Truls Rohk se quedó donde estaba.
—No te dejaré solo. No me lo pidas.
Walker inclinó la cabeza hacia delante, el pelo oscuro le cayó de forma que le cubría parte del rostro enjuto.
—No estaré solo, Truls. Vete.
Truls Rohk vaciló, pero luego se levantó despacio. Bek también se puso en pie, agarró a Grianne de la mano y la alzó al mismo tiempo que él. Durante unos segundos, nadie se movió, pero entonces el metamorfóseo se volvió sin decir nada y se alejó hacia la entrada de la caverna. Bek lo siguió sin mediar palabra, llevaba a Grianne consigo y echaba la vista atrás para mirar a Walker. El druida se había dejado caer junto a la orilla de ese lago subterráneo, tenía los ropajes negros impregnados de sangre y el suave vaivén de sus hombros era la única señal que revelaba que seguí con vida. Bek sintió el impulso casi irrefrenable de girarse y volver a por él, pero sabía que no tendría sentido. El druida había pronunciado sus últimas palabras.
En la entrada de la caverna, Truls Rohk echó un vistazo a Bek. Entonces, se detuvo de repente y señaló el lago.
—¡Jueguecitos de druida, muchacho! —bufó—. ¡Mira! ¡Observa lo que va a ocurrir!
Bek giró sobre sus talones. El lago bullía y se agitaba en el centro y una pérfida luz verde refulgía en las profundidades. Una silueta oscura y espectral surgió del centro y flotó en el aire. Un rostro apareció bajo la capucha de la capa, de tez morena y con barba negra, un semblante que Bek, sin haberlo visto antes, reconoció enseguida.
—Allanon —susurró.
* * *
Walker Boh soñó con el pasado. Ya no sentía dolor, pero el cansancio que lo embargaba era tan sobrecogedor que apenas sabía dónde estaba. Su sentido del tiempo se había evaporado y en ese momento le parecía que el ayer era tan real y estaba tan presente como el ahora. Así, evocó cómo se había convertido en druida: hacía tantos años de ello que los que había cohabitado con él en esa época ya formaban parte del otro mundo. Nunca había querido ingresar en sus filas, nunca había confiado en los druidas como orden. Había vivido solo durante muchos años, había evitado su legado Ohmsford y cualquier tipo de contacto con los demás descendientes de su familia. Había tenido que perder el brazo para aceptar su destino, para convencerse de que el juramento de sangre que Allanon había arrancado tres siglos antes a su antepasada, Brin Ohmsford, debía cumplirlo él.
Había pasado mucho tiempo desde aquel momento.
Todo había sucedido hacía muchos años.
Contempló cómo la luz verdosa emergía de las profundidades del lago subterráneo y cómo cortaba la superficie del agua con fragmentos de resplandor. Vio que se ensanchaba y se propagaba hasta ganar intensidad y revelar el camino al más allá. Era una experiencia surrealista y lánguida que pasó a formar parte de sus sueños.
Cuando la silueta encapuchada apareció envuelta en ese brillo esmeralda, enseguida supo de quién se trataba. Lo supo por instinto, igual que supo que se moría. Contempló la escena presa de una expectación cansada, listo para aceptar lo que le esperaba, para abandonar las ataduras de esta vida. Había cargado con el peso de su destino durante tanto tiempo como había sido capaz. Lo había hecho lo mejor que había podido. Se arrepentía de algunas cosas, pero no le dolían en exceso. Lo que había conseguido no sería evidente de inmediato para quienes le importaban, pero lo verían claro a su debido tiempo. Algunos lo aceptarían de buen grado; otros lo rechazarían. En cualquier caso, ya no dependía de él.
La silueta oscura cruzó la superficie del lago hasta donde Walker yacía y alargó los brazos para agarrarlo. El druida levantó la mano de forma automática. El oscuro semblante de Allanon se inclinó y sus ojos penetrantes se clavaron en él. Esa mirada transmitía aprobación y le prometía la paz.
Walker sonrió.
* * *
Bajo la atenta mirada de Bek y Truls Rohk, el espectro llegó junto a Walker. La luz verde jugaba con su figura oscura y le recortaba los rasgos como cuchillas con hojas esmeralda. Se oyó un silbido, pero era leve y lejano, el susurro de la respiración de un hombre moribundo.
El espectro se inclinó para agarrar a Walker, con determinación y fuerza. El druida alzó la mano, tal vez para protegerse, tal vez para darle la bienvenida, era difícil de decir. No importaba. El espectro lo aupó en brazos como si fuera un niño.
Entonces, se retiraron poco a poco hacia el lago mientras se deslizaban por el aire, iluminados por destellos de luz que los rodeaban como luciérnagas. Cuando ambos llegaron al centro del fulgor, este los rodeó por completo y desaparecieron lentamente en su corazón brillante hasta que no quedó nada excepto unas leves ondas que se propagaban por las oscuras aguas del lago. En cuestión de segundos, incluso estas se aquietaron, la caverna se sumió en el silencio y volvió a quedar vacía.
De pronto, Bek se dio cuenta de que estaba llorando. ¿Cuánto de lo mucho que Walker esperaba cumplir en su vida había llegado a vivir para ver? Sin duda, nada de lo que lo había conducido hasta aquí. Nada de lo que tenía previsto para el futuro. Había muerto como el último miembro de su orden, un paria y, tal vez, un fracasado. Pensarlo entristeció al muchacho más de lo que creía que fuera posible.
—Se acabó —dijo, con un hilo de voz.
La respuesta de Truls Rohk lo sorprendió.
—No, muchacho. Solo acaba de empezar. Espera y verás.
Bek lo observó, pero el metamorfóseo se negó a dar más explicaciones. Se quedaron donde estaban unos segundos más, incapaces de alejarse. Parecían esperar a que ocurriera algo más. Era como si alguna cosa más debiera suceder. Sin embargo, no pasó nada y, al final, apartaron la mirada y rehicieron su camino por los pasadizos de Bastión Caído hasta el mundo exterior.
Rue Meridian pilotó la Fluvia Negra durante las últimas horas de la noche y las primeras luces del alba antes de iniciar la búsqueda por las ruinas de Bastión Caído. Habría empezado antes, pero tenía miedo de emprender una tarea complicada sin disponer de la luz suficiente para ver lo que hacía. Las aeronaves eran mecanismos complicados y hacer volar una ella sola, incluso a partir de los mandos de la cabina del piloto, no era tarea sencilla. Mantener la nave en el aire requería de toda su concentración. Para divisar algo en la oscuridad, tendría que colocarse ante la barandilla, fuera de la cabina y lejos de los mandos. Y así no habría durado mucho.
Aunque contaba con la ayuda de Hunter Predd, el jinete alado no era un marinero y casi no sabía nada sobre el funcionamiento de las aeronaves. Podía realizar tareas menores, pero nada de la envergadura necesaria si algo salía mal. Además, necesitaba que montara a Obsidiano si querían encontrar a los miembros desaparecidos de la compañía. Los ojos del roc eran mejores que los suyos y el ave había sido entrenada para buscar y encontrar todo aquello que se perdía. Por ahora, ese pájaro gigante mantenía el ritmo de la aeronave y planeaba junto a las velas mientras surcaban de un lado a otro los cielos, a la espera de que su jinete regresara a su lomo.
—Supongo que no hay ninguna posibilidad de convencer al comandante de la Federación o a cualquier miembro de su tripulación de que nos ayuden —se aventuró a apuntar Hunter Predd en una ocasión con expresión dubitativa incluso después de haber formulado la afirmación.
Rue Meridian sacudió la cabeza.
—Dice que no hará nada que contradiga sus órdenes y eso incluye echarnos un mano. —Se echó apartó algunos mechones alborotados del cabello pelirrojo—. Tienes que entenderlo. Aden Kett es un soldado de los pies a la cabeza, ha sido entrenado para seguir órdenes y respetar la jerarquía de la comandancia. No es un mal hombre, pero se rige por los principios equivocados.
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