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Deudores
Todos somos deudores. Somos deudores frente a Dios; somos deudores a familiares y amigos, a quienes nos han prestado dinero, a quienes nos ayudaron cuando las cosas se pusieron difíciles, y a quienes nos trajeron el evangelio. Los cristianos de origen no judío están en deuda con la nación judía. El olivo de Romanos 11, del que hemos hablado en el capítulo anterior, lo deja claro. Los cristianos procedentes de las naciones se han convertido en participantes gracias a algo que se dice pertenece a los judíos. Así era y así seguirá siendo. Además, hemos de recordar cómo las naciones oyeron por primera vez del Salvador. Los judíos que creían en Jesús salieron a anunciarlo al mundo pagando un alto precio. El libro de los Hechos se escribió para decirnos cómo se extendió el evangelio desde Jerusalén hasta Roma, el corazón del mundo gentil, pero es fácil perder de vista el hecho de que los protagonistas eran judíos que habían creído, que por compasión se abrieron a un mundo que vivía en oscuridad espiritual. Un mundo en el cual se los había llenado de prejuicios, y que con frecuencia también estaba lleno de prejuicios contra ellos. Pero perseveraron. Deberíamos sentirnos agradecidos hacia aquellos primeros evangelistas judíos. Pensemos en Pedro en Hechos 10, yendo a casa de Cornelio para llevarle el evangelio. Está claro que no fue fácil para Pedro, pero él venció sus reservas; y en cuanto a Cornelio, su gratitud parece incluso exagerada, “Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró” (Hch 10:25). ¿Cuándo fue la última vez que usted hizo algo así por un predicador del evangelio? Cornelius es para nosotros un ejemplo claro de gentil agradecido.
Hay cristianos a quienes les cuesta entender los conceptos corporativos, ya que su mentalidad es demasiado individualista. Otros, como los africanos, no suelen tener esa misma dificultad, como lo ilustra la siguiente anécdota. Cierto pastor de Inglaterra fue a visitar algunos puntos de misión remotos en la República Democrática del Congo. Se le dio la bienvenida con un discurso que a cada rato repetía: “Le estamos muy agradecidos por haber traído el evangelio a nuestra gente”. Sin embargo, nunca antes les había predicado; ¡acababa de llegar! Lo que estaban diciendo era que le estaban muy agradecidos porque su gente (de varias generaciones atrás) les había traído el evangelio a sus aldeas. Lo consideraron parte de aquella misma gente y por eso le estaban agradecidos a él. Los cristianos de origen gentil deberían ver las cosas de modo semejante respecto a los judíos.
Permítaseme dirigir aquí algunas palabras a los cristianos de trasfondo gentil. Cuando llevemos el evangelio a los judíos, esta misma gratitud debería ser parte de nuestra motivación. También tenemos que examinarnos a nosotros mismos para ver si tenemos prejuicios en contra de los judíos. Según hayamos sido educados podemos haber sido influenciados con prejuicios en su contra, o esos prejuicios pueden ser el resultado de alguna experiencia negativa. Esas cosas inhiben nuestra capacidad de dar testimonio a los judíos y debemos eliminarlas. Aquellos primeros creyentes judíos tuvieron que aprender esa lección y nosotros tenemos que aprenderla también.
Esta dependencia se expresa también de otras formas. Sobre todo, y puede que ni haga falta decirlo, Jesús era judío. Su humanidad esencial para hacer su obra como mediador la vivió como judío, descendiente de David, en la tierra de Israel, hace dos mil años. ¡Todos los creyentes somos dependientes de un hombre judío único! Sin duda, Jesús pensaba en ello cuando dijo: “La salvación viene de los judíos” (Jn 4:22). Pero esa frase dice mucho más. Habla de Israel como una luz para los gentiles (Hch 13:47), y no es solo una cuestión de historia. Semana tras semana escuchamos a los predicadores decir, “Isaías nos dice…”, o “Pedro nos enseña…”. Por medio de los autores judíos de las Escrituras, Israel enseña a los gentiles. Además, Israel oró para que las naciones fueran salvas. Cierto israelita piadoso escribió estas palabras: “Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben. Alégrense y gócense las naciones” (Sal 67:3-4). Dios oyó sus oraciones.
De hecho, Pablo trata este tema directamente en Romanos 15:25-8. Dice que los cristianos gentiles son sus deudores, deudores de los judíos. Está compartiendo con los creyentes de Roma su plan de visitar Jerusalén y entregarles a los creyentes de allí una ofrenda de las iglesias de Macedonia y Acaya. Obviamente, dieron aquella ofrenda de forma voluntaria, pero Pablo se esfuerza en señalar que había un cierto elemento de obligación al respecto, usando términos similares a los usados con los corintios: “Porque si los gentiles han sido hechos participantes de sus bienes espirituales, deben también ellos servirles con sus bienes temporales” (Ro 15:27). Alguien podría pensar que Pablo estaba siendo grosero: ¿por qué recalcar que era una obligación cuando de un modo u otro estaban ofrendando voluntariamente? No sabemos la respuesta, pero obviamente él creía que necesitaba insistir. Si está en las Escrituras, es algo en lo que también hay que insistir hoy.
Pagar la deuda a los judíos que creen en Jesús
En Romanos 15, al escribir sobre la deuda contraída por los no judíos, Pablo estaba pensando en las necesidades que padecían los judíos mesiánicos en Jerusalén. Muchas podían ser las razones por las cuales los que estaban en Jerusalén necesitaban ayuda, pero es posible que un factor significativo fuera la persecución. Ser expulsados de la sinagoga significaba menos oportunidades de trabajo y de negocio, lo que habría empobrecido a muchos. No es algo ajeno hoy a muchos cristianos que viven en culturas anticristianas.
Esta misma preocupación por los judíos creyentes debería marcar a los cristianos gentiles hoy. El rechazo y los problemas son la norma para los judíos que creen en Jesús, y con frecuencia acarrea consecuencias materiales. Una de las razones para la fundación en 1926 de la Alianza Internacional Hebrea Cristiana (ahora la Alianza Judía Mesiánica) fue canalizar fondos para ayudar materialmente a los creyentes judíos empobrecidos por el rechazo y el aislamiento. No todos los judíos disfrutan de holgura material. En Rumania, por ejemplo, muchos judíos mayores dependen de paquetes de comida de su comunidad y tienen miedo de acudir a oír el evangelio, no sea que les corten el suministro. En Israel hoy no es raro que quienes dan trabajo a judíos mesiánicos sean presionados por gente de la comunidad ortodoxa para que los despidan. Los cristianos de las naciones deben intentar ayudar a esos judíos mesiánicos necesitados sabiendo que cumplen con una obligación. Los charlatanes o “aprovechados”, 8como los llaman los mismos judíos, serán siempre un peligro, pero para el cristiano, una forma de intentar cumplir con esta obligación de manera segura es dando a organizaciones misioneras reconocidas, o apoyando organizaciones como la Alianza Judía Mesiánica, o las iglesias en Israel, las cuales entienden que el apoyo material a los creyentes judíos es parte de su ministerio.
Pagar la deuda con la nación judía en conjunto
La enseñanza concreta de Pablo en Romanos 15 se refiere a los judíos creyentes, pero ¿señala allí alguna obligación hacia el pueblo judío no creyente? En cierto sentido, ya hemos respondido a esto anteriormente, pero pensemos una vez más en lo que dice Pablo acerca de los “bienes espirituales”. De esos bienes espirituales se habla en Romanos 9:4,5 como “la adopción, la gloria, el pacto”, etc. ¿Eran estas bendiciones solo para los creyentes de la nación, o a toda la nación descendiente de Abraham, Isaac y Jacob? La respuesta es obvia: los pactos se hicieron con toda la nación y se esperaba que todos obedecieran. Esto significa que los cristianos de origen gentil deberían sentirse en deuda con el pueblo de Israel como un todo debido a los bienes espirituales recibidos por su medio. ¿Qué significa esto en la práctica? No hace falta decir que la mejor manera de que los cristianos paguen su deuda es compartiendo con ellos lo más valioso que tenemos: el evangelio. Lo primero para nosotros ha de ser satisfacer sus necesidades espirituales. Las iglesias deberían orar por ellos interesándose por quienes han sido llamados a llevarles el evangelio, sin que eso implique descuidar a los demás.
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