Por lo que sabemos, es posible que mañana no nos despertemos de nuevo. Así que ¿cómo quieres vivir las próximas horas? ¿Quién quieres ser? ¿Cómo quieres vivir un poco más tu llamado hoy? Incluso si aún no tienes una idea muy clara sobre cuál es tu vocación, reflexionar al respecto te ayudará a avanzar hacia ella. Estas son preguntas esenciales para nuestro crecimiento. Mi tío Gerrit aprendió de su padre, Douwe Visbeek, que era imprescindible ser exitoso e importante para sobrevivir y disfrutar de una buena vida. Esto es comprensible, ya que mi abuelo provenía de orígenes muy humildes y tuvo que trabajar duro toda su vida, primero que todo, para obtener estabilidad financiera; y luego, para mantener su riqueza y estatus como un destacado productor lechero en el norte de los Países Bajos. Lo más probable es que mi abuelo haya aprendido sobre las prioridades de su vida a través de su padre y mi bisabuelo de su padre y así sucesivamente.
Lo que esto muestra es que, en nuestra familia, muchos de nosotros hemos estado operando con estas brújulas prestadas para “hacerse rico” o “volverse respetable” que fueron tan importantes para mi tío y su padre. Tal como nos lo muestra la vida del tío Gerrit, una brújula prestada puede llevarnos muy lejos en términos externos (él terminó siendo dueño de uno de los invernaderos más grandes de los Países Bajos) y, sin embargo, tal como él me enseñó al final de su vida, una brújula prestada nunca nos conducirá hacia una vida verdaderamente satisfactoria. Hay mucha más inspiración en la autenticidad.
PuntajeEn una escala de 1 a 10, ¿qué tanta de tu energía inviertes en prioridades que sean realmente auténticas para ti (y no prestadas de tu tribu)?Encierra en un círculo el número que te describa.1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
DESCUBRIENDO NUESTRO COMPÁS
Hallar el propósito de nuestra vida tiende a ser como escalar una montaña. Nuestra intención inicial es alcanzar determinado pico. Sin embargo, a lo largo del camino, descubrimos que esa no era la parte más alta de la montaña y decidimos redefinir nuestro objetivo. Lo mismo sucede en la vida.
Con el paso del tiempo, nos conocemos de maneras cada vez más profundas —muchos vamos aumentando nuestra visión del propósito de nuestra vida a medida que envejecemos—. Esa ha sido mi experiencia. Cuando tenemos cinco años, identificamos nuestro llamado diciendo: “Quiero ser astronauta”. Cuando tenemos 12 años, reinventamos nuestro llamado afirmando: “Voy a ser maestro y ayudaré a los demás”. Y cuando ya tenemos 40, nuestro llamado se convierte en: “Daré lo mejor de mí cada día para criar a mis hijos y los guiaré hacia sus propios descubrimientos”.
Siempre he sentido que mi llamado en la vida tiene algo que ver con ayudarles a los demás y con hacer tangible lo intangible. Siempre me ha encantado cómo la música —en particular, la música que se toca en el gran órgano eclesiástico del siglo XVII que se encuentra en el pueblo donde crecí— tiene el poder de transportarme a un espacio de vitalidad, asombro e inspiración que solo he experimentado en ese lugar. Cuando era niño, comencé a tocar algunas melodías en mi trompa con la esperanza de llegar a provocar una experiencia similar en otros. Sin embargo, también tenía el fuerte impulso heredado de mi familia de ser alguien en el mundo. Dicho impulso me llevó a priorizar en el hecho de llegar a ser alguien destacado, rico y que subiera la escalera corporativa en Manhattan lo más rápido posible. Es decir, me condujo hasta la mitad de mi montaña personal. Desde allí, aprendí a pensar e interactuar de una manera muy emocionante para mí con los equipos de consultoría de los que formé parte. Comencé a apreciar las maravillas que suceden en las sala de conferencias cuando las gentes ponen todo su corazón y su mente en resolver creativamente un problema complejo.
Cuando este propósito se me acabó, durante un viaje a Vietnam me topé con la meditación. Había oído hablar de ella e incluso tomé clases de yoga durante corto tiempo. Luego, un amigo me invitó a practicar meditación a un templo ubicado en una calle ruidosa de la ciudad de Ho Chi Minh, la cual estábamos visitando. Pensé que sabía lo que me esperaba: serían algunos ejercicios suaves de respiración y relajación y no mucho más que un ejercicio mental leve. En cambio, mi amigo me pidió que me sentara sobre un cojín en un piso de concreto, que mantuviera mi cuerpo quieto, que respirara de forma natural y que pusiera toda mi atención en las entradas y salidas de mi respiración, dejando que los pensamientos y las sensaciones fluyeran dentro de mí sin prestarles atención. Luego, me sugirió que practicáramos de esa manera durante una hora. Así lo hice y me gustó un poco aunque me pareció muy doloroso, sobre todo, el hecho de permanecer sentado con las piernas cruzadas. No voy a negar que, cuando la clase terminó, me sentí aliviado. Después, me sentí adolorido, pero relajado y algo eufórico. Sin embargo, no le di mayor importancia a la experiencia y continuamos con nuestro día, conociendo los lugares de interés de la ciudad.
Esa noche, dormí siete horas, lo cual no me había sucedido en años. Y lo logré mientras mi reloj interno estaba fuera de control, pues me encontraba a 11 horas de diferencia de mi zona horaria habitual en mi apartamento de Nueva York. ¡Todo esto, después de solo una hora de concentrarme en mi respiración aun en medio de la enorme cantidad de distracción que se escuchaba en el fondo debida a los fuertes ruidos del tráfico de la ciudad de Ho Chi Minh! Me sentí profundamente agradecido de haber sido invitado a esta clase inicial de meditación. La experiencia me impactó tanto que, casi de la noche a la mañana, decidí dedicarme a la práctica de la conciencia plena. Comencé a meditar todos los días y a pensar en cómo prestarle total atención a todo lo que estaba haciendo. Como resultado, vi que a medida que continuaba meditando, me fui conectando con aquella paz y alegría, y con ese sentimiento de amor que no había experimentado desde cuando era niño y escuchaba la música de órgano en la iglesia de mi pueblo. ¡Estaba descubriendo una solución para todo ese sentimiento de inquietud que me embargaba en aquel tiempo! Es difícil traducir esta experiencia en palabras, pero de todos modos, lo intentaré aunque sé que fracasaré de la mejor manera posible…como solo yo sé hacerlo.
Estaba empezando a experimentar una quietud parecida a la del cielo, que abarca todo sin tomar ninguna posición específica; que refleja claridad y no pretende cambiar nada. Descubrí que accedería a esta amplitud interior al estar realmente presente en ese mismo momento y al dejar que cualquier pensamiento sobre el pasado o el futuro fluyera a través de mí. Empecé a ver que, cuando me hago consciente de mi ser, experimento paz, vitalidad y un amor que está a mi disposición en todo momento, no algunas veces, está ahí todo el tiempo, es solo cuestión de querer conectarme con él. Ante esto, la práctica de la meditación y de la atención plena se me convirtió en una forma de acceder a este reabastecimiento de quietud.
Como me enamoré de esta sensación de paz, decidí dedicarle mi vida a ella. Día tras día, el propósito de mi vida había evolucionado desde la búsqueda de la importancia y la riqueza a toda costa hasta el cultivo de esta sensación de paz interior y alegría. Inspirado por mi nueva vocación, me encontré repensando mi vida por completo, incluso considerando convertirme en monje. Así que, en ese entonces, pasé mucho tiempo en centros de retiro y en monasterios.
Y aunque en ese momento mi propósito me pareció bastante definitivo, nunca di el paso final de dedicarme a la vida monástica. Algo dentro de mí me dijo que no lo hiciera y le hice caso a ese susurro. Descubrí que entrar en el monasterio no sería adecuado para mí. Sentí un fuego en mi vientre que me dejaba saber que ese no era mi destino. Si bien estaba comprometido a encontrar la paz, una parte de mí no se sentía satisfecha ante un hecho tan radical como ese. Entonces, comencé a comprender que no estaría 100% satisfecho con el crecimiento interno y la introspección desde en un entorno relativamente aislado, pues también quería honrar el profundo anhelo que tenía de expresarme y llevar una vida de servicio en el mundo, pero de otras maneras.
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