Cada nota comprende una o dos hojas, excepto las últimas —del 2 de agosto de 1945 al 4 de agosto de 1947—, cuya larga articulación y fuerte contenido filosófico hacen pensar en la presencia de esbozos teóricos que anticipan o recalcan ideas y afirmaciones de carácter ensayístico.
La numeración, impresa en el encabezamiento de cada hoja, no es autógrafa sino obra de Alejandro Finisterre, que reunió y fijó en orden progresivo los folios del Diario encontrados en el legado literario de Larrea. Se trata de una numeración errónea; en efecto, un grupo de notas, reunidas bajo la signatura «Carpeta 1941/enero», se incluye arbitrariamente en la documentación que concierne al año 1942. He vuelto a ponerlas en el lugar correcto, ordenando de nuevo todo el corpus de la forma en que ahora se presenta.
Según los criterios utilizados en esta edición, he normalizado la fecha, que he colocado en la parte derecha de la entrada. Del mismo modo, he corregido pequeñas erratas, he incluido entre corchetes sílabas, letras o palabras ausentes y he marcado con interrogantes los términos que presentaban dudas. Asimismo, he corregido la acentuación de acuerdo con el uso actual. Naturalmente, al tratarse de un manuscrito autógrafo, he indicado solo las hojas que van mecanografiadas. Además, en lo posible he respetado la disposición de los párrafos en el original, al ser un diario privado escrito sin idea de publicación, sino como reflejo de la reflexión personal y del diálogo del autor consigo mismo. Esta circunstancia ha requerido un rico sistema de notas como complemento textual, destinadas a acompañar al lector en la red de nombres y referencias familiares citadas por el poeta.
Termino esta nota dando las gracias a los colegas que me han proporcionado documentación y consejos, empezando por Juan Manuel Díaz de Guereñu, a quien debo su atenta lectura del texto. Igualmente mis agradecimientos van a María Luisa Molteni y María Isabel López Martínez por su aportación generosa durante el trabajo. Por último, pero no menos importante y sincero, expreso mi reconocimiento a Lola Albornoz, que ha cuidado con su conocido esmero de esta edición.
G. M.
Juan Manuel Díaz de Guereñu
LA ESCRITURA Y LOS DÍAS DE JUAN LARREA
En el breve prólogo de 1966 que antepuso a Versión celeste, el libro en el que reunió buena parte de su poesía, Juan Larrea describió sus poemas como «testimonios de una experiencia poética total» que luego prosiguió con otros medios, y explicó que salvo por excepción había evitado publicarlos porque «eran sólo circunstanciaciones insatisfactorias de su proceso íntimo».
Toda la obra escrita de Larrea, en efecto, se engarza muy directamente con su modo de vivir y de entender lo vivido. El prestigio de que gozó desde muy temprano derivó en parte de tal imbricación. Los lectores de sus poemas entendieron que, aunque estos apuraban posibilidades expresivas o desbarataban convenciones al igual que otras exploraciones vanguardistas, en ellos no se ventilaba ninguna pendencia literaria ni problemas de carácter formal. Ahí buscaban cauce angustias e inquietudes hondamente sentidas.
En julio de 1926, encabezando el primer número de su revista Favorables París Poema, editada mano a mano con César Vallejo, Larrea publicó su manifiesto «Presupuesto vital». El texto tiene mucho de diatriba contra los poetas españoles, a los que acusa de falta de generosidad, de reducir la escritura a «una simple suposición de flores a porfía en el vacío». Frente a quienes eluden el compromiso fundamental de la creación, Larrea proclama: «En lealtad sólo hay un modo de ser, el modo de la pasión». Se empeñó, pues, en que cada poema, cada «circunstanciación» de sus estados espirituales fuera tan imperfecta como hiciera falta para desnudarlos.
La escritura de poemas, en su caso tan reservada y ejecutada en un corto período de tiempo, hasta que en 1932 abandonó el verso, se rigió por la convicción de que la pieza escrita debe expresar el drama íntimo del poeta, y debe hacerlo con los instrumentos apropiados, los de su tiempo. Larrea eligió el lenguaje de la poesía de vanguardia y hasta su idioma, el francés de las grandes aventuras de la expresión poética de entonces.
Cuando dejó de componer versos y se ciñó a la escritura en prosa, que practicó en exclusiva y con torrencial generosidad desde el final de la guerra civil hasta su muerte en 1980, fue a causa de un cambio de postura fundamental. Ya no buscaba a ciegas un sentido para su existencia, en versos difíciles, de lenguaje descoyuntado. Había encontrado ya dicho sentido y se empeñaba en explorarlo y explicarlo. Eligió, en consecuencia, el ensayo como herramienta adecuada a su propósito y volvió a escribir en español.
También su prosa se vinculó muy directamente a su experiencia vivida. Larrea dio en interpretar esta como un mensaje en el que el Logos, la razón que gobierna toda realidad humana, se hace presente. Dado que dicha razón suprema es poética, creadora por naturaleza, es natural que se manifieste de tal modo que una sensibilidad poética pueda percibirla y comprenderla. La Vida es Poesía, afirmó incansable Larrea, un Lenguaje articulado de acuerdo con la capacidad de comprensión del poeta, designado como instrumento para hacerlo consciente y para contribuir así a la realización de sus designios, la transformación de la humanidad en una nueva sociedad, en un nuevo mundo.
Se comprende, pues, que la anotación minuciosa de lo que vivía y de su sentido se convirtiese en germen, en semillero de su obra.
La propensión a volcar en el papel las experiencias vividas se le hizo presente muy pronto. En una carta que escribió a su amigo Gerardo Diego el 3 de junio de 1920, en la que afirmó estar sufriendo «una exasperada crisis de lobreguez espantosa», Larrea escribió:
Estoy tentado, para desahogarme, de ir reflejando en cuartillas, para uso exclusivamente personal, las incidencias de esta borrasca tumultuosa. Me tienta, me tienta, y si esto como llego a temer continúa no tendré otro remedio que hacerlo. Ecce Homo habría de ser el epígrafe que las agrupara, Ecce Homo, y te aseguro que habría de analizarme sin piedad y sin literatura.
Alimentó al poco tal tentación confesional y dicho propósito de autoanalizarse la lectura de Freud, si bien el poeta no empezó a escribir anotaciones personales en forma de diario hasta años más tarde. Entre 1926 y 1932, aunque sólo avanzado ese período de modo más o menos continuo, Larrea escribió prosas en las que anotó indistintamente aconteceres y reflexiones. Luego las prosiguió hasta 1934. Cuando pensó en publicarlas, agrupó el conjunto bajo el título general Orbe. El estallido de la guerra civil frustró la edición y Orbe quedó inédito hasta que, largas décadas después, se publicó una antología de sus dos mil páginas largas, así como fragmentos dispersos en un par de revistas.
En realidad, las anotaciones de Orbe sólo adquirieron forma de diario al quedar agrupadas. Las primeras tenían, incluso para su autor, un carácter indeciso, entre la escritura poética y la confesional. Lo prueba que Larrea incorporara la primera, que tituló «Cavidad verbal», como uno de los textos que integraron su primer libro de poemas (en prosa), Oscuro dominio, en 1934. Cierto es que el texto, de textura onírica, se articula en torno a la cuestión de los límites del yo. Como en esa primera anotación, en las otras tempranas no abundan los rasgos autobiográficos y son raras las dataciones, que se hicieron frecuentes a partir de 1929 y luego sistemáticas.
Desde ese año, es decir, en la mayor parte de Orbe, la anotación tipo conjuga el relato de experiencias concretas, recuerdos, sueños o lecturas con largas tiradas interpretativas que procuran articular un sentido a partir de lo acontecido. Lo confesional no es un fin en sí mismo, sino en cuanto que procura al poeta materia sobre la que desarrollar su exégesis, que conduce finalmente a la profecía de una nueva humanidad de la que su peripecia personal es heraldo.
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