Así que, ya veis, este símbolo del círculo y del punto central va lejos, muy lejos. En su aspecto más abstracto, estos símbolos, que son las figuras geométricas, se presentan bajo formas extremadamente simples; pero cuando debemos estudiar todas sus aplicaciones en los diferentes planos de la actividad humana, aparecen bajo aspectos tan diversos, tan complejos, que ya casi no podemos reconocer que se trata de un círculo, de un triángulo, de un cuadrado, de una cruz. Pero a mí, es esto lo que me interesa. Sí, lo único que me interesa verdaderamente son los principios, las reglas generales. No me pidáis que os hable de los detalles, los dejo para otros, para los especialistas; ellos tienen tiempo para tomar, cada uno, una parcela de la realidad y explorarla en todos sus recovecos. Son muchos, pueden distribuirse el trabajo, y si quieren, todos podrán ser eminencias en su campo. Pero a mí lo que me interesa es la totalidad; para los detalles soy una nulidad, ¡no me pidáis nada!
Lo único importante es trabajar para volver hacia el centro. Claro que es difícil ver claramente cómo se presentan estas dos direcciones, el centro y la periferia, si no hemos trabajado durante años y años para tener una especie de punto de referencia, gracias al cual podamos pronunciarnos con certeza, sobre todo lo que se nos ofrece: las condiciones, los objetos, los seres... y sentir, por ejemplo, si al comprometernos con tal persona, al aceptar tal proposición, al lanzarnos a tal empresa, nos acercamos al centro, o bien nos alejamos de él.
Si queréis, a esto podemos simplemente llamarle facultad de discernimiento. Pero esta facultad pertenece más al terreno de la sensación que al de la comprensión. Es algo muy difícil de explicar. Esta facultad se adquiere mediante la observación, la reflexión, la meditación, la oración, y sobre todo, con la vigilancia: después de cada experiencia vivida, es importante analizarse para saber dónde situarse respecto de este camino que nos conduce hacia el centro. He necesitado años y años para adquirir este punto de referencia, esta facultad... ¡O este radar, si queréis! Y vosotros también, si os aplicáis en poner a punto este instrumento en vosotros, podréis orientaros correctamente en todas las condiciones de la vida. Pensad que yo no estaré siempre ahí para responder a vuestras preguntas, para encontrar soluciones a vuestros problemas, para daros consejos. Un día, deberéis desenvolveros solos. Y entonces, ¿qué haréis si no habéis aprendido a conduciros?
Os he dado ya ejercicios y métodos para restablecer la conexión con el centro de vuestro ser. Estos ejercicios giran principalmente en torno al sol, porque, como os he dicho, el sistema solar nos presenta la imagen ideal de las relaciones armoniosas entre el centro y la periferia.8 Pero hoy, puedo daros aún otro nuevo ejercicio, diferente de los demás. Por ejemplo, de vez en cuando, deteneos, cerrad los ojos, entrad en vosotros mismos, y tratad de reencontrar este centro que es la fuente pura de la vida.
Abrir y cerrar los ojos es uno de los actos más frecuentes de la vida cotidiana; pero lo hacemos inconscientemente, y por eso, no aprendemos nada. De ahora en adelante, intentad practicar conscientemente este ejercicio: cerrad los ojos lentamente, y mantenedlos cerrados durante unos momentos... Después, abridlos de nuevo, lentamente, y estudiad los cambios que se producen en vosotros. Poco a poco, llegaréis a comprender cómo esta alternancia de abrir y cerrar los ojos tiene su correspondencia en la vida interior: abrir los ojos es ir hacia la periferia; cerrarlos es volver hacia el centro de vuestro ser, que es Dios. Cuando logréis alcanzar este centro en vosotros, sentiréis afluir unas corrientes que os aportarán el equilibrio, la paz, la armonía, y después, emprendáis lo que emprendáis, sabréis que os acercáis a la verdad.
6El lenguaje de las figuras geométricas, Col. Izvor, n° 218.
7La vida psíquica: elementos y estructuras, Col. Izvor n° 222, cap. XII: “El subconsciente”, y cap. XIII: “El Yo superior”.
8La Nueva Tierra – Métodos, ejercicios, fórmulas, oraciones, Obras completas, t. 13, cap. IX: “El Sol”, y Meditaciones a la salida del sol, Folleto nº 323.
IV
LA CONQUISTA DE LA CIMA
Observad a los humanos y constataréis que cada uno ve los seres y las cosas a su manera, es decir, en función de su raza, de su país, de su religión, de su sexo, de su situación social, de su educación, de su profesión, de su edad, etc., y sobre todo, en función de su grado de evolución. Esto es normal, tan normal que todo el mundo os dirá que es imposible que sea de otra manera. En realidad, habiendo sido creados todos los humanos en los talleres del Señor, en función de los mismos planos, con los mismos elementos, poseen todos ellos la misma estructura, y son movidos por los mismos resortes. Pero al descender a la materia, tomaron caminos distintos, vivieron experiencias diferentes, que han suscitado en ellos opiniones, tendencias, gustos diferentes, y hasta contradictorios. Sólo que, como cada uno está persuadido de que su verdad particular representa la única verdad, ya no es posible la comprensión entre ellos, y no vemos más que malentendidos y enfrentamientos en todos los campos.
Para sintonizarse de nuevo, para comprender y apreciar los mismos valores, los humanos deben retomar, interiormente, el camino ascendente que les conducirá hacia la cima, hacia las regiones luminosas del espíritu. Sí, si en vez de permanecer ahí abajo, discutiendo sin fin, pudiesen decidirse a aceptar el punto de vista de la cima, todos los problemas políticos, económicos, sociales, religiosos, quedarían resueltos en veinticuatro horas. Hay pues que mentalizarse de que para resolver verdaderamente los problemas, no debemos permanecer en el nivel en que éstos se plantean, sino hacer un trabajo interior que nos permita verlos desde más arriba. Mientras los humanos se contenten pisoteando y discutiendo ahí abajo, no sólo no encontrarán la solución, sino que los problemas se complicarán cada vez más, y principalmente, para ellos mismos.
Así que vosotros al menos, haced este esfuerzo: acostumbraros a concentraros en la cima, en este punto culminante desde el que podemos ver la verdad sobre los seres y sobre las cosas. Claro que la distancia que os separa de él es inmensa, infranqueable incluso; únicamente puede llegar hasta la cima aquél que vive verdaderamente una vida pura y santa. Pero, con el pensamiento, cada uno puede tratar de alcanzarla, porque el pensamiento es ya una cuerda que lanzáis hasta este punto que queréis alcanzar, y una vez que la cuerda está bien enganchada, trepáis por ella. Esto es lo que hacen los alpinistas: lanzan una cuerda y trepan. Sí, ya veis, todavía no habéis descubierto las correspondencias existentes entre el mundo físico y el mundo espiritual.
La ventaja de tratar de alcanzar la cima, también está en que, antes de lograrlo, os veis obligados a recorrer todas las regiones intermedias y a encontraros con sus habitantes. Sin duda, nunca alcanzaréis el punto más elevado, pero lo esencial es empezar. Observad a los alpinistas, no se disponen de inmediato a la ascensión del Everest, sería una locura. Empiezan modestamente con alturas de 1.800, 2.000 metros, y cualquiera que sea la altura, ¡qué gozo cada vez que llegan arriba! Porque esto es lo importante: llegar siempre a la cima.9
Al concentraros en la cima, os sentís impulsados a proyectaros siempre hacia adelante, a franquear unos grados cada vez más elevados; y así experimentáis cuán benéficamente este hábito mental se va reflejando, poco a poco, en vuestra vida cotidiana. Cada vez que tengáis un problema que resolver, una decisión que tomar, una dificultad que afrontar, sentiréis que domináis mejor la situación porque lográis verla desde más lejos, desde más arriba, y cuando debáis actuar, lo haréis cada vez con menor riesgo de equivocaros.
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