Omraam Mikhaël Aïvanhov - Conócete a ti mismo

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"Conócete a ti mismo …" Esta fórmula inscrita en el frontispicio del templo de Delfos, ¿Cuántos han sabido verdaderamente interpretarla? Cada uno sólo conoce de sí mismo algunas aspiraciones, algunas buenas o malas tendencias, y dice: «Yo me conozco». Pues no, no se conoce, no sabe ni quién es, ni lo que necesita para realizar su verdadera naturaleza. Y la pobre evidencia es que no sabe quién es ese "tu mismo ", lo confunde a menudo con el cuerpo físico. Para el discípulo de la Ciencia iniciática, conocerse, es arrarcar su conciencia del círculo limitado de su naturaleza inferior, a fin de fundirse en la conciencia ilimitada del Ser cósmico que vive dentro de él, que trabaja en él, hasta que por fin podrá decir: " Yo, soy Él "

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Y para obtener la eternidad, el espíritu tiene necesidad de un alimento. ¿Estáis extrañados de que el espíritu tenga necesidad de alimento? Os dije un día que el Señor mismo se alimenta… Y el alimento del espíritu ¡es la libertad! Si el alma necesita dilatarse, el espíritu, en cambio, tiene necesidad de cortar todos los lazos que le retienen encadenado.

Y la verdad es el dinero con el que el espíritu compra la libertad. No son la sabiduría ni el amor los que podrán liberar al espíritu, sino solamente la libertad. Cada verdad que llegáis a obtener sobre cualquier tema os da la posibilidad de liberaros. Jesús decía: “Conoced la verdad y la verdad os liberará…” Sí, la verdad libera. Preguntaréis: “¿Y el amor?” ¡Ah!, el amor más bien os encadena, os ata. Queréis ataros a algo, a alguien, llamad al amor: nada os atará tan bien como él. ¿Queréis liberaros? ¡Llamad a la verdad! Y la prueba, mirad lo que sucede con los ancianos: se ponen a conocer la verdad, y como la verdad es la libertad, se van al otro mundo. Mientras que cuando estamos enamorados no queremos liberarnos, queremos permanecer en la tierra para pasearnos juntos y abrazarnos… Reflexionad, no podéis no estar de acuerdo.

Pero no se puede encontrar la verdad en cualquier parte, en la primera tienda que se presente; hay una actividad, un trabajo que hacer para poseer esta verdad, y este trabajo es la identificación con el Creador. En esta identificación nos acercamos a Él, nos fusionamos, nos hacemos uno con Él, y poseemos la verdad, ¡somos libres! Cuando Jesús decía: “Mi Padre y yo somos uno”, resumía este proceso de identificación. La meditación os dará algunas luces, pero no seréis libres. La contemplación os llevará hasta el éxtasis, pero tampoco seréis libres. Es con el trabajo de identificación con lo que obtendréis este oro llamado verdad. Y esta verdad es que el hombre no es más que una ilusión, un maya, que salió de Dios y que volverá a Dios… Ésta es la verdad. El día que hemos comprendido, visto, sentido esto, nos sentimos libres: libres de pasiones, libres de ambiciones, libres de sufrimientos, y entramos en la eternidad.

“La vida eterna es conocerte, a Ti, único Dios verdadero, y a Cristo que Tú has enviado”, dijo Jesús.12 ¿Y de qué conocimiento se trata aquí? No del conocimiento intelectual, como el de los que leen libros y dicen: “Conozco esta cuestión”, sino del verdadero conocimiento. “Conocerte a Ti, único Dios verdadero”, significa ser uno con Él, estar fusionado con Él. Y esta unidad, esta fusión, eso es la vida eterna. Y fuera de esta fusión con el Creador, nada puede haceros entrar en la vida eterna: vosotros no sois eternos, puesto que todavía vivís en el tiempo.

En realidad, vivimos en el tiempo y en la eternidad: nuestro espíritu vive en la eternidad mientras que nuestro cuerpo físico, con todo lo que nos rodea, vive en el tiempo, se desgasta, y después muere. Hace años os di una conferencia sobre el tiempo y la eternidad,13 mostrándoos que la eternidad no era una cuestión de tiempo, ni siquiera ilimitado, sino una cuestión de intensidad. La eternidad es una intensidad de vida, y tener la vida eterna, no es vivir indefinidamente, sino que es vivir una vida intensa. Nosotros somos unas criaturas limitadas en el tiempo, hemos tenido un comienzo y debemos tener un final, pero, en esta existencia limitada podemos encontrar la eternidad en la intensidad de la vida espiritual. Porque únicamente el espíritu es del orden de la eternidad.

Y para que veáis cómo comprenden los Iniciados el significado de esta palabra “conocer”… os daré un ejemplo muy sencillo. ¿Habéis observado que cuando los niños quieren conocer algo tienen la costumbre de llevárselo a la boca? Son los adultos los que ya no saben cómo conocer las cosas, porque las miran, las estudian, las leen, mientras que los niños, en cambio, practican el verdadero conocimiento, el que consiste en llevarse los objetos a la boca, es decir, en saborearlos. Vayamos más lejos incluso. La Biblia dice que Adán conoció a Eva, y Abel nació… o que Abraham conoció a Sara, e Isaac nació… Es otra prueba de que el conocimiento es una fusión. Conocer, no es en absoluto encontrarse con alguien e intercambiar unas palabras con él para decir después: “Conozco a fulano”. Le habéis conocido pero no le conocéis. Cuando estaréis con él, entonces le conoceréis. La palabra conocimiento tiene pues dos sentidos: uno es para la gente ordinaria, y otro para los Iniciados. Pues bien, era para los Iniciados para quienes hablaba Jesús cuando decía: “La vida eterna es conocerte, a Ti, único Dios verdadero, y a Cristo que Tú has enviado…” Así todo se vuelve claro…

Al hacer esfuerzos para practicar la identificación, la contemplación, la meditación, el canto,14 los ejercicios de respiración y de gimnasia, hasta el mismo trabajo físico, en vez de sentirse siempre hambriento, sediento, insatisfecho, el discípulo logra alimentar, reforzar todos los principios que hay en él. Ahora, claro, podemos desarrollar estas pocas indicaciones hasta el infinito, añadir precisiones, variar, establecer toda clase de relaciones entre estos diferentes elementos. Por otra parte, ¿acaso he hecho yo otra cosa desde que os hablo, durante treinta y cuatro años? Siempre me he basado en este cuadro sin decirlo, sin mostrarlo; de él he sacado todas mis conferencias. En este cuadro he querido reunir y ajustar todas las nociones de la vida física y psíquica que se encuentran un poco dispersas por todas partes, para formar con ellas una unidad. Porque ésta es mi deformación: querer hacer siempre una unidad, una síntesis.

La ciencia ha tomado desde hace ya demasiado tiempo el camino del análisis, y el mundo contemporáneo tiene necesidad ahora de una visión sintética de las cosas. Pues bien, nosotros tenemos esta visión sintética; yo sólo trabajo con ayuda de la síntesis. Claro que, es necesario de vez en cuando analizar algún punto. Pero mi método es la síntesis, porque únicamente la síntesis vivifica; gracias a ella podemos fusionarnos con el Creador, con el universo entero, para llegar a ser grandes, ricos, vivos. Con el análisis os encogéis, os limitáis, os empequeñecéis cada vez más, y pronto ya no queda nada de vosotros. El análisis, es la muerte… La síntesis, es la vida… Una prueba: ¿qué hace la madre? Para formar a su hijo, hace la síntesis de miles de millones de elementos. El niño, es esta síntesis viva que se mueve, que come, que habla. Más tarde, cuando haya llegado la hora del análisis, cada partícula del cuerpo se va a unirse con la región que le corresponde: la tierra, el agua, el aire, el fuego… exactamente como las letras vuelven al casillero del tipógrafo. Así pues, si os empeñáis siempre en analizar, en dislocar, en desmontar las cosas y los seres, camináis hacia la muerte, la muerte espiritual.

El individualismo, la vida personal, egoísta, desemboca en la muerte espiritual: nos desprendemos, nos aislamos, nos separamos de los demás, y esto es la muerte. Por el contrario, la vida colectiva, fraternal, es una síntesis que aporta la vida, la resurrección. Si no queremos realizar la Fraternidad Blanca Universal en el mundo, pues bien, eso quiere decir que trabajamos para la muerte espiritual. Para vivir, hay que tener un alto ideal de síntesis y este ideal es el Reino de Dios.

Como ya os dije al empezar, este cuadro no puede contenerlo todo. Hay pues un cierto número de nociones que no encontraréis en él. Pero podemos igualmente situar en él la conciencia. La conciencia, y más exactamente la conciencia de sí, es un asunto del intelecto. La supraconciencia pertenece a los dominios del alma y del espíritu; e incluso podemos hablar para el espíritu de la supraconciencia divina. A los dominios de la voluntad y del corazón corresponde la conciencia y es al nivel del intelecto cuando empieza a nacer la conciencia de sí. Todas las manifestaciones de la vida instintiva (con la respiración, la digestión, la circulación, la eliminación, el crecimiento) corresponden a la subconciencia. Finalmente, el cuerpo físico con su armazón óseo corresponde a la inconciencia.

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