Osvaldo Aguirre - La poesía en estado de pregunta

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La poesía en estado de pregunta: краткое содержание, описание и аннотация

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"El punto de partida de este libro puede ser situado en una conversación que tuve con Daniel Samoilovich en 2005, en la que hablamos sobre los reportajes que venía publicando
Diario de Poesía y de la necesidad de actualizar el perfil de la sección. Una nueva generación de poetas, la de los años 90, estaba ya suficientemente consolidada como para ser considerada en la agenda de las entrevistas. El propio
Diario de Poesía había sido parte de su promoción, a través de la publicación de autores hasta entonces inéditos o poco conocidos en las secciones de poesía argentina y de la reseña de sus libros. Ahora esos poetas reclamaban un nuevo espacio. Este libro presenta una selección de esas entrevistas. Cada conversación supone el examen de una poética en particular y al mismo tiempo de las circunstancias de la época, en un momento de cambio para la poesía argentina. Las discusiones que atravesaron esa década todavía permanecen abiertas y sus efectos son apreciables en la poesía del presente. Las entrevistas permiten abordar temas centrales en esas discusiones, como la cuestión del objetivismo, la propia ubicación respecto de los contemporáneos y las nuevas búsquedas y exploraciones en el marco de la tradición poética argentina" Osvaldo Aguirre.

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Acerca del almaNada más quisiera el alma: una percepción emocionante, materiales levemente corruptos de eso que llamamos “lo real”, y no estas construcciones de fin de siglo en el bajo, galerías desde las que miro los mástiles enjutos de un barco griego. Tampoco el agua ni, más allá, eso que dicen es la provincia de Entre Ríos. Otra vez un sujeto que se refiere, en tercera persona, a los requerimientos de un alma que deplora la insuficiencia emotiva de lo circundante, aunque ya no sean las afueras de Rosario sino el bajo, a cuadras del centro y del Monumento a la Bandera. Taborda, por su parte, tiene un poema que podría incluirse a la cabeza de esta serie, aunque no contenga una sola alusión al paisaje local: TaoPienso, al verla, que su culo me defrauda. No está la firmeza que había esperado, y los pantalones que lleva no le marcan seguridad ni perdurable emoción. ...En su defensa, mis días opacos deshaciendo el olvido, y cielo y tierra que no tienen afecciones humanas. O sea: el sujeto de la cita a ciegas -según yo deduzco- declara frustrada su expectativa anatómica; pero en defensa del objeto está la propia opacidad y apatía del sujeto, que se transfieren al tiempo y al espacio. Los tres poemas -y las respectivas poéticas que actualizarían- emergen del mismo plano de inmanencia donde a un mundo desencantado no se le opone ya la voluntad -rasgo sobresaliente de la “poesía comprometida” del 70- sino la percepción en tanto “instrumento del deseo, no de la verdad” (Prieto). Una hipótesis para descartar: los indicios de pesimismo, nihilismo, fatalismo, desilusión, melancolía, aburrimiento, decepción, desánimo o lo que sea que, con distintos matices y modalidades figurativas, manifiestan o se manifiesta en nuestros poemas de los primeros 80 -tan sobrios, parcos y hasta si se quiere fríos-, podrían verse como efecto residual de la respuesta adaptativa a la cultura autoritaria que fue la dominante del 66 al 83, años que coinciden casi a medida con el período de formación primaria, secundaria y universitaria de los nacidos en 1959, 60, 61, 62, etc. A los poetas del 70 les tocó otra suerte y, teniendo apenas de diez a quince años más que nosotros, su visión del mundo era opuesta; de todos modos, son algunos de esos mismos poetas los que, después del 76, van a ir adaptando sus posibilidades expresivas a la coyuntura, comenzando así un traumático período de transición que llega hasta nosotros.[2] Para considerar en un caso concreto la serie de cambios y transiciones que se verifica entre la poesía de los 70 y la de los 80, se pueden tomar las Cartas australianas de Jorge Isaías (1946), que son del 78, y compararlas con unos poemas del 82 de Taborda (1959): Isaías en la “Carta a Sydney”: “Te cuento de aquí:/ algunas cosas no funcionan:/ mi encendedor a nafta y el termo trizado/ en un descuido” Taborda en su poema “(Cartas)”: “Podría decirse que acá todo sigue igual:/ Nombres de generales desconocidos reempla-/ zan a otros,/ y la enredadera está roja/ y cae” Isaías en otra carta: “Hace dos años, te escribí a Sydney/ repleto de optimismo (salvo la lluvia, te previne)/ pero hoy todo marcha con exceso hacia el descuido” Y Taborda arranca su poema “(Serie)” con un terminante “No contés con el futuro ni nada/ ahora con esta lluvia por televisión/ Nuestras pocas ganas de ser más optimistas”, etc. En ambos el tono coloquial, la segunda persona, la lluvia como correlato melancólico, la carta como formato que supone un doble exilio (en sentido estricto y en sentido lato: el llamado “exilio interior”); pero en Taborda se advierte una dicción más seca, más ajustada al habla (“no contés”), un léxico más llano (no “aquí” sino “acá”), y un cierto desencantamiento de lo natural (la lluvia mediatizada). Este cotejo paradigmático del optimismo derrotado de Isaías con el pesimismo asumido de Taborda ilustra un cambio fundamental en la continuidad de la poesía rosarina del 70 en la del 80. Durante la escritura de los poemas de El faro de Guereño me acuerdo que me había propuesto -no sé en qué medida lo logré- no usar ninguna expresión en sentido figurado, por común y estandarizada que fuere; una medida estoica equivalente a la autocensura impuesta por Prieto a su innegable vena confesional y sentimental (cfr. “Para mí la luna es un lugar”, suerte de arte poética con la que abre su tercer libro y donde habla de una “voluntad de un uso literal de la lengua poética”); por su parte, la opacidad lexical y los períodos sintácticos de Taborda, dilatados y a veces sumamente intrincados, destilan un estado de desaliento que uno diría determinado por el sentimiento de una juventud perdida a cambio de ninguna perspectiva de futuro reparador. Frente a las intenciones transformadoras, esclarecedoras, edificantes, etc. del denominado realismo crítico, que estaría en la base de la poesía militante o comprometida de los 60 y 70, el marcado escepticismo de nuestra poesía de los 80 -determinado por el proceso político argentino- tiene que haber pasado -a ojos de quienes habían empeñado su poesía y/o su vida en la transformación de la realidad- por otra forma de alienación, y es probable que lo fuera. Copio para terminar un poema de Taborda que, publicado a fines del 82 en el volumen colectivo Con uno basta, resume para mí un sentimiento generacional que -si no me paso de optimista- paulatinamente fuimos superando: (Serie) No contés con el futuro ni nada ahora con esta lluvia por televisión Nuestras pocas ganas de ser más optimistas y encima esa mujer ahí mirándose las piernas Dejá mejor que una suavidad atienda estas cosas inútiles, irreemplazables Ahora, te decía, que estamos solos: ella que recibe un llamado desde otra ciudad otro mundo y nosotros sin saber si hace que extraña o extraña verdaderamente -A la luz del presente uno diría que el momento de fundación es “El neobarroco en Argentina”. El artículo parece como el resultado del choque de tus lecturas con una serie de textos que eran entonces dominantes. ¿Lo concebiste como una reacción? -Sería muy pretencioso hablar de fundación, aparte no sabría bien de qué. No hay duda que ese artículo, que salió en el número 4 del Diario (marzo del 87), fue importante para mí (pensarlo, escribirlo, publicarlo, etc.) y significativo para otros, ya que puso en circulación cierta corriente de opinión discrepante respecto a una tendencia estética que por esos años parecía dominar el panorama de la poesía rioplatense. A pesar de la brevedad, las torpezas de redacción, la falta de información y el carácter tentativo que tenía -más allá de lo categórico de algunos juicios-, “El neobarroco en Argentina” despertó reacciones lógicamente adversas entre algunos poetas aludidos y adhesiones de otros que -cosa que me incomodaba- exageraban su contenido de impugnación hasta convertirlo en una aplanadora. Lo escribí solo, con lo que quiero decir que no sintetiza el pensamiento de los integrantes del consejo de redacción del Diario de ese momento. El uso de la primera persona del plural fue más bien retórico, porque no había consultado con nadie si estaba o no de acuerdo con mi análisis y mis opiniones; por el contrario, me limité a reflejar mis predilecciones literarias, mis hábitos de escritura y a dejar fluir mi inclinación cada vez mayor a cultivar el estudio crítico de las obras recientes, así como me venía ocupando de las del pasado. Por esos años Prieto y yo habíamos escrito en colaboración un libro sobre Vallejo y un par de artículos sobre Darío y el Modernismo, y habíamos coeditado con Daniel Samoilovich los dossiers sobre Juan L. Ortiz y la revista rosarina El lagrimal trifurca, además de haber escrito individualmente numerosas reseñas, algunas tanto o más polémicas que el artículo sobre el neobarroco, pero de alcance más circunscrito a un autor. No concebí por lo tanto ese artículo como una reacción especial -en el sentido de que creyera necesario salir a dar batalla o dejar sentada mi opinión-, sino como una pieza más de una serie general de estudios sobre poesía argentina contemporánea. -Читать дальше
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