Bejarano (1995)señalaba la escasa atención que se ponía en el país sobre temas centrales de una negociación, como es el caso de los procedimientos, situación que contrastaba con la experiencia de Guatemala y El Salvador, donde estos jugaron un papel determinante en los resultados alcanzados. En esta misma línea de argumentación, más adelante en este libro, en el capítulo escrito por Sebastián Guerra, este autor señala la precaria transferencia de conocimiento entre procesos de paz –específicamente entre los del Gobierno de Juan Manuel Santoscon las Farc y con el ELN– y cuestiona el énfasis de la literatura en las dinámicas territoriales y el análisis de las organizaciones armadas, a diferencia del limitado interés en la práctica de la negociación.
Esta situación es alarmante a la luz de lo que muestra la experiencia comparada sobre procesos de negociación, en cuanto a que los sectores más favorecidos son siempre los que están mejor preparados, y que las negociaciones fallidas justamente están asociadas con una insuficiente preparación.
Al igual que en cualquier competencia deportiva de alto nivel, interpretación artística o desempeño en una prueba de ciencias, en una negociación no hay sustituto al entrenamiento requerido, horas de trabajo y estudio, no solo previo a cada reunión, sino en el diseño mismo de la estrategia de negociación, análisis de escenarios posibles, elaboración de propuestas, contrapropuestas y redacción de acuerdos. La planeación de la negociación hace la diferencia entre un equipo exitoso y uno fallido, entre una negociación exitosa y una que no lo es.
Las negociaciones están altamente condicionadas por variables asociadas al paso del tiempo; estas variables van desde las ventanas de oportunidades que facilitan el inicio de un proceso de diálogos hasta las dificultades que surgen del contexto político asociado al desgaste por el avance de estas –en algunos casos, sin muchos resultados concretos–, el desgaste mismo que el proceso impone sobre los negociadores y las opiniones de terceros acerca de la negociación. De esta manera, resulta muy costoso que los negociadores actúen sin suficiente preparación previa, repitan cursos de acción que no contribuyen a llevar la negociación a buen puerto, o insistan en fórmulas que en otros contextos y de manera sistemática han probado estar directamente vinculadas al fracaso. De igual manera, el costo de evitar fórmulas más promisorias y que han contribuido al buen desarrollo de otros procesos de paz es demasiado alto, y en los casos más críticos es una decisión que, literalmente, puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte. Este libro busca ofrecer herramientas en estos frentes y, a partir de allí, servir como referente para abordar los diferentes conflictos que enfrenta la ciudadanía.
A nivel práctico, surgen discusiones importantes acerca del análisis y desarrollo de estrategias de negociación traídas de contextos diferentes. Desde una posición extrema en esta discusión, se podría argumentar que, en tanto los conflictos armados involucran demasiadas variables, actores, intereses, diferencias en los tiempos de la negociación, en la estructura de las partes involucradas, en el contexto, entre otros, es poco lo que puede aplicarse de los aprendizajes de una negociación a otra, y mucho menos desde reflexiones teóricas. Desde un extremo opuesto, está el riesgo de pensar que para múltiples negociaciones se pueden diseñar fórmulas que permitan abordarlas todas de la misma manera, hasta el punto de tratar de forzar algunas condiciones para que terminen adaptándose al molde diseñado para su análisis.
Como es claro, en este tipo de discusiones ambos extremos son errados y el camino más promisorio seguramente se ubica en algún punto hacia el centro de este espectro entre las posiciones señaladas.
Estas reflexiones deben evitar dos tipos de conclusiones: la primera es bastante obvia y es que existe un diseño único para abordar cualquier tipo de conflicto. Si bien hay una serie de lecciones aprendidas de diferentes contextos, es claro que cada conflicto es diferente, y que el diseño de cada negociación debe responder a su propio contexto, sus particularidades, sus actores, su historia y demás variables que lo hacen único. Las prácticas que han servido para lograr negociaciones exitosas pueden no serlo, incluso en contextos bastante similares.
Segunda, sería errado concluir que el desenlace favorable o negativo de un proceso se debió de manera exclusiva a las variables que los diferentes autores de este libro analizamos. Evaluar características específicas de diferentes negociaciones desde la comodidad que ofrece una mirada retrospectiva puede resultar engañoso y conducir a conclusiones erradas.
A manera de ejemplo, una de las reglas de procedimiento que se considera fueron determinantes para el proceso de negociaciones con las Farc en La Habana, fue la de “nada está acordado hasta que todo esté acordado”. Sin embargo, esta regla interactuó no solo con otras múltiples reglas que se introdujeron en dicho proceso, sino también con los personajes protagonistas de la negociación, así como con los acontecimientos que se desarrollaron durante los años de este proceso. Así, en retrospectiva, y debido al resultado del proceso de La Habana de alcanzar un acuerdo final, se podría calificar como positivo que se haya introducido dicha regla, pero pudo ocurrir un hecho lamentable a lo largo del proceso que hubiera conducido a una ruptura de la negociación y que, incorrectamente, llevaría a cuestionar esa misma regla.
Para Kissinger, la historia es la principal fuente de referencia para manejar las relaciones diplomáticas entre Estados; pero esta no funciona como un recetario, ni es algo que se enseñe por medio de máximas, sino que se puede aprender de ella por medio de analogías, por lo cual sus lecciones nunca serán automáticas y será tarea de cada generación determinar qué situaciones son comparables ( Otte, 2001).
Ese mismo tipo de análisis será útil para validar otros procedimientos asociados a resultados positivos o condenar otros asociados a desenlaces negativos. Algunos autores se refieren a este tipo de miradas con cierto escepticismo e invocan la llamada “falacia de la retrospectiva”. Harari (2013), por ejemplo, enfatiza en que un único camino conecta el pasado con el presente, pero cada punto conduce a múltiples posibles trayectorias futuras. De esta manera, al analizar el pasado, un historiador puede explicar qué ocurrió durante un período determinado, pero no podrá explicar por qué ocurrió una serie específica de eventos. Así, en lugar de visiones deterministas de la historia que indicarían que una lista de factores conduce a un desenlace previsible, los fenómenos históricos están lejos de ser inevitables, son productos de múltiples fuerzas, de eventos inesperados, de comportamientos individuales que pueden cambiar rumbos de acción y, en general, de dinámicas complejas prácticamente imposibles de predecir.
La historia está llena de procesos que dependen de la trayectoria, esto es, en los cuales situaciones similares, con diferencias mínimas en sus condiciones iniciales o en sus primeras etapas, pueden conducir a desenlaces diferentes. En lugar de que las diferencias iniciales se vayan reduciendo con el tiempo, estas pueden irse profundizando cada vez más y llevar a escenarios prácticamente incomparables ( Arthur, 1994).
Dicho esto, es claro que los aprendizajes en procesos de negociación –positivos y negativos– ofrecen experiencias, información y lecciones que brindan mayores elementos de juicio para la difícil tarea de diseñar procesos similares en escenarios futuros. Así como sería un error copiar un diseño de proceso para ser aplicado en un contexto diferente, también sería equivocado asumir que como toda negociación es diferente no hay nada que aprender de las lecciones que dejan otras ya realizadas.
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