María Cristina Inogés Sanz - No quiero ser sacerdote

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"¿Por que´ este libro ahora? Porque a veces hay que decir lo que se piensa para seguir siendo fiel a lo que somos -y donde, por supuesto, esta´ la fidelidad a la forma y fondo de vida que se ha decidido vivir-, y porque es el momento.Tras pensarlo durante mucho tiempo, tras hacer silencio, tras dejar espacio al silencio -que necesita mucho- y con tranquilidad, porque al silencio no le gustan las prisas ni los agobios, y con disposicio´n a escuchar lo que el silencio -Silencio- dijera. Asi´, desde la realidad de la escucha nace este libro. Ni desde el dolor que paraliza ni desde la decepcio´n que retrotrae, que ya llevamos muchos an~os de camino como para frenar por algunas menudencias, y hay mucho por hacer. Desde la simple realidad, que es la que es, desde ahi´ arranca esta reflexio´n".Con esas palabras se expresa la teo´loga Cristina Inoge´s, autora de este libro cuyo tema de fondo es el miedo. El miedo de los hombres -en este caso, de Iglesia- a las mujeres por tres cuestiones: miedo a lo desconocido, miedo a las propias reacciones y miedo a compartir espacios y lugares. «No todos los hombres de Iglesia tienen miedo, pero si´ una gran mayori´a», asegura Inoge´s.Laica cato´lica, se formo´ en la Facultad de Teologi´a Protestante de Madrid, SEUT, porque no obtuvo la autorizacio´n pertinente para estudiar teologi´a en el seminario de su dio´cesis. Hoy, convencida de que aquella fue una «maravillosa experiencia en la que el Espi´ritu desplego´ su fuerza esencial», comparte en estas pa´ginas sus reflexiones sobre la presencia y el papel de la mujer en la Iglesia. «Estar al borde, donde aparentemente nadie nos hace mucho caso, nos permite estar donde e´l se mueve con soltura».

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Estamos ante experiencias que necesitan del lenguaje trascendente porque hablan de una experiencia subjetiva –cada uno la experimenta de manera diferente– como es la gracia de Dios. ¿De verdad habrían pasado la prueba de «personalidad estable» estas mujeres cuando todo lo que experimentamos con el corazón pertenece al mundo que nos refiere a la imagen? «El pensamiento del corazón es el pensamiento de las imágenes, el corazón es el asiento de la imaginación, la imaginación es la auténtica voz del corazón, de modo que, si hablamos con el corazón, tenemos que hablar imaginativamente» 23. Porque lo que en otro tiempo fue la imagen hoy lo llamaríamos metáfora, ¿y cómo se puede evaluar una «personalidad estable» que se ve obligada a hablar con metáforas para decir lo indecible? Y, ¡cuidado!, porque, para complicarlo más, las metáforas religiosas son «aquello que viene susurrado y que no es así» 24. Hay que reconocer que continúa siendo verdad que «el corazón tiene razones que la razón no entiende» 25.

No debemos olvidar que, en la Biblia, el corazón es el centro, el todo de la persona, donde residen la humanidad, la vergüenza, el amor, la pasión, la fuerza de la vida, el pecado, la decisión de vivir de una determinada manera, la divinidad... 26¿Quién es capaz de decir en qué proporción de pesos y medidas deben darse todas estas realidades para tener una «personalidad estable»? Cuando intentaba cerrar la imaginación a la procesión de mujeres que en la historia nunca hubiesen sido tenidas –de hecho, no lo fueron, al menos en su momento– por estables, todavía me pregunté: el criterio de «personalidad estable», ¿también se adopta para teólogas y teólogos? Laicos, evidentemente.

Al reflexionar más sobre el tema pensé que Jesús de Nazaret nunca fue tenido por la mayoría de sus conciudadanos por una «personalidad estable», y rápidamente otra pregunta me asaltó: ¿tomaríamos, con lo que sabemos y si apareciera hoy de nuevo por el mundo, a Jesús por un varón con «personalidad estable» o definitivamente reaccionaríamos tal y como cuenta la «Leyenda del Gran Inquisidor»? 27Todas ellas preguntas sin respuesta... Más bien creo que son preguntas a las que nadie quiere contestar en voz alta, pero que es bueno formularse y, al menos, poder responder desde el solitario y fructífero silencio que clarifica y serena el ánimo y el pensamiento. Respirar hondo y bucear en nuestro interior, en la calma del fondo, hasta acallar las voces, hasta hacer espacio al silencio para buscar respuestas que nos indiquen el camino, aun siendo conscientes de que en muchas situaciones «terminan por escoger el camino los que arrinconan la imaginación» 28.

Brindemos por las locas, por las inadaptadas,

por las rebeldes, por las alborotadoras,

por las que no encajan,

por las que ven las cosas de una manera diferente.

No les gustan las reglas y no respetan el statu quo.

Las puedes citar, no estar de acuerdo con ellas,

glorificarlas o vilipendiarlas.

Pero lo que no puedes hacer es ignorarlas.

Porque cambian las cosas.

Empujan adelante la raza humana.

Porque las mujeres que se creen tan locas

como para pensar que pueden cambiar el mundo

son las que lo hacen 29.

Sí. Brindemos por nosotras, porque estar al borde de la Iglesia es estar en «un» sitio, no estar en «el» sitio, que parece tener connotaciones de lugar asignado e inamovible. Estar al borde de la Iglesia en sí no es ni malo ni bueno, porque, en definitiva, malo o bueno un sitio lo hacemos nosotras mismas con nuestra actitud y siendo conscientes de que lo realmente importante es cómo nos estamos viviendo a nosotras mismas –como mujeres y teólogas– en ese lugar y situación. Y, bien mirado, estar al borde, donde aparentemente nadie nos hace mucho caso, nos permite estar donde él se mueve con soltura, el mismo que nunca fue tenido por una «personalidad estable». En el borde de la Iglesia hay poco margen para estancarse, porque sopla la brisa limpia –la misma que susurró al profeta Elías (1 Re 19,12)–, alejada de la quietud –impasibilidad– clerical.

Sí. Brindemos sin caer en la tentación del abandono o de la prepotencia, nos digan lo que nos digan o nos ignoren lo que nos ignoren. Unas nos precedieron en momentos de la historia de la Iglesia con obstáculos, aparentemente insalvables, y los superaron; otras nos seguirán y salvarán los suyos. Estamos en camino con quien es el Camino (Jn 14,6), de eso no hay duda. ¿Y nos vamos a quedar esperando sin esperanza?

No es lo mismo esperar que tener esperanza. La esperanza está del lado del futuro; la espera está atrapada en el instante. Uno tiene esperanza, uno confía en que ocurra esto o aquello, quizá no de inmediato, pero muy pronto. Cuando uno espera, en cambio, uno permanece en un estado de continua presencia, espera que algo que sucede en aquel momento pase, aunque quizá no pase nunca 30.

En esta espera preñada de esperanza confieso que nada de lo que he relatado hasta ahora ha condicionado mi decisión de no querer ser sacerdote, sin embargo...

1

La bufanda y la estola.

El caso de los hilos entretejidos

Le he tejido a la luna una bufanda,

unos guantes y un gorro bien modernos,

para hacerle más dulces los inviernos.

Son de un suave color lavanda 1.

Parece el título de una fábula, pero no es así, y aclaro que el color de la bufanda fue una opción de la autora del poema 2.

Recuerdo, con un sentimiento mezcla de pena –por quienes lo decían– y risa –por la misma razón–, cuando en mi diócesis algunos me comentaban: «No entrenes poniéndote la bufanda a modo de estola, porque nunca llevarás una». Recuerdo esta anécdota porque sigo con la costumbre de llevar la bufanda de esa misma manera y sin pensar para nada en la estola.

Curiosamente, la estola y la bufanda comparten su origen. La bufanda sirve para proteger del frío, y la estola cumplía esa misma misión en las personas distinguidas de Roma 3. Con el tiempo, la estola y otras muchas prendas de la vestimenta griega y romana pasaron a formar parte de las vestiduras litúrgicas con absoluta normalidad.

La bufanda de tela y la estola están fabricadas con tejido que es la consecuencia final de un proceso. El entramado de un tejido es el resultado de entrelazar hilos, más o menos gruesos, que nos permite poder tocarlo y verlo. La urdimbre son los hilos que van en sentido del largo de la tela; la trama es el hilo transversal que se teje en la urdimbre para dar forma a la tela. Para evitar que el hilo se deshilache está el orillo, que es el remate natural de la pieza de tela. El orillo es el borde de la tela, y es frecuente que en él haya alguna inscripción informando del tipo de hilo, marca, color...

En las prendas prêt-à-porter es fácil ver que en muchas costuras han aprovechado el orillo para evitar tener que rematar la tela, lo que abarata costes; en las prendas hechas a medida o de «alta costura», esto no sucede, porque el orillo, con el paso del tiempo, tiende a ondularse.

En todo caso, se utilice o no para rematar la prenda final, el orillo tiene su importancia al estar en el borde de la tela. ¡Qué casualidad! Como muchas de nosotras en la Iglesia, que formamos parte de su tejido y estamos orilladas, en el borde. Sin embargo, ¡estamos!, que es lo importante. Somos parte del tejido eclesial, como lo hemos sido siempre, como lo seguiremos siendo.

Terminaba la introducción haciendo referencia a este espacio que ocupamos muchas mujeres –el borde de la Iglesia– como ni bueno ni malo, y me mantengo en ello, porque lo importante es ser tejido, independientemente de que lleguemos a ser prêt-à-porter, que es lo que vestimos la mayoría, o «alta costura», que es lo que visten unos pocos.

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