sudados, I want to get physical, pero con la Nasarre.

BARBA

Los españoles de a pie nos sentamos ante el televisor a ver a los políticos, que por lo general están sentados, muchos aposentados, otros apoltronados y alguno entronizado. El principal fracaso del lamentable programa Españoles, es no descabalgar a las figuras elegidas de su asiento o escaño. El programa es pomposo, tedioso, solemne como un credo, y si alguien lo pensó como un ejercicio de aproximación del pueblo a sus ediles, el resultado, creo yo, habrá sido el contrario. Mejor el melodrama del Segundo Canal que el dramón tête à tête del primero.

¿Se sigue aún diciendo que algo es una barba? Hace algunos años al tostón se le llamaba así, y viene hoy a cuento la expresiva palabra para hablar de la barba que fue la entrevista con don Gregorio Peces. Y no es que el presidente del Congreso estuviese peor que otros entrevistados anteriores; es que Victoria Prego, pionera en su antiguo Telediario del estilo Noticias para la intimidad, en el que uno estaba esperando en cualquier momento el roce de una pierna locutora, iguala en sosería a todos sus Españoles.

Cuando el político elegido tiene que decir algo de actualidad (Benegas, Narcís Serra) el programa, a su pesar, es vehículo de información, que no de animación. Cuando nos tocan puntos oscuros de un entrevistado (esos dineros extranjeros de Alzaga), Prego se asusta de su propia pregunta y retrocede. Y cuando alguien, como Peces-Barba, bien dotado sin duda en la Constitución y para el Derecho, no ha sido agraciado para atraer al público o escenificar el gran teatro de la política, el programa resulta intragable.

El profesor Peces-Barba examinando las interioridades de la máquina parlamentaria (se le nota que su asignatura es de primero de carrera y está acostumbrado a hablar a los neófitos, por las perogrulladas con las que explicó su concepto de Derecho Natural) es una puñalada a la curiosidad política del telespectador.