Postulados y praxis intelectuales
Diferenciación social
Moda biográfica y filosofía ilustrada de la historia
Vida intelectual
¿Cómo hice mi archivo de Rafael Gutiérrez Girardot?
Riesgos con las fuentes, nota autobiográfica
Sobre la recepción en Colombia
Nota bene
Un curriculum vitae
Capítulo 2. El debate de la hispanidad
La Restauración de Cánovas del Castillo
La quiebra de 1898
Marcelino Menéndez Pelayo. La siembra dogmática sobre la hispanidad
Ángel Ganivet y Ramiro de Maeztu. Dos cerebros anhelantes
Don Miguel de Unamuno. Entre el paroxismo y la extravagancia intelectual
Joaquín Costa. Paladín de la Regeneración
José Ortega y Gasset. Un gran señor de las letras hispánicas
Capítulo 3. La política cultural del franquismo
La entrada de España en el siglo XX. Origen y ascenso de un dictador
Propaganda, educación y diplomacia. La reestructuración institucional hacia el Instituto de Cultura Hispánica
El desmoche universitario, Laín Entralgo y Ortega y Gasset
Alberto Jiménez Fraud, historiador de una universidad española heterodoxa
Un viaje poético-franquista por la ancha América española
La “República conservadora” y el franquismo. Laureano Gómez
El Instituto de Cultura Hispánica mira a Colombia
Capítulo 4. El becario guadalupano Rafael Gutiérrez Girardot
Rafael Gutiérrez Girardot en el colegio guadalupano
Xavier Zubiri en el horizonte filosófico del joven Gutiérrez Girardot
Gutiérrez Girardot descubre América Latina en el colegio guadalupano. Alfonso Reyes
Un listado de la crítica literaria latinoamericana
El colegial Gutiérrez Girardot y la movida madrileña
El universo epistolar de Gutiérrez Girardot con los españoles
Pedir un Ortega y Gasset desde adentro
Gutiérrez Girardot cofundador de editorial Taurus. La Fundación Barcenillas
Gutiérrez Girardot asiste a una conferencia de Schmitt
Sobre un cuaderno de Taurus. En torno a la literatura alemana actual
En conclusión
Registro fotográfico. Muestra
Archivos y bibliografía
Índice de fotografías
Fotografía 1. Franco con colegiales guadalupanos
Fotografía 2. Doña Marliese y Bettina Gutiérrez-Girardot con Francisco Pérez González, luego de fallecer el maestro
Fotografía 3. Certificado por Xavier Zubiri
Fotografía 4. Fachada de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo (Santander, España)
Fotografía 5. Rostro de Atanasio Girardot, biblioteca de Rafael Gutiérrez Girardot
Fotografía 6. Rodrigo Zuleta
Fotografía 7. Profesor André Stoll
Fotografía 8. Profesor Rubén Jaramillo Vélez, número monográfico de Aquelarre
Fotografía 9. “El problema de la inmortalidad en Ortega” en la revista Pluma
Fotografía 10. Rafael Gutiérrez Girardot, Gustavo Bustamante y Juan Guillermo Gómez García
Fotografía 11. Rúbrica de Rafael Gutiérrez Girardot
Fotografía 12. Día del entierro de Rafael Gutiérrez Girardot, reunión en casa de María Eugenia García
Fotografía 13. Carátula de la edición publicada por el Colmex (2014), hecha por Juan Guillermo Gómez, Diego Alejandro Zuluaga y Andrés Arango
Fotografía 14. Carátula del Magazín Dominical de El Espectador
Fotografía 15. Volante para conferencia en homenaje a Rafael Gutiérrez Girardot
Introducción
El adiós a un maestro americano
La despedida
En el mediodía del miércoles 6 julio de 2005 se celebró la misa de sepelio de Rafael Gutiérrez Girardot, en la capilla colonial de La Bordadita del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, hoy Universidad del Rosario, en Bogotá. Predicó en esa solemne ocasión monseñor Germán Pinilla Monroy. Entre los asistentes se destacaban su hija Bettina, el magistrado y candidato a la Presidencia Carlos Gaviria Díaz, el profesor Rubén Jaramillo Vélez, el diplomático y periodista Alberto Zalamea y una suerte de círculo abreviado de sus discípulos colombianos: el novelista Carlos Sánchez Lozano, la literata María Eugenia García Navarro, el jurista Óscar Julián Guerrero, las fotógrafas y cineastas Patricia Tobón y María Alexandra Mosquera, el traductor y empresario Antonio Posada y su esposa María José Gómez y yo. Juntos presenciamos el último adiós y la entrega de sus cenizas para un osario muy reservado de esa capilla, al lado de José Celestino Mutis y José María del Castillo y Rada, con respiración contenida de cómplices volterianos. 1
En el sermón, elocuente y como facturado con acierto para la ocasión, monseñor Pinilla se refirió al occiso, no tachándolo de satán anticatólico, sino disculpándolo con indulgencia por su “búsqueda furiosa de verdad”. La expresión inesperada resonó nítida en nuestros oídos, nos obligó a cruzar miradas en señal de “el cura este sabe por dónde va el agua al molino”. Este destello sonoro infundió una luz insólita al ocasional acto de despedida e hizo patente la gran ausencia, de modo que la ceremonia religiosa fue más bien un preámbulo jovial y hasta ocurrente de la larga tenida en la sofisticada casa restaurante de María Eugenia García, en el norte de Bogotá, corazón de la Quinta Camacho, donde nos congregamos báquicamente hasta el amanecer. Allí comimos, bebimos y enaltecimos al viejo, todavía con sus cenizas calientes, depositadas en un ánfora estilizada en las que fueron traídas desde Bonn por su inconsolable hija Bettina.
Hay fotografías locuaces de esa despedida del maestro colombiano, quien por tantos años había orientado nuestra vida intelectual, además de haber descarriado irreversiblemente mi profesión de abogado. El colectivo gutierrista brindó a su salud eterna, evocó con ruido su santa efigie de boyacense impertinente e hizo pacto diabólico para que su obra no cayera en el olvido de la desdichada Colombia, la amnésica y, por tanto, violentamente irredenta patria de Bolívar. Rubén Jaramillo exhibía aún el pleno vigor de su inteligencia excepcional y su recia moralidad, mientras que María Eugenia se esforzaba en hacer las monerías de antes, de condesa anarcoindividualista. Enterramos en esa ocasión festiva a un bolivariano, a un ensayista ejemplar, al más incómodo de los intelectuales del siglo XX de nuestro patio nacional. Todos, sin excepción, nos emborrachamos hasta perder la conciencia, hasta caer enlagunados, que es un deporte tradicional de alto riesgo, pero que en esta ocasión valió la pena. Lo hicimos sin arrepentimientos y, sobre todo, sin la oportunidad de repetir la hazaña, porque Gutiérrez Girardot se entierra solo una vez en este valle de lágrimas colombiano.
El más acá nos premió con este febril reencuentro en la santa misa rosarista que quiso exorcizar sus “aproximaciones”, sus “provocaciones”, sus “cuestiones”, sus “insistencias”, sus “heterodoxias”, para repetir los títulos de sus libros de ensayos, y supimos como logia semiesotérica que el ritual de despedida era merecido, inolvidable, llamado a perpetuarse en nuestros más hondos y vivaces recuerdos. El elevado elemento, luego de largas décadas fuera de su patria, se despedía sin estrépito, con discreción elegante, para avivar la llama de nuestro cándido fervor. El hombre empecinado, como lo había dicho Dilthey de Lessing en la ya lejana época de este, se había erguido “completamente solo”, y solo había abrazado “la lucha contra todas las corrientes amistosas u hostiles” de la tradición intelectual inmediata, a la par que creaba “transitoriamente sus aliados”, en un intento sin más remedio por completar su pensamiento. Pues al fin, en el instante que partía, ¿qué sabíamos en realidad del ícono de nuestra primera juventud? El rito ceremonial de una misa exequial se trocó en un desafío de indecisas consecuencias académicas. El lazo de tensión entre el último adiós en la ermita colonial y la herencia condicionada sigue siendo la flama continua que anima esta tarea investigativa. Su reposo, nuestro desvelo.
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