Este anhelo alimentó la siguiente etapa de mi viaje. Durante ese tiempo, me topé con una forma de vida que parecía fusionar mi atracción hacia la experiencia monástica y las recompensas intrínsecas del mundo de los negocios. Siendo todavía socio de una empresa de consultoría en la Ciudad de Nueva York, Karen Aberle, una experimentada entrenadora ejecutiva, me guiaba. Al trabajar con ella para descubrir más sobre mi verdadera vocación, comencé a ver que podía tenerlo todo a la vez: profundizar mi experiencia de paz a través de la atención plena y mantenerme conectado al mundo ayudando a otras personas, a gente como yo, que trabaja en corporaciones y busca algo que le brinde una satisfacción más duradera. Al final de este capítulo, comparto algunas de las preguntas que me hizo mi entrenadora durante el trabajo de campo.
En síntesis, ¿qué te hace sentir vivo? ¿Qué es aquello que realmente deseas contribuirle a tu mundo? Esas eran dos de sus preguntas y hoy todavía pienso en ellas con frecuencia. Con la ayuda de Karen, descubrí que gran parte de mi llamado era ayudarles a otros a crecer. Así compartiría mi experiencia del cojín de meditación con personas que se pasan la mayor parte de su vida en función de su trabajo. Y así, me convertí en entrenador ejecutivo y en facilitador de equipos, trabajando con personas con el propósito de darnos cuenta de la paz y la alegría que se encuentran en el centro de nuestro ser y a aplicarlas en nuestro trabajo diario. Todavía recuerdo el correo electrónico de Karen cuando le envié un mensaje contándole que estaba pensando en la posibilidad de inscribirme en un programa de capacitación de un año para ser entrenador. “¡Salta!”. Esa fue la única palabra que ella me respondió. Y lo hice. ¡Salté! Recuerdo lo emocionado que me sentí frente a esa decisión.
“¡Eureka!”, pensé en ese momento. “¡Por fin, he llegado a lo que se supone que debo hacer en este mundo!”. “¡No tan rápido!”, me respondió la vida. Había mucha más evolución por venir y parte de ella surgió al conocer a otras personas inspiradoras que me han ayudado a ver la vida y mi lugar en ella con nuevos ojos. Una de estas personas es Gene White.
ENCONTRANDO NUESTRO PROPÓSITO
Gene es la Presidenta de Global Child Nutrition Foundation, una entidad que trabaja en pos de erradicar el hambre infantil en el mundo. Ella es una de esas personas cuyo sentido de propósito se hace evidente de inmediato y su ejemplo me inspiró a echarle otro vistazo al mío. Gene trabaja de 12 a 15 horas diarias, viaja por todo el mundo (más que todo, en autocar); cuenta con más energía que la mayoría de las personas que conozco y tiene más de 90 años. La conocí durante una entrevista que le hice para un artículo que estaba escribiendo sobre grandes líderes. Me presenté en su casa en Whidbey Island, cerca de Seattle, Washington, alrededor de la 1:45 p.m., en medio de un día soleado, 15 minutos antes de nuestra cita. Todavía no quería llamar a su puerta (quería esperar a que una mujer de su edad acabara de hacer su siesta), así que me senté en el banco junto a la puerta de su casa a esperar el momento de la cita. Para mi sorpresa, a los pocos minutos de haberme sentado, la puerta se abrió y allí estaba Gene, de pie frente a mí, lista para recibirme en su casa.
Hablamos sin parar durante dos horas, después de las cuales, ella me preguntó qué me gustaría hacer a continuación. Le dije que tenía curiosidad por conocer su vecindario. Sin dudarlo, me acompañó hasta el auto y se acomodó en el asiento del copiloto y desde ahí me compartía sus ideas, esta vez, sobre Whidbey Island. Cuando regresamos a su casa y nos despedimos, Gene estaba a punto de comenzar una teleconferencia. ¿Cuál era su secreto?
Gene no se preocupa por sí misma, ni por su nivel de energía—ella siente que es tan solo una persona común y corriente que hace su parte—. Durante la entrevista, esta hermosa guerrera me compartió parte de la sabiduría adquirida a lo largo sus nueve décadas de vida y servicio, y al hacerlo, me ayudó a crear una imagen en mi mente de cómo “tener lo que ella tiene”. ¿Cuál es el secreto detrás de su increíble nivel de energía?
En una palabra: determinación. Concluí que ser clara y estar comprometida con su llamado en la vida son unas de las principales fuerzas impulsoras de la magia de Gene. Pero ¿cómo encontró Gene su propósito? ¿O cómo el propósito encontró a Gene?
Cuando me encontraba en su casa, hablando con ella por primera vez, para mí fue evidente de inmediato que su mentalidad tenía el enfoque de un rayo láser. Después de asegurarse de que estaba cómoda, me preguntó: “¿Comenzamos a hablar ya?”. Estaba lista para sumergirse en la conversación. Decidí hacerle la gran pregunta primero: “Gene, ya no tienes 18 años. ¿De dónde sacas tu energía?”.
“Soy una persona muy afortunada en el sentido de que creo en lo que estoy haciendo”, me respondió. Reflexionando un poco más, miró hacia el techo y comenzó a contarme sobre un evento que le cambió la vida cuando tenía treinta y tantos años de edad. Compartiré su recuerdo del evento en su totalidad, ya que contiene algunas claves sobre cómo aprovechar nuestra motivación intrínseca:
“Las experiencias que cambian la vida se presentan de múltiples formas. Para mí, ocurrió en Túnez, donde me encontraba haciendo un trabajo como voluntaria para US Agency for International Development. Me dirigiría hacia el sur del país, al desierto del Sahara y, antes de partir, visité la tienda de la Embajada de los Estados Unidos para comprar algunos suministros que incluían una caja de galletas en forma de animales.
“Una semana después, llegué a un pequeño pueblo junto a un oasis donde la longevidad de los adultos era de 35 años, lo que significaba que muchos niños no tenían hogar, ni padres y con gran desesperación buscaban comida en medio de la nada. Cuando bajé del auto, me vi rodeada de niños hambrientos con las manos extendidas, listos a recibir cualquier cosa que yo pudiera darles. Bueno, fue claro que ese era el día de las galletas de forma de animales, si alguna vez hubo uno. Había tantos niños que comencé a romper las galletas por la mitad, dándole la cabeza a un pequeñín, la cola a otro, hasta que me quedé sin galletas.
“De repente sentí a alguien tirando de mi vestido y, al mirar hacia abajo, me encontré a esta pequeña niña de tres o cuatro años, rogando por su galleta y yo no podía creer que no tenía forma de ayudarla. Su desnutrición había llegado a tal punto que su estructura celular se estaba desmoronando; un flujo muy fuerte salía de sus ojos, su nariz y su boca y los gusanos se arrastraban en medio de la suciedad de su rostro. Su cabello nunca había sido peinado y parecía piel en su pequeña cabeza. Supe que esta niña se estaba muriendo y, aunque yo tenía entrenamiento en nutrición infantil, no tenía nada que darle a pesar de que ella se encontraba en semejante estado de inanición —ni siquiera una galleta.
“Aunque no sé el nombre de la niña, ni tampoco el del pueblo, sí sé que decidí que ese día, en ese instante y en ese pueblo, haría todo lo posible para evitar que sucedieran tragedias como esa. Esto sucedió hace muchos años y todavía lo estoy intentando. Una hambrienta niña de Túnez me puso en un nuevo camino con una nueva dirección y le estoy muy agradecida por eso”.
Hubo lágrimas en sus ojos cuando Gene me contó su historia. Antes de su visita a este pueblo tunecino, ella percibía su trabajo de voluntaria como “algo agradable que hacer”, algo a través de lo cual ella aprendería mucho. Después de conocer a esta niña hambrienta y sin tener nada que darle, la vida de Gene cambió para siempre, pues se comprometió a erradicar el hambre infantil. Este propósito la ha guiado durante más de 60 años.
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