La cima no es únicamente un punto más elevado que los demás. Toda cima, cualquiera que sea, es el centro vivo de las energías más puras, más penetrantes.10 Por eso se imponen a todas las criaturas vivientes. La omnipotencia se encuentra en la cima, es la omnipotencia del espíritu. Únicamente la fuerza de la cima puede dar orden a todos los seres de los diferentes reinos de la naturaleza, de que nos aporten ayuda y protección. Prueba de ello la encontramos en ciertos relatos de la vida de los santos y de los ermitaños que vivían en lugares desérticos, hostiles, en los que no encontraban nada para alimentarse, y en donde estaban expuestos a las intemperies, al calor sofocante y al frío glacial: siempre aparecía un vegetal, un animal, o un ser humano para que pudiesen comer, beber, resguardarse.
La Biblia nos cuenta episodios semejantes concernientes, por ejemplo, al profeta Elías, en el Libro de los Reyes: “Y la palabra del Eterno fue dirigida a Elías con estas palabras: Vete de aquí, dirígete hacia Oriente y escóndete cerca del torrente de Kerith, que está enfrente del Jordán. Beberás del agua del torrente y he ordenado a los cuervos que te alimenten allí. Elías partió e hizo según la palabra del Eterno, y se estableció cerca del torrente de Kerith que está enfrente del Jordán. Los cuervos le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne por la noche, y bebía agua del torrente. Pero, al cabo de un cierto tiempo, el torrente se secó, porque no había llovido en el país. Entonces, la palabra del Eterno le fue dirigida con estas palabras: levántate, vete a Sarepta, que pertenece a Sidón, y quédate allí. He ordenado a una mujer viuda que te alimente. Cuando llegó a la entrada de la ciudad, había allí una viuda que recogía leña…” Cuando las órdenes vienen de muy arriba, de la cima, la naturaleza y los humanos se ven impelidos a obedecer.
No es malo, desde luego, que concentréis vuestra atención en diferentes objetos de los planos físico, astral o mental: si estos objetos son puros, luminosos, siempre obtendréis algunos resultados, pero no tantos como si os esforzáis por alcanzar la cima, esta quintaesencia que lo dirige todo. Una vez que hayáis alcanzado la cima, alcanzaréis el nudo de fuerzas del que depende todo.
¿Lo habéis comprendido? No, no estoy seguro de que comprendáis verdaderamente lo que quiero deciros... Así que, tomemos un ejemplo en la medicina. Un hombre está gravemente anémico, ninguno de sus órganos funciona ya correctamente: el cerebro, el estómago, los pulmones, el hígado, los intestinos... ¿Qué hay que hacer? ¿Curar todos sus órganos, uno tras otro? Sería algo interminable. Pero, si se le hace una transfusión sanguínea, se restablece de inmediato. Igualmente, en el momento en que alcanzáis la cima en vuestro interior, es como si se operase en vosotros una transfusión de energías puras y vivificantes. Porque en la cima actúa la omnipotencia del espíritu.
Ya os expliqué cómo se sirven los Iniciados de estos símbolos que son las figuras geométricas, para explicar las grandes cuestiones de la filosofía y de la vida, y os di un ejemplo con el círculo. Tomemos ahora el símbolo de la cruz. La cruz está formada por dos líneas: una horizontal y otra vertical. La línea horizontal es la de la dispersión, es el agua que se desparrama por la tierra. La línea vertical es la de la unificación, es el fuego que se eleva hacia el cielo. La línea horizontal es, pues, la de la materia, y la línea vertical, la del espíritu. Y, como veis, estas dos líneas no están separadas, sino que se encuentran, lo que muestra que ambas direcciones no son incompatibles. Este símbolo de la cruz nos invita, pues, a seguir cumpliendo nuestro trabajo en la materia tomando, a la vez, la dirección vertical para volver hacia el espíritu, la fuente, la cima.11
9En las fuentes inalterables de la alegría, Col. Izvor n° 242, cap. XIV: “Fijarse, darse siempre una nueva cima a alcanzar”.
10Las revelaciones del fuego y del agua, Col. Izvor n° 232, cap. VII: “La montaña, madre del agua”.
11El lenguaje de las figuras geométricas, Col. Izvor n° 218, cap. VI: “La cruz”, y La piedra filosofal – de los Evangelios a los tratados alquímicos, Col. Izvor n° 241, cap. XI: “La regeneración de la materia: la cruz y el crisol”.
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