En definitiva, el escenario más probable es que el surgimiento de un nuevo orden internacional no implique el fin globalización sino una nueva etapa de la globalización, en la cual la producción de ciertos bienes, considerados estratégicos, vuelva a concentrarse dentro de las fronteras. De hecho, el comercio de bienes ya había dejado de crecer luego de la crisis de 2008.
Por otra parte, también es posible que el comercio de servicios continúe incrementándose en virtud del surgimiento de la economía digital. Entre 2005 y 2017 el intercambio de datos entre países creció 148 veces y no encontramos motivos por los cuales esto debería detenerse. Es probable que, debido a los peligros que implican para las empresas y los Estados tener cadenas de producción demasiado diversificadas en lo geográfico, el comercio se vuelva menos global y más regional.
Quizás el mayor riesgo que enfrenta la comunidad internacional es que, en vez de ser conservador, el nuevo orden internacional puede terminar mutando en algo diferente. Si bien el conservadurismo difiere profundamente de movimientos nacionalistas como el fascismo, es posible que el primero termine convirtiéndose en algo más peligroso.
Es necesario enumerar algunas de las diferencias que existen entre el conservadurismo y el fascismo. Mientras que el primero defiende el rol de la religión y de las tradiciones, el segundo tiende a ser vanguardista e, incluso, revolucionario. Mientras el conservadurismo tiene una visión realista sobre la política exterior, los movimientos nacionalistas han celebrado el conflicto y han promovido políticas de tipo expansionistas. Mientras que para los neofascistas el Estado, el líder y el pueblo son prácticamente sinónimos, los conservadores desconfían de la concentración del poder en una burocracia estatal.
Sin embargo, puede suceder que los temores a ciertos enemigos externos e internos lleven a los conservadores a creer que la solución se encuentra en la concentración del poder en un líder fuerte, algo que ocurrió en la Europa de principios de siglo XX, y hoy, en el conservadurismo popular, ya encontramos algunas tendencias que deben preocuparnos, como son su búsqueda por una democracia más directa y con menos instituciones representativas.
La Argentina después de la tormenta
Dado el panorama que he descripto hasta aquí, podemos asumir que, en los próximos años, la Argentina enfrentará un escenario más incierto que en el pasado cercano. Por lo tanto, su margen para cometer errores será menor de lo que fue durante un orden liberal que la encontró alejada de los grandes conflictos internacionales. En efecto, quizás el mayor desafío que enfrentará, tanto la Argentina como el resto de los Estados sudamericanos, sea evitar que la disputa entre China y los Estados Unidos se traslade, de manera violenta, a nuestra región.
Imaginemos por un momento que Brasil termina aliándose con los Estados Unidos y la Argentina con China (o viceversa). De suceder esto, podríamos transformarnos en algunos de los Estados por medio de los cuales Beijing y Washington podrían resolver sus disputas a una distancia segura de sus fronteras. Este sería un escenario novedoso para nuestra región, dado que durante la Guerra Fría la presencia soviética en Sudamérica fue poco relevante. Sin embargo, este no es el caso de China, que no solo tiene presencia económica considerable en los países del Cono Sur gracias a sus inversiones y compatibilidad económica, sino porque no despierta el rechazo que generó la Unión Soviética. La subsistencia de instituciones como la Iglesia católica o el mismo sector privado no depende de la presencia de China, como sí ocurrió en el caso de los soviéticos.
¿Cuál debería ser, entonces, la estrategia de un país como la Argentina ante este escenario? En principio, debería intentar mantener buenas relaciones con la mayor cantidad de países posible, pero especialmente con las dos grandes potencias. Somos un país en vías de desarrollo que necesita incrementar su comercio y recibir inversiones desde el exterior. Formamos parte del hemisferio occidental, lo cual significa que durante varias décadas más estaremos en la zona de influencia de la mayor potencia militar del planeta: Estados Unidos. Existen, por lo tanto, motivos políticos y económicos por los cuales resulta fundamental mantener una buena relación con Washington y Beijing.
Aunque la estrategia parece clara, su implementación no lo es. Y esto es, en parte, porque mantener un equilibrio entre los Estados Unidos y China dependerá de que estos acepten que la Argentina mantenga lazos cercanos con ambos. Si el nivel de conflictividad entre estos dos Estados se incrementa, llegará el momento en que tomar partido por alguno se volverá inevitable.
Si bien enfrentamos incertidumbres respecto a la evolución del sistema internacional y nuestro lugar en este, creo que deberemos seguir tres ideas rectoras. La primera consiste en la necesidad de formar una alianza con otros países de peso medio para que, de esta manera, podamos defender el multilateralismo. El orden liberal tal vez esté llegando a su fin, pero esto no significa que el mundo deba dejar de estar regido por un orden basado en reglas de juego claras. El multilateralismo nos permitirá incidir en la conformación de un orden internacional que, además de proteger nuestros intereses, debe mantener en la agenda global temas fundamentales, entre los que se encuentran la lucha contra el cambio climático, las metas para el desarrollo sostenible impulsadas por la ONU y la coordinación de las políticas económicas para evitar que se produzca una nueva depresión global.
Para que el multilateralismo sea exitoso, tendrá que adaptarse a la nueva realidad. En un orden conservador tendrán mayor éxito aquellas organizaciones internacionales que no posean grandes estructuras propias y que no le demanden soberanía a sus Estados miembros. Es probable, entonces, que foros como el G7 y el G20 ganen protagonismo, lo cual no significa que debamos volver a un modelo idéntico al del concierto de Europa. La complejidad del mundo actual es tal que requiere de organismos técnicos que puedan hacer respetar las reglas que facilitan, por ejemplo, el buen funcionamiento del comercio internacional.
Otra de las ideas rectoras debe ser el fortalecimiento de la alianza estratégica que mantenemos con Brasil. Recordemos que antes del establecimiento de la alianza, a fines de los años 70, vivíamos en una hipótesis de conflicto permanente que traía inestabilidad a toda Sudamérica. La alianza entre Buenos Aires y Brasilia ayudó a bajar los niveles de conflictividad y permitió la creación del Mercosur que, dado la posible regionalización del comercio global, debería retomar centralidad en los próximos años.
¿Cómo mejorar nuestras relaciones con Brasil? En primer lugar, por medio de la desideologización de la política exterior tanto de Buenos Aires como de Brasilia. Dado el posible traslado del conflicto entre las potencias a nuestra región, esta relación estratégica se ha vuelto aún más importante que en el pasado y su preservación debe ser una política de Estado, más allá de las diferencias ideológicas que puedan existir entre los gobiernos de ambas capitales.
Por último, para que cualquier estrategia tenga éxito, debe contar con los instrumentos adecuados para llevarla a la práctica. Como veremos a lo largo de este trabajo, la Argentina de hoy enfrenta enormes déficits institucionales, tanto dentro del Estado como en la sociedad civil. Necesitamos modernizar nuestras Fuerzas Armadas, darle mayor protagonismo a un cuerpo diplomático que puede brindarle cierta continuidad a nuestra política exterior e invertir más y mejor en la educación pública. Por otra parte, nuestras universidades y think tanks deben ser foros en los que se debata y elabore el pensamiento estratégico de la Argentina. Nada de esto será posible si antes no emerge una clase dirigente capaz de pensar y actuar sobre la base de una “cierta idea de la Argentina”.
Читать дальше