La sabiduría es oro, oro que viene del sol. Sí, la sabiduría, el oro espiritual, viene del sol. Y por otra parte, si se representa siempre a los santos con un círculo de oro encima de la cabeza, es sencillamente porque la sabiduría es realmente una luz que emana de ellos… Con este oro, se puede comprar todo en el mundo invisible, exactamente igual que con el oro material podéis comprar todo lo que hay en la tierra. Cuando os presentáis en las tiendas de arriba, os dicen: “¿Tiene oro? – Sí…” Y llenan vuestras bolsas de la compra. Si no, arriba no os dan nada.
Y por la mañana, a la salida del sol, en la roca, recogemos oro, pepitas de oro gracias a las cuales podemos comprar de todo en el Cielo: el amor, el gozo, la dilatación, la salud, la fuerza, la plenitud. Muchos no han comprendido el valor de esta costumbre de ir por la mañana a ver la salida del sol y nos ridiculizan llamándonos “los iluminados”. Quizá tengan de momento mucho dinero en sus cajas fuertes, pero mientras no hayan comprendido el valor de este oro espiritual, harán bancarrota con todos sus miles de millones.
Y ahora, para ganar este oro hay que hacer un trabajo: hay que leer, estudiar, reflexionar, meditar, y si no se dice en esta última casilla que para obtener este oro hay que ir a contemplar la salida de sol para obtener este oro, pues bien añadidlo: en primavera hay que ir a ver la salida de sol para recoger el oro solar…9 ¡Venga, a trabajar! Diréis: “Pero no se hace nada, nos quedamos sentados meditando, no nos movemos…” En apariencia es así, no nos movemos, pero en realidad, todo nuestro ser vibra y se estremece por dentro.
Ocupémonos ahora del alma. En este dominio también, ¡qué confusión, qué ignorancia entre los humanos! Cuando se habla con ellos del corazón, del intelecto, de la voluntad, llegan a comprenderlo aún, más o menos, ¡pero del alma!… He leído muchas obras sobre el alma, pero nunca me he quedado satisfecho con sus definiciones, con sus explicaciones. En cuanto a lo que la ciencia oficial dice sobre este tema, mejor ni hablar: la suprime diciendo que en realidad el alma no existe, sino que se reduce a un conjunto de procesos fisiológicos. Por eso me entretuve un día dando una conferencia sobre el alma.10 Sí, yo también tengo mis entretenimientos. ¿Os acordáis?… Muchos de vosotros vinisteis después a decirme que la habíais encontrado de una claridad fantástica. En realidad, ese día no dije gran cosa; apenas situé un poco mejor la cuestión para que empezaseis a percibir la verdad, pero estoy lejos de imaginarme que lo hubiese explicado todo.
El ideal del alma, lo que ella pide, quizá estaréis extrañados, no es ni el conocimiento, ni la luz, ni la felicidad. El ideal del alma es el espacio, la inmensidad, porque sólo tiene necesidad de una cosa: de dilatarse, ensancharse, extenderse hasta abarcar el infinito. Su ideal, es el infinito. Si la limitamos se siente desgraciada. El alma humana es una parte pequeñita del alma universal y se siente en nosotros tan limitada, tan ahogada en el cuerpo físico, que su único deseo es poder extenderse por el espacio. Los hombres se imaginan, en general, que el alma está contenida enteramente en el hombre; en realidad no, sólo una pequeña parcela está en el hombre, todo lo demás está fuera de él y lleva una vida independiente en el océano cósmico. Pero como el Alma universal tiene proyectos para nosotros y desea poder animarnos, vivificarnos, embellecernos, trabaja sobre nosotros para infiltrarse e impregnarnos cada vez más. Nuestra alma no está limitada a nosotros mismos, es algo mucho más vasto, exactamente como nuestro ser verdadero, nuestro Yo superior no es este pequeño yo que conocemos, sino una entidad muchísimo más poderosa. El alma supera también infinitamente lo que nosotros podamos imaginar sobre ella. Existe fuera del cuerpo físico: puede abandonarle, viajar, visitar regiones del espacio, entidades lejanas…
Así pues, esta parte del Alma universal que está dentro de nosotros tiende sin cesar hacia la inmensidad, hacia el espacio infinito. Pero para alcanzar este ideal, tiene necesidad también ella, de ser reforzada, y existe un alimento apropiado para ella: todas las cualidades de la conciencia superior, la impersonalidad, la abnegación, todo aquello que impulsa al ser humano a sobrepasar sus límites, a vencer su egocentrismo. Mirad, todas las actitudes personales, egoístas, erigen límites, separaciones. En cuanto decimos: “¡Esto es mío!” ya introducimos una separación. Mientras que las actitudes impersonales apartan y hacen desaparecer todas las barreras.
Para procurarle al alma su alimento también hace falta dinero, y este dinero, el único medio que le permite al alma ensancharse hasta el infinito, es la dilatación, la fusión, el éxtasis. Para obtener el éxtasis, hace falta una ocupación, un trabajo, y este trabajo es la oración, la adoración, la contemplación. La actividad propia del alma es la contemplación: contemplar al Señor, los Ángeles, los Arcángeles, la belleza celestial… La oración es una búsqueda del esplendor divino, y cuando este esplendor está ahí, experimentamos una dilatación tal que nos sentimos arrancados de nuestro cuerpo. Eso es el éxtasis. Todos aquéllos que han conocido el éxtasis dicen que ya no estaban en la tierra, en su cuerpo físico limitado, sino que se sentían sumergidos en el Alma universal, enteramente fusionados con ella. Después, claro, volvían a bajar de nuevo, pero durante unos minutos, unas horas, habían vivido en el infinito, en la fusión absoluta.
Lo que aquí os revelo corresponde absolutamente a todas las confesiones, a todos los relatos que los santos, los místicos, los Iniciados nos han dejado. El éxtasis no llega así como así, de golpe, es el resultado de una actividad: la oración, la adoración, la contemplación, un esfuerzo para tenderse hacia el Cielo, hacia el Creador, para recibir este oro, gracias al que podremos después comprarnos todos los gozos celestiales y ensancharnos hasta el infinito. ¿Veis?, mis queridos hermanos y hermanas, todo se vuelve claro, nítido. Es evidente que los que nunca hayan tenido ni la más mínima de estas experiencias encontrarán mis palabras un poco extravagantes y exageradas. Pueden pensar lo que quieran, pero yo os doy este cuadro con la mayor sencillez, con la mayor sinceridad, y todos los Iniciados estarán de acuerdo conmigo a este respecto.
Llegamos ahora al espíritu. El espíritu tiende también hacia un ideal, pero no desea como el alma fundirse en el espacio, en el infinito, porque su naturaleza es diferente. El alma es el principio femenino por excelencia, el principio femenino maravillosamente, divinamente expresado. El espíritu, en cambio, es la expresión divina del principio masculino. El intelecto y el corazón también representan los principios masculino y femenino, pero en un nivel inferior, y por tanto de una manera más imperfecta. La alternancia de los dos principios se repite en todas las regiones del universo pero bajo diferentes formas –positivo y negativo, emisivo y receptivo – en todos los dominios. Por todas partes no encontraréis más que los principios masculino y femenino. Pero ya he hablado suficientemente sobre estos temas11 y no me detendré en ellos ahora.
¿Qué pide el espíritu? No busca ni el espacio, ni el conocimiento, ni la felicidad, ni el poder, ni la salud. No, no busca nada de todo eso, porque nunca está enfermo, ni es débil, desgraciado, tenebroso o contraído. El espíritu sólo pide una cosa: la eternidad. Como es de esencia inmortal, no le gusta lo que está limitado en el tiempo, quiere la eternidad. Igual que el alma tiene su dominio en el espacio, el espíritu tiene su dominio en el tiempo. Los físicos y los filósofos nunca comprenderán la naturaleza del tiempo y del espacio si no comprenden la naturaleza del espíritu y del alma. Porque el tiempo y el espacio son nociones de una cuarta dimensión que afecta al alma y al espíritu. Sobre eso también, ¡cuántas cosas podría deciros! Pero espero el momento. Os diré solamente que los más grandes físicos, matemáticos o filósofos que trabajan con el tiempo y el espacio, no podrán penetrar sus misterios hasta que hayan trabajado conscientemente con su alma y su espíritu sobre el infinito y la eternidad.
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