Fan fatal
Vicente Molina Foix
Fan fatal
© Vicente Molina Foix, 2021
© Sobre la presente edición: Editorial Alt autores
Diseño de cubierta: © Sergio Verde (www.sergioverde.com)
ISBN: 978-84-17400-67-5
Para más información sobre la presente edición, contactar a:
Editorial Alt autores
Henao, 60. 48009 Bilbao (España)
CIF: B95888996
www.altautores.com
índice
UNA CARTA DE AJUSTE (a manera de prólogo)
UNIVERSALES
LAS PAREDES HABLAN
TEORÍA DE LO BELLO TELEVISIVO
REPRESENTANTES
SEGUNDA CADENA Y TERCER SEXO
SERIES EN SERIO
HABLAR SIN ACENTO
CARA AL SOL Y OTRAS CARAS
SIN PIES NI CABEZA
EL BESO DE LAS ONDAS
NAVIDADES EN JUNIO
ACCESORIOS
EL GRUESO DE LA PROGRAMACIÓN
EVA, AL PUNTO
BARBA
AL OTRO LADO DEL ESPEJISMO
APRENDA USTED INGLÉS
COCINA ILUSTRADA
EL ZOO EN EL CRISTAL
LA HORA DE LOS NIÑOS
UNA MUJER LLAMADA UTOPÍA
EL RECURSO DEL CONCURSO
NARCISO EN VANGUARDIA
LOS LISTOS DE LA FAMILIA
ACTUALIDADES
LAS BODAS ESCUCHADAS
POMPAS Y CIRCUNSTANCIAS
EL REY, SUBTITULADO
GERIFALTES DE HOGAÑO
LOS JUEGOS
CATÓLICOS ANÓNIMOS
SEMANA DE PASIÓN
LA REINA DE LA CASA
LA CAMPAÑA EN LATA
LA VIDA MISMA
AVANZADAS
ORWELL Y LA VANGUARDIA
IMÁGENES, MOVIDAS
UN HUERTO DE ROSAS TATUADAS
RARO Y OLVIDADO
EDAD DE BRONCE
RARA AVE NOCTURNA
HISTORIAS DEL OJO
LA VANGUARDIA
RETRATO DEL ARTISTA INDIFERENTE
BLA-BLA-BLA
CHAT SHOW
LA PANTOJA, SU HERMANO Y EL ARTISTA
EL OCIO Y EL OPIO
EL AMOR EN DIRECTO
LA SIESTA DE UFANO
MÁS PECADOS NEFANDOS
EL GRAN HEMICICLO DEL MUNDO
AQUÍ, MI SEÑORA
LA TERTULIA DE POMBO
MÚSICA
VENGA LA ESPAÑOLADA
OLLA PODRIDA
ESTEFANÍA Y EL CABALLO
COME BACK, FRADEJAS!
UN, POP, TRES
CASTA Y DIVA
NOCHE SILVESTRE
DOS AÑOS, DOS NOCHES
AGUANTANDO A LOS BÁRBAROS
EL MAL FRANCÉS
PEDRO, EN SU PROPIO TEJADO
LA VOZ Y SU AMO
LÁGRIMAS
MI REINO POR UN SERIAL
BUEN PASAJE A LA INDIA
¿DÓNDE VAS, TRISTE DE TI?
VERDE NARANJA
LA RADIO: TRES TRISTEZAS
LO QUE NUNCA MUERE
LA LARGA PLAZA DEL DIAMANTE
NATURALISMO Y MAGIA
LOS MALES DE LA PATRIA
ENSALADA PARMESANA
EL LUJO WAGNER
LA NOVELA MUSICAL
KENNEDY Y ESPAÑA
UNA SANTA MUJER
EL OESTE NOS LLAMA
CABEZA SOBRE TODO
SERIES QUE DEJAN HUELLA
ROSA Y VERDE
LOS ARENQUES DE CARVALHO
POLICÍAS Y LADRONES
BIG BROTHER
EL CUADRO DENTRO DEL CUADRO
LA NOCHE ESPAÑOLA
NOCHE Y NIEBLA DEL CINE ESPAÑOL
LA NOCHE DE LOS MUERTOS VIVOS
LA VOZ A TI ROBADA
IMPERIO Y LOS SENTIDOS
MARLENE PÓSTUMA
CLARA EN LA SOMBRA
LAS COSTILLAS DE CAÍN
VISCONTI Y EL REY
LOS PAISAJES DEL TERROR
UNA CARTA DE AJUSTE (a manera de prólogo)
En la película de David Cronenberg Videodrome, una siniestra trama se organiza para teledirigir el universo, utilizando los adelantos de los medios de comunicación. Si ya el último doctor Mabuse, el de los mil ojos, fundaba su poder en el conocimiento de la intimidad ajena por medio de trasmisores camuflados de televisión, la banda criminal de Videodrome recurre a un instrumento más de hoy y más inmediato. Las órdenes perversas se contienen en cintas de vídeo, y estas cintas son literalmente empotradas en el pecho de los esclavos-víctimas, que así son portadores de una memoria electrónica que les guía al crimen.
La película de Cronenberg da bastante asco, porque el hueco en la carne por donde los facinerosos le meten al correo la cinta está muy bien hecho; cuando vi la película, sin embargo, más que asco, yo tuve fiebre. Pensé con un remordimiento que quizá esa argucia que el director idea no era sino una forma extrema de metaforizar lo que para todos nosotros es el televisor. Un objeto pequeño y manejable, un mueble visceral del cuerpo de la casa, que, situado a todas horas frente a nuestra conciencia, nos abruma o alivia, nos ordena consignas y ordena nuestra vida, puede ser muy capaz de incitarnos al crimen de abandonarlo todo para seguirle a él.
Mi pesadilla, como todos los íncubos, era una forma insoluble del pasado que regresaba en un momento débil de la voluntad. Porque yo, en efecto, fui un día de la opinión de que la tele era un invitado de piedra en la fiesta cotidiana del hombre moderno. El medio destinado a arrinconarle en un orden confortable e insensible en el que, gracias a su propio formato reducido y reductor, los deseos y vuelcos de la razón, las convulsiones y desastres más sonados de la historia, quedaban apagados como accidentes decorativos del hogar. El imán icónico capaz de secuestrar al hombre de la calle, es decir, al hombre que se hace sujeto social en la aventura de salir de sí mismo a las avenidas de la vida otra.
Con el tiempo me he ido curando de esa idea persecutoria. Y las recetas que más me han ayudado vienen a continuación. En los años –cuatro– transcurridos desde que Diario 16 me ofreció una sección semanal de comentario televisivo hasta el momento actual, en que escribo asiduamente sobre los mismos síntomas en El País, la pequeña pantalla aún me ha dispensado purgas y algunas lavativas, indigestiones, cólicos, jaquecas, pero también cordiales y reconstituyentes. Y el lector que desee saber mi máxima esperanza, el sueño saludable que aún a veces tengo respecto al medio, puede acudir al artículo titulado Las paredes hablan, donde la televisión es contemplada, glosando a Ernst Bloch, en su virtualidad de ventana utópica por la que se cuelen en nuestro recinto inmunizado los gérmenes benignos de la exterioridad. Una manera de salir al mundo sobre la única base del movimiento reflejo.
Coincide esta confesión mía, cuya penitencia es el libro que sigue, con un momento en el que desde Italia y Francia, incluso desde la comedida Gran Bretaña, voces autorizadas –maestros del pensar– advierten tanto al lego como al especialista de cátedra y de tribuna de que se corre el riesgo de reaccionar frente al fenómeno televisivo como en su día de máxima audiencia, en los años cuarenta, el intelectual trató al cine: sin hablarle. Hoy, con medio siglo de retraso, y quizá porque ya ven sobre él anuncios de muerte, los filósofos más conspicuos van al cine y hasta usan la moviola con la misma soltura con que los eruditos tiran de microficha en la biblioteca.
No se trata aquí de iniciar cruzadas de reconocimiento highbrow de un medio como el televisivo, tan inmanente a los itinerarios de la contemporaneidad que no necesita de apostolados. Pero no deja de ser alarmante que las acusaciones alto-pensantes que hoy se vierten sobre la televisión sean las mismas que fueron lanzadas antaño sobre el cine. La imagen electrónica que emite el televisor favorece una «verdad sin pies ni cabeza, discontinua, diaspórica», en palabras de André Glucksmann, y en ello se aleja sustancialmente de la predominante narratividad del cinematógrafo, medio hoy codificado por la historia, en gran medida sometido a una institucionalización de sus formatos y sus dispositivos técnicos.
Soy de los que opinan que la pantalla grande nunca puede perder frente al televisor su formidable potencia des-realizadora, capaz de generar formas bigger than life. Sin embargo, y pese a sus profundas diferencias, quizá la televisión despierta esos recelos y ese desprecio por la misma razón que un día confinaba al cine en la barraca ferial: su ilimitado cauce, su parloteo insustancial que no llega a lengua, su propia dimensión de algo que, siendo tan visible y tan aparatoso, aún no es del todo y nadie sabe dónde puede llegar a esconderse.
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