Pero las numerosas referencias en estas anotaciones a la obligación de velar por la felicidad de Guite, aunque sin aportar detalles precisos, matizan el optimismo irreductible de Larrea. Lo no dicho induce a suponer que protestas de amor y promesas reiteradas de conciliar trabajo y vida personal constituyen una respuesta a tensiones, a dificultades, a conflictos que sólo podemos imaginar.
Como cabe suponer, a falta de otros datos que enmarquen los textos de este Diario, que en la interrupción brusca de las anotaciones tras la entrada del 4 de agosto de 1947 tuvo algún peso la separación de los Larrea, que Guite comunicó a su marido el 10 de octubre, a su regreso del viaje a Francia que en dicha entrada menciona. La escritura a que lo convocó, como a una nueva vida para ambos, la convalecencia de Guite siete años atrás quedó cancelada por el punto final a su convivencia.
Larrea, que sepamos, nunca dejó escrito pormenor alguno acerca del trance, pero en una carta a Gerardo Diego, datada el 16 de noviembre de 1948, le confesó al respecto que «entre los innumerables momentos duros de mi vida este ha sido el más atroz». Tampoco conocemos ningún texto suyo que integre un suceso tan determinante en sus reflexiones, al modo de las anotaciones de este Diario.
Tal silencio insólito y la interrupción del Diario mexicano modulan por fuerza la lectura de este, como si la vida ordinaria, tan tamizada y velada por la lógica interpretativa que conduce la escritura, irrumpiera bruscamente imponiéndose a esta. No es posible obviar, en efecto, que en su última anotación Larrea se regocijaba de haber alcanzado «la diafanidad absoluta» en su visión, al tiempo que, al menos en su escritura, permanecía completamente ciego a la inminencia de su momento más atroz. En el mismo sentido, las conclusiones que extrae de la enfermedad de su hijo en 1941 desconocen las graves consecuencias que esta había de tener en el desarrollo intelectual del niño.
Silencios, reticencias y cegueras acompañan en estas páginas el despliegue entusiasta de visiones y previsiones felices, de modo que por momentos parece que la escritura y los días se ignoran mutuamente. De nuevo, la asombrosa singularidad del poeta, su irredimible extravagancia, desconcierta las pautas expresivas del género y con ellas las expectativas del lector.
Pero, en definitiva, también podemos considerar la escritura de su Diario desde eso mismo que calla o ignora. Larrea lo escribe quizá para imponer esforzadamente un sentido a lo que carece de él, para amurallarse sin descanso contra la desgracia, el momento atroz, el sufrimiento que impone vivir. La visión de una realidad más profunda e inconsciente, a la que sólo cabe acceder mediante la locura, consuela acaso de la derrota, el exilio, la enfermedad y la desdicha, mitiga tal vez el daño que una y otra vez inflige la existencia.
Las certezas que Larrea edifica en sus diarios, y que articula minuciosamente en todas sus obras en prosa, se afanan por sobreponerse a las incertidumbres de cada día. Porque es la angustia la que exige el lenitivo de la escritura, cantar con fe ciega en la maravilla, para acallar tanto ruido y tanta furia. Y el flujo constante de dicha escritura, aunque lo calle o lo desmienta, levanta testimonio del arduo transcurso de los días.
J. M. D. G.
Universidad de Deusto, San Sebastián, julio de 2013
OBRAS DE JUAN LARREA CITADAS
Oscuro dominio, México, Alcancía, 1934.
Versión celeste, Barcelona, Barral, 1970.
«Veredicto», Poesía. Revista Ilustrada de Información Poética, núm. 20-21, Madrid, mayo de 1984, págs. 9-44.
«Orbe», Poesía. Revista Ilustrada de Información Poética, núm. 20-21, Madrid, mayo de 1984, págs. 77-124.
Cartas a Gerardo Diego (1916-1980), San Sebastián, Universidad de Deusto, 1986.
Orbe, Barcelona, Seix-Barral, 1990.
«Orbe», El Signo del Gorrión, núm. 21, Madrid, invierno de 2001, págs. 9-24.
Epistolario. Cartas a David Bary (1953-1978), Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2004.
DIARIO DEL NUEVO MUNDO
[1]
[Ciudad de México] 4 de abril de 1940
Desde anoche estoy cambiado interiormente. Se diría que está comenzando a licuarse algo que hasta este momento era sólido.
Guite1 acaba de operarse. Esta mañana le quitan los puntos. Lógico es que empiece una nueva vida para nosotros. Una vida en que la realidad subjetiva, completamente atrofiada estos tiempos para mí, vuelva a dar señales de vida, honda, verdadera.
La tragedia española ha vencido su fase aguda. Lugar existe, pues, para que en el nuevo clima otros brotes se abran paso.
Me parece que puede avecinarse para mí, para mí en cuanto sentimiento, una resurrección. Estamos en América2. Me doy cuenta [de] que el proceso personal ha conocido en mí dos fases: amar y ser amado, tesis y antítesis de un estado de síntesis verdaderamente deseable. Y esto desde muchos puntos de vista.
[2]
[Ciudad de México] enero de 1941
Lo judío, a partir de Egipto, es una entidad [?] colectiva.
Por eso se oponía al personalismo [?] o Cristo ya era su antítesis.
Por eso diferenciación.
Por eso [el] pueblo español recoge la esencia judía para otra vez plantear el problema, por superación de lo individual, en el plano colectivo.
[3]
[Ciudad de México] enero de 1941
Supone la teoría de Wegener3 separar continentes. Cataclismo geofísico.
¿Se da cuenta [de] que hoy asistimos a un fenómeno complementario, separación [de] contenidos? Cataclismo geopolítico.
Los instintos de dominio han actuado en este proceso, debajo de toda la hojarasca de voluntades depuradoras de la realidad queda en su aspecto escueto esto, Equilibrio.
Todo era medio.
Por consiguiente ideas planas dejan el sitio a ideas redondas. Ideología revolucionaria, utopía.
La revolución va por otra parte.
Lo que se creyó síntesis no era sino antítesis.
Es preciso comprender, tener conciencia. Voluntad de conciencia.
[4]4
[Ciudad de México] enero de 1941
Más que en ninguna otra parte del mundo, en esta América de promisión fácil al ejercicio poético se plantea hoy imperiosamente el problema existencial de la poesía. Son miles los versos que se escriben de sol a sol en este venturoso continente. Muchos los libros de versos que salen todos los meses de las prensas. Si la tinta de los cálamos poéticos fluyera en un[a] sola bocanada, pareceríamos el relámpago deshuesado y gigantesco del calamar de la noche. Palabras, versos, estrofas, imágenes, metáforas, en enjambre aguerrido zumban por entre los intersticios de la luz, nos envuelven en una trama placentaria de desazón o dulzura, al tiempo que los poetas, suntuosos o lamentables, se van colocando escalonadamente en los [añadido a mano: graderíos] tendidos de la fama, repartiéndose los puestos que la sociedad tiene previstos para las gargantas canoras. ¿A quién no gusta tener junto a su ventana en una jaula un [añadido a mano: ave] pájaro armonioso? ¿No es este el mejor modo de atraerse las finezas del cielo azul que ha de venir a consolar a sus auratenientes? Vuelan los versos por los salones particulares o de las embajadas, por los mentideros de los cafés, por las alcobas de provincias, tramitan fervores lozanos o marchitos, prolongan adolescencias, vehiculan vanidades [añadido a mano: ambiciones], canalizando los sentimientos singulares de las almas delicadas cuando no hacen guiños estudiados a la muerte, cuyo manto apolillan dispuestos a explotar el azúcar de sus huesos. Los hay emolientes, exquisitos, untuosamente descompuestos como los buenos quesos que levantan en el paladar otoñales remolinos de tornasoles. Los hay quijarudos, apedernalados, como anárquicos molinos de aliento en que gime, se desangra, un robinsón crucificado [añadido a mano: yo]. Todos los objetos de la naturaleza, todas las imágenes pudieran servirnos para enumerar metafóricamente las variedades de este cultivo que el hombre americano hace de sus sentimientos con la esperanza de que un día su palabra acierte en el sésamo de la noche.
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